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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

¿Recuerdan mis cuatro lectores a la chica Chíquitibum? Era una linda muchacha cuyos exuberantes atributos pectorales quedaron en la memoria de los varones mexicanos como algo de lo más grande, relevante, sobresaliente y descollante que se ha visto en la televisión nacional. Magnífico, ubérrimo, munífico era el busto de aquella hermosa fémina; su espléndida opulencia demostraba que cuando Dios da, da a manos llenas, dicho sea sin segunda intención. Pues bien: sucedió que cierto día la chica Chíquitibum llegó a la consulta de un médico famoso. "Doctor -le dijo preocupada-, quiero que me examine usted, pues me sucede algo muy raro". "¿Qué le pasa?" -preguntó el galeno. Respondió la tetónica muchacha: "¿Verdad, doctor, que cuando una mujer se quita el brassiére lo normal es que su busto baje un poco?". "Bueno, sí -vaciló el facultativo-. Usted sabe, la ley de la gravedad. En algunos casos, la ley de la grave edad". "Pues a mí me sucede todo lo contrario" -declaró la chica. "¿Cómo? -dijo el médico sin entender-. ¿Qué le sucede?". "Doctor -replicó la muchacha-, yo me quito el brassiére y mi busto en vez de bajar sube. Se eleva. Asciende. Se levanta. Se alza. Va hacia arriba". "No es posible" -dijo el facultativo. "Sí, doctor -insistió ella-. Mire". Así diciendo la preciosa chica procedió a quitarse la blusa y el brassiére. Y en efecto: ante el asombro y la estupefacción del boquiabierto médico el busto de la muchacha en vez de bajar, subió. Se elevó. Ascendió. Se levantó. Se alzó. Fue hacia arriba. "Dígame, doctor -suplicó la chica Chíquitibum-. ¿Qué será esto?". "Mire, señorita -balbuceó, confuso, el médico-. No sé qué sea. Pero es contagioso ¿eh?"... Más de un televidente debe haberse contagiado un poco al ver cómo al principio del debate entre los candidatos a la Presidencia apareció, inesperada, una guapísima modelo de busto megalómano -la chica es argentina- cuyas pletóricas turgencias amenazaban desbordar el sugestivo escote del ceñidísimo vestido que lucía. La presencia en ese debate de la bella mujer, que muchos señores hubiesen deseado se prolongara más -la presencia, digo, no la mujer, que ya no podía prolongarse más-, dio lugar a múltiples chocarrerías y numerosas críticas. La muchacha, de sobra está decirlo, no tiene culpa alguna de lo sucedido, y yo deseo que los efímeros 19 segundos que estuvo en la pantalla se conviertan en muchas horas de jugosos contratos como edecán, para deleite y gozo del masculino género. El IFE, sin embargo, se vio muy mal a raíz de lo que sucedió. Es otro gran perdedor en el debate. Nos presentó ante el concierto de las naciones civilizadas -entiendo que son dos- como un pueblo subdesarrollado que para interesarse en un acto de política necesita de estímulos visuales semejantes a los que se ofrecen en el box, la lucha libre o el teatro de revista. En el pecado llevará la penitencia ese Instituto: haga ya lo que haga, el IFE presidido por Leonardo Valdés no será recordado por su actuación en los procesos electorales, ni por sus reformas o propuestas de ley: lo más mencionado de su gestión será esta modelo del Playboy luciendo en el debate su opíparo tetamen y su ajustadísimo vestido. ¿Quién la llevó ahí, y con ese atuendo? Sólo a un naco -si me es permitida esa burda expresión peyorativa- pudo habérsele ocurrido exhibir así a esa muchacha. Esto que digo no es ni por asomo cosa de moralina; es simplemente señalar que hay un lugar para cada cosa, y cada cosa en su lugar. Si no se entiende así esta cuestión, entonces, por aquello de la equidad de género, el IFE tendrá que contratar para el debate en Guadalajara a un musculoso stripper que, cubierto sólo por brevísima tanga que oculte apenas las eminencias de sus credenciales masculinas, presente la urna a los candidatos para fijar su turno de participación. Más de la mitad de los electores son mujeres. ¿Se les privará de algo que sí se dio a los hombres? Democracia, señores consejeros, e imparcialidad. La ley de la materia los obliga a ser equitativos. Tienen ustedes la palabra...

FIN.

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