Doña Macalota iba por la calle con su esposo, don Chinguetas. Se distrajo un momento viendo un aparador, y cuando volvió la vista su casquivano marido iba ya muy contento con una chica de la vida alegre. La llevaba del brazo, y se disponía a entrar con ella en el Hotel Hucho, establecimiento de dudosa reputación que estaba por ahí cerca. Doña Macalota lo alcanzó y le preguntó, furiosa, qué estaba haciendo. "No me reclames, mujer -le dice el tipo-. Tú tampoco desaprovechas nunca una oferta cuando se te presenta''... El rey Pedipe Sinsegundo tenía un grave problema de alcoholismo. En sus borracheras lo acompañaba siempre su valido, un hombre servil y adulador. Cierto día el monarca bebió de tal manera en un banquete que cayó al suelo privado de sentido. "Eso es lo que me gusta de Su Majestad -les dijo el cortesano a los presentes-. Siempre sabe cuándo debe dejar de beber"... Alguien le preguntó a una señora: "¿Es usted casada?". Respondió ella: "Perdí a mi esposo en el mar". "Lo siento -se disculpó el que preguntaba-. Viuda es usted entonces, de marino". Aclara la señora: "No. Tomamos un crucero, y el caborón se enredó en el barco con una pelirroja"... "Y ahora, señorita Rosibel -instruyó don Algón a su nueva y linda secretaria-, voy a decirle a qué hora suspenderemos usted y yo nuestra actividad''. Aventuró Rosibel: "¿Cuando alguien toque la puerta de su oficina?''... El tímido muchacho se dirigió a su dulcinea: "¿De veras me amas, Pirulina?''. Respondió ella: "Mira, Inepcio: a otros hombres los he querido por ser guapos, inteligentes, simpáticos, viriles, agradables, interesantes, audaces o atractivos. Contigo es solamente amor''... Cuando se trata de inventar impuestos los recaudadores muestran una imaginación desaforada. Los mexicanos usamos a Santa Anna como ejemplo de esa voracidad fiscal: cobró tributos por las ventanas, por el número de ruedas de los carros, por los perros que tenía la gente. En todas partes, sin embargo, se cuecen impuestos. Los ingleses, pueblo tan mesurado y contenido, no escapan a esa voraz tributación. He aquí que al actual Primer Ministro, David Cameron, y a su tesorero George Osborne, se les ocurrió la peregrina idea de gravar con el IVA a los pasties, esas deliciosas empanadas de Inglaterra que en el Estado de Hidalgo, concretamente en Pachuca y real del Monte, se hicieron mexicanas con el nombre de pastes. El nuevo impuesto ha sido motivo de chunga chocarrera, pues su reglamentación prescribe que el tributo se cobrará únicamente cuando la empanada se sirva caliente, no así cuando se venda fría. Un diputado preguntó, flemático, qué pasará si compra el pastie calientito, paga el impuesto, y luego la empanada se le enfría. ¿Le devolverán lo que pagó? En México las tristemente célebres misceláneas fiscales, más móviles que piuma al vento, han dado origen a toda suerte de confusiones, y complican la vida tanto de los que pagan impuestos como de quienes los cobran. La imaginación de los recaudadores es desaforada, y de ellos todo se puede esperar. Si alguna vez hacen aquí con el sabrosísimo pan de pulque de Saltillo lo que hicieron los ingleses con el pastie, desde ahora les digo que me iré a vivir a Timbuctú... Pepito iba a celebrar su cumpleaños con una piñata. Para decorar la casa, y para la diversión de los pequeños invitados, el papá del niño se aplicó pacientemente a la tarea de inflar una buena cantidad de globos. Lo vio Pepito en esa tarea y le dijo: "Mi mamá es una mentirosa''. "¿Por qué dices eso, hijito?'' -se asombró el señor. Respondió el chiquillo: "Porque inflaste muy bien todos los globos, y mi mamá siempre les dice a sus amigas que ya no soplas''... Don Poseidón, ranchero acomodado, se preocupó bastante cuando su hijo Bucolio se casó, pues el muchacho había crecido en el rancho, sin contacto con el mundo. Desconocía, pues, las cosas de la vida. Así, decidió mantenerse cerca de la habitación donde los recién casados pasarían la noche de bodas, por ver si podía serle de alguna utilidad a su hijo, de modo que todo saliera bien. Con una oreja pegada en la puerta oyó que su hijo le decía a su novia: "Déjame con los dedos, Pirulina''. Poco después: "Déjame con las manos''. Y luego: "Ahora déjame con los dientes''. Esto último inquietó a don Poseidón. Le gritó muy alarmado a su hijo: "¿Qué haces, Bucolio?''. "¡Nada todavía, 'apá! -respondió el silvestre mocetón-. ¡No he podido desatar el nudo con que me amarro los calzones!''... FIN.