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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Una suripanta, furcia, maturranga, calientacamas, pendona o meretriz, también llamada sexoservidora, abordó en la calle a un sujeto y le dijo: "Te ofrezco un rato de buen sexo. Contestó el individuo: "Me interesa, pero sólo si lo haces como mi esposa". Preguntó la mujer: "¿Cómo lo hace tu esposa?". Respondió el tipo: "Gratis"... Uglilia, muchacha bastante fea, viajó a Australia, pues oyó decir que allá había muchos más hombres que mujeres. En su primera noche fue a un bar de solteros e invitó a uno a ir con ella a su cuarto del hotel. El individuo la vio de arriba abajo y en seguida le dijo, despectivo: "Preferiría hacerlo con un canguro". Uglilia no desesperó: les hizo la misma invitación a tres o cuatro tipos más. Todos le dijeron lo mismo que el primero: "Preferiría hacerlo con un canguro". Finalmente Uglilia invitó a un hombre de edad más que madura que bebía su cerveza, solitario, en el extremo de la barra. "Vamos" -aceptó de inmediato el veterano. "Eres un caballero -le agradeció Uglilia-. Todos los demás me dijeron que preferirían hacerlo con un canguro". Repuso el otro con tristeza: "No es que yo sea un caballero. Lo que sucede es que a mi edad ya me resulta muy difícil pescarme un canguro"... Don Abundio declara, terminante: "Los fantasmas no existen". Y en seguida añade: "Pero de que los hay, los hay". A mí nunca se me ha aparecido algún fantasma, excepción hecha de los que llevo dentro. En estos días, sin embargo, he visto rondar por aquí -quiero decir por México- un espectro que yo pensaba se había extinguido ya: el estatismo. Con motivo del debate de los candidatos a la Presidencia escuché voces airadas que le reprocharon a la secretaría de Gobernación no haber obligado a las televisoras a transmitirlo en tal o cual canal, y aun en cadena nacional, de modo que los mexicanos, privados de opciones de programación, quedáramos también encadenados y tuviéramos que ver por fuerza ese debate o apagar, si no, el televisor. Curiosamente algunas de esas voces son las mismas que en tiempo reciente han condenado a algunos gobiernos autoritarios sudamericanos por sus excesos intervencionistas en la prensa, la televisión o la radio, abusos que -dijeron en su momento tales voces- atentan contra la sacra libertad de los medios de comunicación. Seamos cuidadosos. Si favorecemos una actitud intervencionista del Estado en cualquier aspecto de la vida nacional; si solicitamos sin causa bien fundada que el Gobierno intervenga en una empresa privada, sea cual sea, y fuerce la voluntad de los empresarios; si pedimos la supresión, siquiera sea por unas horas, de la pluralidad de opciones que debe existir permanentemente en un régimen democrático, no podremos luego protestar si ese intervencionismo deriva eventualmente en un régimen estatista que limite los derechos individuales e imponga el omnímodo poder estatal a los ciudadanos, incluso por encima de la ley. Ante la posibilidad, siempre existente, de una injerencia indebida del Estado y una intervención sin freno del gobierno, la libertad esencial de la persona humana debe ser objeto de defensa permanente. Por eso me preocupó escuchar aquellos reclamos intervencionistas: pueden favorecer ideas de estatismo que nos harían retroceder. Mi inquietud no es exagerada ni excesiva. Sé muy bien, como don Abundio, que los fantasmas no existen. Pero de que los hay, los hay... Una madura señorita soltera de nombre Himenia Camafría leyó en el periódico que había llegado a la ciudad una peligrosa banda de asaltantes que robaban a sus víctimas y las violaban. Fue la señorita Himenia a realizar un trámite bancario, y en ese momento el banco fue asaltado. Los maleantes hicieron que todos los presentes se tiraran al suelo, y luego se dedicaron a vaciar concienzudamente las arcas de la institución. La señorita Himenia levantó la cabeza y le preguntó tímidamente al asaltante que cuidaba de que nadie se moviera: "Perdone, señor ladrón: ¿a qué horas empiezan las violaciones?"... Se casaron el mismo día tres amigas. Dos de ellas eran ricachonas; la otra no. A su regreso de la luna de miel se reunieron a comentar sus experiencias. "Para nuestra noche de bodas -relata la primera-, mi marido compró una botella de finísimo champán. Toda la noche nos la pasamos champañeando". Cuenta la segunda ricacha: "Mi marido compró una botella de finísimo tequila. Toda la noche nos la pasamos tequileando". Y dice la que no era rica: "Pues mi marido y yo nos compramos unos sobrecitos de Kool-Aid. Toda la noche nos la pasamos... ¡rete a gusto!"... FIN.

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