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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Desde que salió de su casa supo don Lacerio Malsinado que aquél no iba a ser su día. Y es que al salir pisó una deyección canina, quiero decir una caca de perro, augurio de segura malaventuranza. En efecto, pocas horas después le sucedió un acontecimiento desastrado. Sucede que don Lacerio tenía tratos de fornicio con una damisela fácil de su cuerpo. La citaba en cierto cafetín de barrio, y luego iba con ella a un motel de baja estofa llamado "Venus y Cupido", en cuya puerta había un letrero que decía: "120 pesos el rato. 200 si se tarda". A Clorilia -tal era el nombre de la citada maturranga- le gustaba mucho ir ahí, pues las habitaciones tenían baño de vapor, lo cual consideraba ella un lujo portentoso del cual hablaba luego con orgullo a sus amigas. Además se llevaba a su casa el pequeño jabón color de rosa, el peine blanco y las dos pastillas de menta que el establecimiento daba de cortesía a sus clientes. Pero advierto que estoy divagando. Cuando uno ya no puede vagar le queda como consuelo divagar. Sucedió que el señor Malsinado fue aquel día al motel con la mencionada pecatriz. Cumplido el irregular concúbito que lo llevaba ahí cada jueves de 6 a 7 de la tarde, salía ya del establecimiento cuando -¡oh desgracia!- vio que su esposa iba entrando al motel del brazo de un sujeto. A su vez la señora vio a su marido, y en primera instancia se asustó bastante. Pero de inmediato se repuso, y aparentando enojo le dijo a don Lacerio con simulada furia: "¡Por fin logré pescarte, desgraciado! ¡Y qué bueno que en esta ocasión traje un testigo!". En una república cuyo nombre no diré para no provocar una crisis en el ministerio, el embajador de una nación extranjera hizo una visita a uno de los miembros del gabinete. Al salir del despacho del funcionario notó que su reloj de bolsillo, un finísimo Patek Philippe de 23 joyas, había desaparecido. Pidió hablar con el Presidente de la República, y lo contó lo que había sucedido. De inmediato el mandatario se dirigió a la oficina del funcionario. Volvió poco después y le dijo al embajador: "Aquí tiene usted su reloj". Y le entregó la joya. "Gracias, señor Presidente -agradeció el diplomático-. Espero que este reloj no haya causado algún problema entre usted y su colaborador". "De ninguna manera -respondió el Presidente-. Ni siquiera se dio cuenta de que se lo saqué". Afrodisio Pitongo, galán concupiscente, le reveló a Babalucas su método para llevar a las mujeres a la cama. Le dijo: "Cuando conozcas a una chica pídele que escoja un número del uno al cinco. Ella responderá, por ejemplo: 'Cuatro'. Entones dile: 'Adivinaste. El premio es ir a la cama conmigo'. Casi todas aceptan, divertidas". Babalucas prometió poner en práctica aquella fórmula infalible. Esa misma noche conoció a una linda chica muy bien dispuesta. Le pidió prontamente: "Escoge un número del uno al cinco". Sonriendo contestó la muchacha: "Tres". "Qué lástima -se entristeció Babalucas-. Le fallaste por uno. Si hubieras dicho 'Cuatro' habrías podido ir conmigo a la cama". El oftalmólogo le indicó a Whacko Jerkoff, adolescente flaco y escuchimizado: "Suspende inmediatamente el placer solitario". "¿Por qué, doctor? -se inquietó Whako-. ¿Podría quedarme ciego, me volveré loco, o me saldrá pelo en la palma de la mano?". Respondió el facultativo: "No te sucederá ninguna de esas tres cosas que el folclor popular asocia con el onanismo. Pero estás asustando a los demás pacientes que esperan contigo en la recepción". El niño jugaba con su estuche de química en la cochera de la casa. Su abuela le preguntó: "¿Qué haces?". Responde el chamaquito: "Desarrollé una fórmula que da a las cosas dureza y rigidez. Mira esto". Así diciendo tomó un trocito de cordel, lo sumergió en el líquido de una probeta y luego lo clavó en la pared con un martillo, pues el cordón había adquirido firmeza metálica de clavo. "Hijo -le pide la señora-, ve y trae a tu abuelo". "¿Para qué?" -pregunta el niño. Responde la abuelita: "Con esta fórmula tú te vas a hacer rico, y tu abuelo me va a hacer rico a mí". El elefante vio a una camella, y le dijo con burlón acento refiriéndose a las dos gibas de su lomo: "Primera hembra que veo que tiene las bubis en la espalda". Respondió la camella sin vacilación: "Y primer macho que veo yo que tiene la pija en la cara". FIN

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