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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Babalucas había procreado nueve hijos con su esposa. Le dijo a un médico que no quería tener ya más familia. El facultativo le entregó una caja de preservativos. “Con esto le indicó- se acabará el problema”. Pasó una semana, y el doctor llamó por teléfono al tonto roque. Le preguntó si estaba usando los condones. “Sí -respondió Babalucas-. Ya me he tomado tres”. Un tipo fue a confesarse. “Me acuso, padre, de odiar a mi mujer. Pero es que va todas las noches al Bar Tulo’s, y se entrega luego al primer hombre que le invita una copa. Es joven y guapa, pero la odio, y me siento mal por eso. ¿Podrá usted absolverme?”. Contesta el señor cura: “La misericordia de Dios es infinita, hijo mío, y te daré la absolución. Pero primero dime: “¿dónde exactamente está el Bar Tulo’s?”. Y va de anécdota. Miguel de la Madrid era Presidente de México. En su sexenio tuvo dos lemas o programas: la renovación moral de la sociedad y la simplificación administrativa. Sucedió que cierto amigo mío llevó en su automóvil al aeropuerto de la Capital a un colega suyo, norteamericano, que no hablaba nada de español. En el trayecto mi amigo se pasó un semáforo en ámbar, y un agente de tránsito lo alcanzó en sumotocicleta y lo hizo detenerse. Tras pedirle sus documentos le indicó que debería acompañarlo a la delegación correspondiente. Ahí, le dijo, se le impondría una fuerte multa, y de seguro su vehículo quedaría confinado en el corralón, quizá para siempre, pues la infracción era muy grave. Mi amigo reconoció con humildad la falta que había cometido, y pidió disculpas por aquella imperdonable transgresión. En seguida, movido por la prisa que llevaba, le preguntó con delicadeza al oficial si habría alguna forma de arreglar el problema. “Dígame, señor -inquirió a su vez el agente-. ¿Qué prefiere usted? ¿La renovación moral o la simplificación administrativa?”. Mi amigo, que adivinó el sentido de tales palabras, respondió de inmediato que en ese momento prefería la simplificación administrativa. El hombre, entonces, le pidió que le diera “pa’l café”. Mi amigo le entregó un billete, y santas pascuas; con eso pudo reanudar el viaje. El norteamericano, que había seguido con inquietud el diálogo sin entender ni jota de él, lo felicitó efusivamente. México, le dijo, era un país muy avanzado. En Estados Unidos recibir una boleta por infracción de tránsito significaba gran pérdida de tiempo, pues había que ir a una oficina a pagar la respectiva multa. En cambio, añadió maravillado, aquí se podía hacer el pago directamente al oficial, en el automóvil, lo cual era gran muestra de eficacia y prueba indubitable de progreso. Le manifestó que al día siguiente enviaría una carta a su congresista enWashington para pedirle que promoviera la implantación en la Unión Americana del admirable sistema que en México se usaba. No lo sacó mi amigo de su error, por patriotismo, y entiendo que hasta la fecha el estadounidense sigue enviando cartas a diversas instancias oficiales de su país para solicitar que sea adoptada esa útil y práctica medida mexicana. Lo cierto es que “la mordida” forma parte de lo que se conoce como “nuestra idiosincrasia nacional”. ¿Acaso se puede sentir vergüenza al leer un diccionario? Yo la siento cuando leo el de la Academia y encuentro que el modismo “unto de México” es sinónimo de la palabra “soborno”. He ahí el origen de lo sucedido con la cadenaWal-Mart. Simplemente sus funcionarios cumplieron el adagio que postula: “Al país donde fueres haz lo que vieres”. Tal cúmulo de trámites y reglamentaciones hay aquí, tan complicada y profusa burocracia, que si vas a poner un negocio y no quieres que transcurra un siglo antes de poder abrirlo, debes por fuerza recurrir a eso que desgraciadamente es parte de nuestros usos y costumbres: el unto mexicano, vale decir el soborno, la mordida. Triste es decirlo, pero así son las cosas. ¿Simplificación administrativa? ¿Renovación moral de la sociedad? Estaca Brown. El destino de aquel avión era La Habana. En él viajarían 20 invidentes y otros tantos cojos que serían atendidos allá por médicos cubanos. El encargado del vuelo les dice a los pasajeros hablando con el típico acento de la Isla: “Suban primero lo ciego y depué lo cojo”. Suspira uno de los invidentes: “Ya sabía yo que esto no podía ser gratis”. FIN.

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