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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Astifino sospechaba que su esposa le era infiel. ¡Ah, los celos! Son ese "green ey'd monster" que dijo el admirado colega William Shakespeare, y que llevó a Otelo a cometer su crimen. Por causa de los celos la esposa que no encuentra un cabello de mujer en la solapa de su marido piensa que seguramente éste tiene una amante calva. Aquella ingente duda atormentaba día y noche a don Astifino. ¿Guardaba su esposa el juramento de fidelidad que había hecho ante el altar, o estaba faltando a la palabra dada? La duda que sentía el lacerado lo llevó a seguir a su consorte un día que ésta salió muy adornada y peripuesta. La vio subir a un automóvil que manejaba un hombre. Don Astifino detuvo a un taxi que pasaba, y le dijo al taxista las palabras que Hollywood ha hecho inmortales: "¡Siga a ese auto!". Aquel en que iba la pareja entró en un motel, lo cual hizo crecer la duda de don Astifino. ¿Eran fundadas sus sospechas? ¿Qué de veras su esposa le era infiel? La señora y su acompañante ocuparon una habitación. Don Astifino sabía que es de muy mala educación fisgar a las personas, pero la duda lo acuciaba en tal manera que venció todos sus escrúpulos y aplicó el ojo a la cerradura de la puerta. Lo que vio lo llenó de sobresalto. (Y eso que lo vio con un solo ojo. ¡Qué habría sido si lo hubiera mirado con los dos!). Vio que el sujeto entraba en el baño. La mujer, sin más ni más, empezó a desvestirse con premura. Se quitó la blusa; se quitó la falda; se quitó los zapatos; se quitó el corpiño, sostén, ajustador, brassiére o portabusto. Luego se tendió en la cama con voluptuosa actitud de gata en celo, y ahí procedió a despojarse de la última prenda -la braga, bombacha o pantaleta-, que arrojó al aire como hacen las bailarinas de burlesque. Voló por la habitación aquel breve bikini y fue a caer en el picaporte de la puerta, en modo tal que cubrió la cerradura y evitó que don Astifino pudiera seguir viendo lo que iba a suceder. Exclamó entonces el pobre, consternado: "¡Ah, la duda! ¡Siempre la maldita duda!". Yo no maldigo de la duda, pues vivo en estado de dubitación continua. Hasta de mis dudas dudo, si me es permitido el facilón retruécano. "Cogito, ergo sum", dijo Descartes. Pienso, luego existo. Yo me atrevo a decir: "Dubito, ergo cogito". Dudo, por lo tanto pienso. En mi opinión la duda enseña más que la certeza. La certidumbre es inmovilidad; la duda es búsqueda, y "retorromano" es lo relativo a Retia, la actual Suiza. Lo que sucede es que en estos últimos días me ha surgido una tremenda duda. ¿Cuál es el verdadero López Obrador? ¿El de antier, el de ayer o el de hoy? Antier -vale decir en la elección pasada- AMLO tronaba contra "el innombrable"; hablaba del "compló" orquestado contra él por la mafia del poder, y fustigaba con duros adjetivos a los ricos que expoliaban al pueblo y lo oprimían. Ayer, seguramente aconsejado por sus asesores, cambió su discurso a fin de no ser ya un peligro para México, y en edulcorados discursis (esta palabra la inventó Margarita Michelena) habló de la República Amorosa, tendió su mano franca a los empresarios, banqueros y público en general, y mostró a todos una franciscana mansedumbre fincada en la conciliación y el perdón universales. Hoy otra vez vuelve a ser rudo y belicoso, igual que hace seis años. Habla del copete de Peña Nieto, de su cola de dinosaurio, etcétera, y de nuevo sus huestes se muestran agresivas. Parece que recobrar sus antiguas tácticas rijosas le ha dado a AMLO buenos resultados, pues ha ido subiendo en las encuestas -ésas que están muy copeteadas-, y en algunas desplazó ya del segundo sitio a Josefina Vázquez Mota. Pero mi duda sigue. ¿Cuál es el verdadero López Obrador? ¿El de antier, el de ayer o el de hoy? (Asoma un lector y dice: "¿O -gulp- el de mañana?"). Un amigo de Babalucas le contó que había llevado en su automóvil a una chica a un paraje situado a varios kilómetros de la ciudad. Ahí le dijo: "O poninas o caminas". Ella, temerosa de que la dejara en descampado, accedió a sus instancias de libídine. Babalucas se prometió poner en práctica el recurso. Días después le contó a su amigo que a él no le había funcionado la estratagema. Cuando se vio a solas con la chica en el automóvil, lejos de la ciudad, le dijo aquello mismo: "O poninas o caminas". "Caminas tú" -le contestó la chica. Y lo hizo bajar del automóvil. "Es que el coche era de ella" -explicó avergonzado el badulaque... FIN.

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