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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Aquella mujer le contó a su nueva amiga que era viuda de tres maridos anteriores, y se iba a casar por cuarta vez. "Te felicito -le dijo la otra-. Pero, si no es indiscreción, ¿de qué murieron tus tres anteriores esposos?". Responde la mujer: "Los dos primeros fallecieron por intoxicación. Comieron hongos venenosos". Inquiere la amiga: "¿Y el tercero?". "El tercero -contesta la otra- murió estrangulado". "¿Estrangulado?" -se alarma la amiga. "Sí -confirma la señora-. No quiso comerse los hongos". En la noche de bodas el novio puso una pequeña caja debajo de la cama, y le dijo a su flamante mujercita: "Esa caja estará siempre bajo nuestro lecho de esposos. Júrame que nunca la abrirás". Ella juró, y durante 40 años cumplió su promesa. La noche del aniversario, sin embargo, no pudo ya resistir la tentación. A escondidas de su consorte abrió la caja. Se sorprendió al ver que contenía tres envases vacíos de refresco y 50 mil pesos en billetes de diversas denominaciones. Llamó a su marido y le preguntó: "¿Qué significan esas tres botellas vacías?". Respondió él: "Ya que las has visto te haré una confesión. Cada una representa a una mujer con la que te he engañado". Pensó la señora: "Bueno, tres mujeres en 40 años no es mucho". Y se fue a dormir. Despertó sobresaltada de repente, movió a su marido y le preguntó: "Oye: ¿y esos 50 mil pesos?". Responde el señor: "Cada vez que la caja se llenaba de botellas, las vendía". Entre todos sus yerros y desatinos un mérito se puede atribuir a las dos administraciones panistas: el manejo de la macroeconomía ha sido acertado. Lo prueba la estabilidad económica que México ha mantenido en estos últimos años. No sé quién vaya a ganar la próxima elección presidencial. Me especializo en ver los toros desde la barrera, y sea quien sea el ganador tendré abundante material para la observación. Pero en medio de tantos males gozamos de una apreciable tranquilidad económica, al menos si descartamos algo que no se puede descartar: el creciente número de pobres, que ciertamente debería intranquilizarnos. Aun así espero que el próximo gobierno se abstenga de dar bandazos que perturben esa estabilidad. La lucha contra la pobreza puede darse sin provocar devaluaciones ni inflación, esos impuestos que los pobres terminan por pagar más que los ricos. Don Astasio llegó a su casa y, como de costumbre, sorprendió a su esposa, doña Facilisa, en erótico godeo con un desconocido. Desconocido para él, claro, pues las expresiones con que la esposa se dirigía a su conchabado denotaban bastante familiaridad. Le decía: "Negro hermoso", "Papacito lindo", y otras diversas palabras que implicaban que entre ella y el hombre había algo más que una mera amistad espiritual. Don Astasio colgó su saco, su sombrero y su bufanda en el perchero -usaba esas prendas aun en los más calurosos días de la canícula-, y luego fue al chifonier donde guardaba una libreta en la cual anotaba denuestos de mucho peso para fazferir a su mujer en tales ocasiones. Regresó y fustigó a su esposa con el último que había registrado. Le dijo: "¡Cachureca!". Esa palabra sirve en lengua coloquial para designar a la persona o cosa que se ha torcido. "¡Ay, Astasio! -replicó muy mortificada la señora-. ¿En momentos como éste me vienes con palabras que no entiendo?". "Tampoco yo entiendo -replicó el ofendido esposo- por qué aprovechas mis ausencias para entregarte a estos devaneos". "Señor mío -intervino en ese punto el hombre que estaba con doña Facilisa-, yo no soy ningún devaneo. Es la segunda vez que estoy con su señora, lo que prueba la permanencia de nuestras relaciones. Si bien es cierto que una golondrina no hace verano, dos sí". Don Astasio no hizo aprecio de la argumentación paremiológica del conchabado. Dijo a su esposa: "Voy a escribirte esa palabra, 'cachureca', en una tarjetita, para que en el momento que puedas la consultes y aprendas su significado. De la abundancia del corazón habla la boca, y un vocabulario amplio es sinónimo de buena educación". "Te lo agradezco mucho, Astasio -repuso la señora-. Bien decía mi mamá, que la última educación que una mujer recibe es la de su marido. Pero ahora no puedo recibir esa tarjeta, pues, como puedes ver, estoy algo ocupada. Hay un momento para cada cosa, y ahora es otra la que reclama mi atención". Así diciendo la señora siguió con sus meneos, y don Astasio fue a preparar la tarjetita. FIN.

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