La mujer que pedía el divorcio se presentó ante el juez llevando a sus ocho hijos. El juzgador la interrogó: "¿Por qué quiere usted divorciarse de su marido?". Responde ella: "Por abandono de hogar, señor juez. Tengo 10 años de no saber nada de él"...Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, fue despertado por su esposa. Le dice la señora, angustiada: "¡Una tarántula le picó a mi madre!". "¿Cómo una? -se enoja el tal Capronio-. ¡Le puse ocho en la cama!"...La muchachita adolescente le pregunta a su papá: "Papi: ¿alguna vez te enamoraste de una maestra?". "Sí -responde el padre con tono ensoñador-. En el kinder". "¡Qué bonito! -se emociona la hija-. Y ¿qué pasó?". Responde el genitor, ahora con tono hosco: "Tu mamá se encaboronó, y te cambió de kinder"...Alzo hoy la voz a la mitad del foro, a la manera del tenor que imita la gutural modulación del grajo, y puestas las manos en la boca a modo de bocina lanzo urbi et orbi este sonoro grito: "¡La libertad debe ser libre!". ¿Qué es la libertad? No lo sé bien a bien, pues soy hombre casado, pero ha de ser algo importante, pues tiene estatua en Nueva York. "Tan valiosa es la libertad que se le debe racionar". ¿Quién dijo eso? Lo dijo Lenin, hágame usted el refabrón cavor. Sobre la libertad se dicen muchas cosas -¡Libertad, cuántos discursos se cometen en tu nombre!-, pero yo tengo de ella un concepto elemental. Pienso que la libertad consiste simplemente en la posibilidad de elegir. Entre todos los seres animados el hombre es el único que goza -o sufre- dicha facultad. Los demás están sujetos a un programa predeterminado, a una especie de circuito impreso del cual no se pueden apartar. El hombre, en cambio, con las limitaciones que derivan de su genética o su entorno (Yo soy yo, más mis genes y mi circunstancia), puede elegir. Es hombre porque es libre, y entonces debe ser libre, porque es hombre. (Caón, esta última frase no la entenderían el Estagirita ni el Aquinatense, así resucitaran solamente para eso). Debe poder elegir, por tanto, ya sea entre dos marcas de jabón, dos religiones o dos programas de televisión. Digo todo esto a propósito del moderado escándalo -tempestad en un vaso de agua de borrajas- que se ha hecho en torno de la actitud de Televisa y TV Azteca ante el debate de los candidatos a la Presidencia. Ambas empresas han sido acusadas de antidemocráticas; aquélla porque lo trasmitirá en un canal menor, ésta porque a la hora del debate difundirá un partido de futbol. Yo opino precisamente lo contrario. Las televisoras, al actuar en este caso como lo hacen, fortalecen la libertad, y por tanto la vida democrática, pues propician la posibilidad de elegir en un medio que el Estado y los partidos usan como instrumento para imponer a los ciudadanos su propaganda o sus consignas. Siempre he pensado que emisiones tales como La Hora Nacional atentan gravemente contra la libertad de los mexicanos, que tendrían por fuerza que escuchar la monserga oficialista si no dispusieran de ese valioso recurso de amparo que consiste en apagar el radio. En cualquier país verdaderamente libre una imposición así es inimaginable. Si alguien quiere ver el debate, que lo vea; pero si alguien quiere ver el futbol, o un concurso de baile, que lo vea también, y santas pascuas. ¿Acaso los señores del IFE no se dan cuenta de que una democracia impuesta deja de ser democracia? Yo veré el debate porque me interesa, porque necesito verlo para efectos de mi labor profesional y -sobre todo- porque me da la gana verlo. Pero desde ahora le aviso al IFE, con copia a los candidatos que debatirán, que si la cosa se pone aburrida usaré aquel supremo recurso de amparo que tenemos los ciudadanos, y cambiaré de canal, o apagaré la tele. He dicho. Una linda granjera fue a una feria de ganado a comprar un toro semental. Le indica al vendedor: "Quiero un toro texano". Ofrece el hombre: "Tengo éste". La muchacha le palpa al toro los dídimos, compañones, testes o criadillas y dice luego con acento de seguridad: "Este toro no es texano. Es de las vastas planicies de Arizona". El vendedor trae otro: "Entonces llévese éste". Otra vez la hermosa chica palpa con detenimiento aquella doble parte, y en seguida declara con absoluta certidumbre: "Tampoco este toro es de Texas. Viene de los extensos valles de Montana". El hombre entonces, ya impaciente, se baja el zipper del pantalón y le pregunta: "Si tanto sabe dígame: yo ¿de dónde soy?"... FIN.