"¡Mucho busto!". Así decían los señores, sin querer, cuando les presentaban a la hermana Tetonina, organista de la Iglesia de la Tercera Venida. (No confundir con la Iglesia de la Tercera Avenida, que permite el adulterio a condición de que no se cometa en domingo). Y es que la tal hermana tenía un tetamen comparado con el cual el de la edecán del pasado debate electoral es una tábula rasa, una planicie aburridísima. (Sé de un católico que vio la ubérrima región galáctica de Tetonina, y sin poderse contener profirió esta ecuménica declaración admirativa: "¡Uta! ¡Con ese pecho yo canto hasta el Alabado viejo!"). El caso es que la hermana se apenaba mucho porque los varones que concurrían al servicio dominical no escuchaban el sermón del reverendo Rocko Fages, pastor de la congregación, por estar viendo las redondeces y turgencias pectorales de la opípara organista. Ni siquiera cuando el predicador habló del infierno le pusieron atención. Tetonina habló con el resto de las hermanas, y una de ellas le dijo que si se ponía limón en las bubis seguramente se le achicarían, pues ese cítrico tiene virtudes astringentes, constrictivas, y disminuye el tamaño de las cosas. ("Ahora lo comprendo todo -manifestó, pensativa, una hermana-. A mi marido debe haberle caído un galón o más de jugo de limón allá donde les platiqué"). Así pues, antes de empezar el culto la hermana Tetonina se frotó abundantemente con limón los antedichos hemisferios. Poco después el reverendo Rocko Fages empezó su sermón, y dijo con la boca fruncida: "Hermanos, no sé lo que me pasa, que no puedo articular bien las palabras. Hasta parece que comí limón"... Por estos días se ha puesto muy de moda adular a los muchachos. Ahora todo mundo quiere ser el 132. La verdad, yo no aspiro a serlo. Mi edad y mi talante me lo estorban. No soy el 132, ni el 233, ni el 434. Soy el uno. Decir eso no entraña jactancia vanidosa. Significa que yo soy sencillamente yo. Tengo carácter individualista, no sé si para bien o para mal, y todo lo gregario me intimida. Prefiero ser, igual que Pedro Garfias, pastor de mis soledades. Reconozco que muchas veces es necesaria la asamblea, el grupo. No somos robinsones; vivimos en estado de comunidad. ( "Ningún hombre es una isla"). Pero debemos preservar ese yo esencial, irreductible, sin el cual corremos el peligro de masificarnos. Al ser como todos nos volvemos nadie. Los entes colectivos terminan siempre por ser colectivistas, si me es permitida la perogrullada. Quiero decir que muchas veces anulan la libertad individual con tal de ver plasmadas sus propuestas. En este movimiento estudiantil que algunos, quizá con demasiada premura, han llamado "la primavera mexicana", empiezo a percibir un vago tufillo autoritario. Las huestes juveniles han obtenido ya victorias valiosas y plausibles, esto es decir dignas de aplauso. No es poca cosa poner al gran poder televisivo en trance de enmendar el terreno y hacer concesiones que por sí solo no habría hecho. Pero sucede que ahora los muchachos quieren, igual que algunos viejos, que la televisión se ponga en cadena nacional -expresivo ese término, "cadena"- para que todos los mexicanos, velis nolis, o sea a huevo, veamos el próximo debate electoral. Mi familia y yo sostenemos una estación de radio cultural. Aunque la ley no nos obligaba, transmitimos el primer debate. Lo hicimos porque pensamos que la mayoría de nuestros oyentes quería escucharlo, aunque al hacer la transmisión privamos a otros de disfrutar uno de nuestros programas más oídos, "Ópera sin anestesia". Pero de ahí a que un grupo nos obligue a todos a ver u oír algo, sin dejarnos otra opción, hay mucha diferencia. Pienso que es un error, entonces, presionar para que las televisoras se encadenen. Los dueños han ofrecido ya transmitir el debate en sus canales de mayor audiencia. Hacer que por fuerza los transmitan en todos implica una actitud autoritaria que contradice los ideales de libertad, democracia y pluralismo que los jóvenes proclaman y enarbolan. Desde ahora les digo a los muchachos: quiero ver el debate, no sólo porque mi oficio de escribidor me lo demanda, sino porque en mi calidad de ciudadano me interesa verlo. Pero si las televisoras se encadenan, y quedo así obligado en forma coercitiva a ver la trasmisión, apagaré la tele, me pondré a leer un libro, y por los periódicos me enteraré al día siguiente del curso y resultado del encuentro. La libertad debe ser libre. Ese es mi principio. Y ese es también mi... FIN.