Sexo con amor. ¿Habrá hecho Dios una cosa mejor que ésa? Si la hizo, seguramente se quedó con ella. (Asoma un lector en la columna y dice: "El sexo sin amor tampoco está tan mal; sobre todo cuando se hace bien". El columnista calla. ¿Quién es él para contradecir a un lector?). Doña Pasita y su esposo don Vetulio habían dejado atrás los 70 años, y sin embargo seguían disfrutando los deliquios del lecho conyugal. ¡Bendito sea el Señor, que dio a sus hijos un modo tan hermoso de perpetuar la vida, y de gozarla! Quizá el placer sea momentáneo y la posición ridícula, como dijo lord Chesterfield al hablar del sexo. Pero posiblemente él sufría de ejaculatio prematura, y sólo conocía la posición del misionero. Yo prefiero por mucho la opinión de Henry Miller, que escribió: "Tengo 10 motivos para esperar que exista la reencarnación. El primero es el sexo. Los otros nueve no importan". Desde luego hay quienes no comparten esa idea. Allá en aquellos años una señora dio a luz cuando su marido estaba ausente en un viaje. Le habló por teléfono para darle la noticia. "Ya nació el bebé" -le dijo. "¡Fantástico! -se alegró el esposo-. ¿De qué sexo es?". "Sexo, sexo -repitió con molestia la mujer-. ¿Ya vas a empezar otra vez?". Mas veo que me estoy alejando del relato. Vuelvo a él. Aquellos esposos de madura edad, doña Pasita y don Vetulio, seguían haciendo el amor, no obstante hallarse ya en la tercera edad. Un día, sin embargo, doña Pasita sintió que los años le estaban pesando más que antes. Experimentaba cierta fatiga, un cansancio que veces la postraba y la hacía estar, desmadejada, en el sillón de la sala o en su mecedora del jardín, sin fuerza ni siquiera para hacer las pequeñas faenas de la casa. Le comunicó aquello a su marido, y juntos fueron a la consulta de un reputado gerontólogo. Doña Pasita le expuso al médico su malestar. El facultativo le hizo el interrogatorio clínico obligado, y se asombró al saber que a pesar de su edad provecta los esposos seguían teniendo sexo todavía. "¡Suspendan inmediatamente ese ejercicio!" -les ordenó, alarmado. Y añadió poniendo severidad en sus palabras. "Ahora me explico, señora, la razón de su desfallecimiento, debilidad, agotamiento, extenuación, marchitamiento y laxitud. A sus años el erotismo es peligroso. Según la veo, un solo acto de amor más podría costarle la vida". (Nota: Se ve que el mencionado gerontólogo pertenecía a la vieja escuela, o que en él se habían acabado ya los ímpetus eróticos. La pareja humana puede seguir haciendo el amor, en modos adecuados a su edad, hasta bien avanzada su existencia. El sexo en sus distintas expresiones no es patrimonio exclusivo de la juventud). "Pero, doctor -opuso doña Pasita-, el sexo es importante para mi esposo y para mí. Permítanos hacerlo siquiera un día de la semana; los domingos, por ejemplo". "Ningún domingo -repuso, terminantemente el médico-. Y menos éste, en que hay debate electoral, y no verlo es palpable muestra de incivilidad, antidemocracia, ausencia de patriotismo y grave falta de respeto al IFE. Yo oiré el debate por radio, aunque les confieso que al mismo tiempo estaré viendo el futbol en la tele, si bien con el volumen bajo. No soy partidario de los fanatismos, ni en futbol ni en política. Eclecticismo, he ahí mi lema". "Entonces, doctor -inquirió don Vetulio con tristeza-, ¿deberemos dejar el sexo por completo?". "Absolutamente -repitió el draconiano gerontólogo-. Y se lo advierto a usted, señor: un acto más de amor podría matar a su esposa". Acongojados, tristes, doña Pasita y don Vetulio regresaron a su casa. Ni siquiera vieron el debate, poseídos como estaban por aquella tremenda pesadumbre. ¿Podrá alguien acusarlos de incivilidad, antidemocracia, etcétera? Temerosos de que la predicción del galeno se cumpliera suspendieron del todo su actividad erótica. Incluso don Vetulio se mudó a otro cuarto, para evitar que la cercanía de cuerpos lo hiciera caer en la insana tentación de acercarse a su esposa con lúbrica intención. Pasaron unos días. Cierta noche que don Vetulio dormía profundamente se despertó al oír que alguien llamaba con tímidos toques a la puerta de su habitación. Todavía adormilado preguntó con vacilante voz: "¿Quién es?". Desde el otro lado de la puerta llegó la anhelosa respuesta: "¡Una viejita suicida!". FIN.