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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

A don Astasio Cornífero lo perseguía un sino adverso: su esposa lo engañaba tres veces por semana: lunes, miércoles y viernes. El lacerado atribuía esa desgracia al clima húmedo y cálido de la ciudad donde vivía con su mujer. No andaba tan errado; en un famoso dístico de su "Don Juan" dice Lord Byron: "What men call 'gallantry', and gods 'adultery', / is much more common where the climate's sultry". "Lo que los hombres llaman 'galantería', y los dioses 'adulterio', es más común en los climas húmedos y cálidos. Esa palabra, "sultry", aparece en la hilarante película "Throw momma from the train" (1987, con Danny de Vito y Billy Cristal), y hace alusión a un calor y una humedad opresivos, como los que privan en el cuento "Lluvia", de Somerset Maugham. Pero advierto que me estoy apartando de un relato que ni siquiera he comenzado todavía. Tan habituales eran los desvíos de su esposa que don Astasio se había acostumbrado ya a ellos. Tenía una libreta que él mismo había forrado en percalina roja en la cual anotaba palabras de invectiva para fazferir a su esposa cuando la sorprendía empiluchada con uno de sus coimes. Al entrar en la casa don Astasio oyó acezos, jadeos y resoplidos. No necesitó más para saber que su consorte estaba en uno de sus ilícitos concúbitos. Oyó también, y eso fortaleció su certidumbre, un rítmico sonido acompasado que podía medirse con metrónomo: el que causaba el lecho al rechinar por aquellos eróticos meneos. El amor no es el eco lejano de un violín: es el triunfante resonar de un tambor (de cama). Fue don Astasio al chifonier donde guardaba la libretita arriba mencionada y consultó el vocablo más reciente que en ella había registrado. Se dirigió luego a la recámara y le espetó esta dura palabra a su mujer: "¡Pelota!". Tal es uno de los incontables términos que el habla coloquial emplea para aludir a una mujer liviana. (Muy pocos hay, por cierto, para hacer referencia a un hombre liviano. El lenguaje, como las religiones, sufre de una incurable misoginia). La Academia dice en su lexicón que el término "pelota" es sinónimo de prostituta, "porque pasa por todas las manos". Doña Facilisa se oyó llamar así, pelota, y replicó: "No estoy tan gorda, Astasio". El pobre marido hubo de dedicar unos minutos a explicar a su mujer que aquel voquible no tenía nada qué ver con su robustez, sino se relacionaba más bien con su conducta. Debo decir en honor de la verdad que durante el tiempo que duró la explanación no cesaron los movimientos de émbolo de la pareja, y ni siquiera perdieron su compás de 3 por 4, valseadito. ¡Qué bonito es no perder la concentración, ni distraerse cuando se está haciendo algo! "Te ruego, Astasio -dijo doña Facilisa- que no pienses mal. Esto no es lo que parece". "¡Cómo no! -protestó con iracundia el mitrado marido-. ¿Acaso crees que no sé lo que es la posición del misionero?". (En efecto, tal postura era la que en ese momento practicaban -es un decir, pues ya la tenían muy dominada- los ilícitos amantes). "Esto te probará -replicó doña Facilisa- que soy dada a lo religioso, y además apegada a lo tradicional. Si viviera yo en los Estados Unidos sería republicana". "No cabe hablar de política en estos momentos -replicó don Astasio-, y menos de política extranjera, tomando en cuenta los momentos críticos que vive nuestro propio país. Explícame por qué te encuentro en esta situación". "Si hubieras llegado antes -contestó doña Facilisa- me habrías encontrado en otra, pues la del misionero no es la única postura que me sé". "No me refiero a eso -rebufó señor-. Dime por qué te hallo yogando con este inverecundo mozallón, en quien por cierto reconozco al repartidor de pizzas. ¿Acaso me equivoco?". "No, señor -intervino en este punto el acompañante de doña Facilisa-. Soy, efectivamente, el repartidor de pizas. También compongo celulares". Explicó doña Facilisa: "Me encuentras yogando con él porque llegaste más temprano que de costumbre. ¡Ah! ¡No podemos las esposas confiarnos de nuestros maridos! Además quiero que sepas que el muchacho trajo la pizza antes de los 29 minutos reglamentarios, y yo no tenía cambio para darle su propina. ¿Querías que lo despachara sin retribuir su prontitud con algo?". Don Astasio suspiró y salió del cuarto. Pensó que su esposa debía dedicarse a la política: siempre tenía algún pretexto para justificar sus culpas. FIN.

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