Aquellos casados se divorciaron, y ambos querían la custodia del único hijo que tenían. "Señor juez -alegó ella-, yo eché ese niño al mundo". "Es cierto -reconoció el marido-. Pero si yo pongo una moneda en una máquina expendedora de refrescos, y la máquina echa uno, dígame, señor juez: ¿de quién es el refresco? ¿Mío o de la máquina?". El saloon o taberna de Dodge City, un pueblo del salvaje Oeste, estaba lleno de "surly spitoon-fillers", si me es permitido usar la frase empleada por John Huston para describir a los rudos vaqueros de sus películas: "insolentes llenadores de escupideras". Salió uno del local, y volvió al punto hecho una furia. Preguntó desde la puerta con iracundo acento: ¿Quién fue el sob (es decir el son of bitch, hijo de perra) que pintó a mi caballo de color de rosa?". Al oír aquello los broncos parroquianos soltaron el trapo de la risa, lo cual encrespó más al dueño del animal. Sacó la pistola y amenazó: "No voy a preguntar por tercera vez (en realidad había preguntado una vez solamente, pero la ira lo hizo perder la cuenta). ¿Quién fue el jackass (idiota) que pintó a mi caballo?". Se levantó un hombrón de estatura descomunal y musculatura lacertosa, que además portaba una escopeta cuata de cañón recortado que apuntó hacia el quejoso. Dijo con ronco y ominoso acento: "Yo fui el que pintó a su caballo de color de rosa. ¿Para qué soy bueno?". El otro enfundó al punto su pistola y respondió con voz muy suave: "Quería decirle que ya secó la pintura, y que si no sería tan amable de darle una segunda capa, para que quede mejor"... Yo duermo poco: 4 o 5 horas de sueño son suficientes para mí. Y esto no es cosa de los años; igual era cuando tenía pocos. Eso me hizo ser famélico lector: los libros son el mejor alimento del insomnio, sabrosa carne en la vigilia. De leer pasé a escribir, lo cual es para mí quehacer también de madrugada. Veces hay en que a las 7 de la mañana ya hice mi tarea del día, y el resto de las horas lo puedo dedicar a la vagancia, el oficio en que mejor me desenvuelvo. Ayer domingo, por ejemplo, terminé de pergeñar estos renglones antes de que el sol asomara sus pompas sobre la madre sierra de Zapalinamé, una de las hermosas montañas que circundan el anchuroso valle de Saltillo. Pienso que a esa hora aún no se habían levantado -cada uno por su lado, claro- Josefina Vázquez Mota, Enrique Peña Nieto, Andrés Manuel López Obrador y Gabriel Quadri. Por lo tanto no hago hoy la reseña de lo que anoche sucedió -o no sucedió- en el debate de Guadalajara. La haré mañana, si el tiempo no lo impide y previo permiso de la Autoridad, según la fórmula solemne que se inscribe en los carteles de los toros. Espero sinceramente que esa tardanza mía no vaya a tener en vilo a la República. Y espero también que ese debate haya servido para aclarar el panorama electoral, en vez de para poner en él mayor calígine. Ojalá no se haya presentado en el encuentro de los candidatos la crispación que se ve en esta campaña, y que no había yo observado en otras, ni aun en la pasada. ¿Por qué no podemos aprender a dirimir nuestras diferencias de política en forma democrática, quiero decir civil -civilizada-, y en cambio recurrimos al insulto, a las injurias más pedestres y bajunas, que ahora encuentran campo fértil en el cómodo y cobardón anonimato que brindan la Internet y las llamadas redes sociales, tan poco sociales muchas veces? ¿Por qué hacemos del miedo, del rencor, y aun del odio, los ingredientes principales del proceso electoral, en vez de encaminarlo por las vías del diálogo, de la tolerancia, del respeto a las opiniones del otro, de la pluralidad? Y otra pregunta que siempre me atormenta: ¿cuál es la capital de Dakota del Sur? Tantas interrogantes me desasosiegan. Mejor daré salida a un chascarrillo final, y luego haré mutis, seguramente con el agradecimiento de mis cuatro lectores... Un hombre solitario bebía su copa, silencioso, en cierto bar. El cantinero, compasivo como todos los de su profesión, le preguntó qué le pasaba, por qué estaba tan triste. Respondió con acento congojoso el desdichado: "Mi esposa se disgustó conmigo, y me dijo que dejaría de hablarme por un mes". "Caramba, amigo -se condolió el cantinero-. Sobrado motivo tiene usted para estar tan afligido". "Sí -replica sombrío el individuo-. Hoy se cumple el mes"... FIN.