Don Algón se compró un coche Alfa Romeo. Le dijo con orgullo a un amigo oriental que tenía: "Me acabo de comprar un automóvil Alfa". "¿Lomeo?" -completó el oriental. Rebufa don Algón: "¡Tú que lo meas y yo que te la parto!"... La palabra "madrastra" es muy fea palabra. Está cargada de significaciones negativas. El diccionario de la Academia dice que es vocablo despectivo, y lo hace equivalente de "cosa que incomoda o daña". En lengua de germanía la cárcel es llamada "la madrastra", y hay un refrán antiguo que asevera: "Madrastra, el nombre le basta". Alude el tal adagio al poco amor que algunas madrastras sienten por sus hijastros. Injusta consideración es ésa, si se generaliza. Conozco madrastras, y no pocas, que han sido madres para los hijos de su esposo o compañero, y se han ganado el cariño y el agradecimiento de ellos. Los cuentos infantiles, sin embargo, consagraron figuras crueles como la madrastra de Blanca Nieves, o la de Cenicienta, y ahora las madrastras -igual que sucede con las suegras- cargan mala fama. Eso es triste, pero más triste aún es que algunas madres actúen como madrastras malas. Tal es ahora el caso de España, nación a la que los mexicanos seguimos llamando nuestra Madre Patria. He aquí que el Gobierno de ese país está exigiendo a los mexicanos que llegan al aeropuerto de Barajas, en Madrid, una "carta invitación" expedida por algún español que invita al mexicano a alojarse en su domicilio en caso de que no vaya a quedarse en un hotel. Sin ese documento los viajeros a quienes se les pide no sólo no pueden ingresar en territorio español, sino que además son sometidos a tratos humillantes en el aeropuerto, hasta su deportación. Eso, además de injusto, es una gilipollez, como dirían los propios españoles. Los mexicanos no vamos a buscar trabajo en España: sabemos cómo está la situación allá. Son muchos españoles los que, al igual que en los pasados tiempos, vienen a buscar fortuna aquí. Invariablemente los recibimos bien, y ni siquiera las exorbitantes ganancias que algunas empresas españolas obtienen en nuestro país, y que se van a España, son motivo no ya de indignación, sino ni siquiera de malquerencia hacia aquellos a quienes seguimos viendo como hermanos por los vínculos, muchos y muy diversos, que unen a mexicanos y españoles. ¿Por qué nuestro Gobierno no protesta contra aquella medida discriminatoria? ¿Acaso en los aeropuertos mexicanos se pide a los españoles un documento como el que sus autoridades exigen a los viajeros procedentes de México? ¿No tenemos en España embajador que alce la voz en defensa de sus connacionales? Yo pensaba ir allá el próximo septiembre, a hacer -ahora en trayecto breve- el Camino de Santiago, que recorrí hace medio siglo de la mano de aquel irlandés divinamente loco, Walter Starkie. He decidido cancelar mi viaje. Así protesto, siquiera sea modestamente, contra ese atropello que no admite justificación alguna. Y no vengan a pedirme que reconsidere mi valiente decisión: seguiré amando a España y a su pueblo, pero seguiré protestando contra los estólidos gobernantes y burócratas que al parecer no conocen la forma en que México recibió a los españoles exiliados cuando la tragedia de su Guerra Civil. La ignorancia es falta grave. La ingratitud es peor. (¡Bófonos!)... Viene en seguida un cuento del peor gusto. Las personas que no gusten de leer cuentos del peor gusto sírvanse suspender aquí mismo la lectura, y prosíganla hasta donde dice FIN... Capronio, sujeto ruin y desconsiderado, viajó a cierto país extranjero en compañía de una mujer. Mientras ella descansaba en el hotel Capronio salió a caminar por las calles de la capital. De inmediato lo abordó un sujeto de aspecto estrafalario que le ofreció en voz baja: "Traigo una pastilla de Viagra. Deme 50 dólares por ella". "No los vale" -respondió Capronio". "40" -redujo el precio el hombre. "No los vale" -repitió Capronio. "Se la dejo en 30". "No los vale". "Está bien: 10 dólares por la pastilla". "No los vale". Desesperado ya, el individuo dijo: "Deme 2 dólares por ella". "No los vale" -volvió a decir Capronio. Clamó el otro: "¿Una pastilla de Viagra no vale dos dólares?". "No hablo de la pastilla -aclaró el vil Capronio-. Me refiero a la mujer con la que vengo. Ella no los vale"... FIN.