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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Se abre el telón de esta columnejilla con un cuento de subidísimo color. Leyolo doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, y fue acometida por una indisposición semejante a la caquexia llamada de Charcot, consistente en un estado de sopor interrumpido por frecuentes flatulencias. Las personas que no quieran experimentar esos penosos síntomas deben suspender la lectura en este punto. Gracias... Afrodisio Pitongo, galán concupiscente, y Dulciflor, linda muchacha, intercambiaron ardientes besos y caricias en la puerta de la casa de ella. Él le pidió que lo dejara entrar, para acabar adentro lo que habían empezado afuera, pero ella se negó, pues le gustaban las flores del amor, mas le temía al fruto. Le dice Afrodisio, disgustado: "Entonces me voy. No tiene caso que estemos los tres parados aquí afuera". (No le entendí. ¿Acaso había cerca alguien más?)... Cundió por todo el mundo la noticia de que en México una mujer iba a dar a luz nueve hijos. Yo, la verdad, di por cierta esa información. Primero, porque soy cándido de naturaleza: creo en todo y en todos, quizá menos en mí. Luego, porque el caso se situaba en Coahuila, y atribuí el insólito y múltiple embarazo a las miríficas aguas de Saltillo, que hacen del hombre más cansino un viripotente genitor. La versión, sin embargo, resultó ser falsa. Salió de la imaginación de una mujer proclive a la mitomanía. De su encendido caletre surgió esa historia quimérica, fantástica y apócrifa con la cual logró engañar a los medios, generalmente tan enteros. Está escondida ahora, y nadie sabe dónde se halla. Que no se oculte le sugiero yo. Si es capaz de inventar patrañas tan enormes podría contratarse para hacer campañas políticas y formular las promesas de los candidatos. En un país como éste, tan lleno de mentiras, sus engaños, embustes y ficciones se venderían fácilmente -cada partido un nicho de mercado-, y en poco tiempo haría fortuna. Me ofrezco en forma desinteresada a ser su agente. ¿Qué le parece un 33 por ciento de comisión?... Doña Loretela era madre de 12 hijos. Fue con su ginecólogo y le dijo que no quería ya tener más un hijo más. "Señora -le reprochó el especialista-, he puesto en práctica con usted toda suerte de medios anticonceptivos -píldoras, dispositivos, inyecciones-, y ni uno solo ha dado resultado". "Lo que pasa, doctor -explicó ella-, es que mi marido es muy sexoso, si me permite usted esa expresión. No hay noche que no me solicite para fines de erotismo, y a veces también de día o por la tarde repite sus instancias amorosas. Eso me tiene no sólo en continuo estado de sobresalto, sino también en continuo estado interesante, pues su insistencia hace que fallen todos los métodos de anticoncepción". "No sé qué decirle, doña Loretela -vaciló el facultativo-. Me temo que ya no puedo hacer nada por usted". "¡Doctor! -deprecó, suplicante, la mujer-. ¡Hágame una última lucha, por favor! ¿Qué haría yo con 13 hijos?". "La verdad, señora -declaró el profesionista-, no veo mucha diferencia ya de 12 a 13; pero, en fin, intentaré con usted un último recurso, un medio heroico. Tendrá que prometerme, sin embargo, que seguirá al pie de la letra mis indicaciones". La señora juró y perjuró, y el médico le dijo: "Mire usted: ahora que salga de mi consultorio vaya usted a una tlapalería". "¿Una tlapalería? -repitió, sin entender, doña Loretela. "Sí, señora -confirmó el facultativo-. Una tlapalería. Compre ahí una cubeta, una tina, digamos, de 10 litros. Hoy en la noche llévela a su cama. Cuando su esposo la requiera para efectos de refocilación, meta usted los dos pies adentro de la tina. Y dígale lo que le diga su marido no los saque de ahí. Con eso se acabará el problema". A la mujer no dejó de parecerle raro aquel remedio, pero le aseguró al doctor que lo pondría en práctica. Pasaron unos meses, y un buen día el médico se topó en la calle con doña Loretela. La mujer lucía, feliz, la evidentes señas de su embarazo decimotercero. "¡Pero, señora! -clamó el facultativo-. ¿Otra vez?". "Pues ya lo ve, doctor -repuso, humilde, la señora-. Aquí me tiene usted, de nuevo enferma de gustos pasados". Profiere el médico, enojado: "¿Qué no hizo lo que le aconsejé?". "Sí, doctor -asegura ella-. Sí lo hice". "¡No es posible! -se desespera el ginecólogo-. ¿Hizo aquello de la tina?". "Sí, doctor -repite doña Loretela-. Nada más que, fíjese usted: no encontré tina de 10 litros, y me compré dos de 5 litros cada una"... FIN.

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