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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Dulcilí, ingenua recién casada, le escondió aquella noche a su marido la almohada, y le dobló la sábana en tal modo que el muchacho no pudo extender las piernas en el lecho. "¿Por qué hiciste eso?" -le preguntó él, extrañado. Contestó Dulcilí: "Recuerda que me dijiste que querías que esta noche te hiciera travesuras en la cama". Tendrán que perdonarme, pero yo no confío mucho en las decisiones de ese vago ente al que llaman "el pueblo". Decir eso, lo sé, es políticamente incorrecto. Sin embargo un episodio como aquél de Jesús y Barrabás sería suficiente para corroborar mi escepticismo. Si es cierto eso de que "Vox populi vox Dei", la voz del pueblo es la voz de Dios, el tal dios debe ser alguno caprichoso, y muchas veces cegatón. Yo creo en el pueblo, pero en el pueblo artesano; en el pueblo inventor del lenguaje, de los refranes, de las canciones y poemas que no tienen autor. No creo en ese inventado pueblo al que invocan los políticos y en el que dicen fincar sus decisiones. "Mis asesores son la gente", proclama López Obrador. Permítanme dudarlo. Sus asesores, igual que los de Peña Nieto y Josefina, son banqueros, economistas, empresarios, intelectuales, publicistas, encuestadores, periodistas, expertos en imagen, etcétera. Desde luego también ellos son gente, al menos algunos, pero la gente común no asesora a ninguno de los candidatos. Más bien ellos se asesoran para llegarle a la gente, para decirle lo que quiere oír. Yo tuve amistad con don Carlos Madrazo. Cuando el gran tabasqueño viajaba a Monterrey nos reuníamos con él un grupo de amigos tanto de mi ciudad como regiomontanos y tamaulipecos. No éramos muchos, quizás una docena. Gustaba Madrazo de ir a un hotel en las alturas de Chipinque, pues ahí, apartado del bullicio de la falsa sociedad, podía ser él mismo. Conversaba pirotécnicamente, y en ocasiones recitaba con brillo y donosura versos que se sabía de memoria. Siempre decía aquéllos de Tablada: "Mujeres que pasáis por la Quinta Avenida, / tan cerca de mis ojos, tan lejos de mi vida.". Una tarde que se hablaba de política declaró Madrazo: "Si a mediodía el pueblo dice que es de noche, hay que encender los faroles". Yo me atreví a disentir. Manifesté que si a mediodía el pueblo dice que es de noche hay que sacarlo al sol, cuya luz -no la de los faroles- lo convencerá de su error. La democracia debería ser el gobierno de los pocos -es decir de los mejores- en beneficio de los muchos. El próximo Presidente, sea quien sea, él o ella, deberá encaminar todas sus acciones al bien de los pobres de México. Aquél que lo entienda así, y actúe en consecuencia, será un buen Presidente. En caso contrario será un mero empleado del dinero y del poder. Viene en seguida un cuento sumamente colorado. Lo leyó doña Tebaida Tridua, censora de la pública moral, y cayó al suelo privada de sentido. Las personas que teman caer al suelo privadas de sentido deben abstenerse de leer esa tremenda badomía. Doña Macalota, mujer de don Chinguetas, era muy celosa. En abono de la sinceridad he de decir que sus celos tenían justificación: don Chinguetas, senescente rabo verde, no perdía ocasión de echar una canita al aire, y con frecuencia incurría en devaneos de fornicio impropios de su estado civil y de su edad. Así, cuando el señor llegaba a su casa por la noche doña Macalota lo sometía a una inspección rigurosísima, como de cancerbero o argos: le revisaba las solapas del saco por ver si no traía en ellas algún cabello femenino; le buscaba señas de lápiz labial en la camisa; lo oliscaba con olfato de sabueso a fin de percibir en él algún aroma de jabón chiquito, de esos que en los moteles (según me han dicho) se usan. Una noche, después de revisarlo concienzudamente, doña Macalota le propinó una furibunda bofetada que derribó a don Chinguetas y lo dejó aturdido y derrengado. "¿Por qué me golpeaste así, mujer? -alcanzó a farfullar el casquivano esposo-. ¿Acaso hallaste en mí algún cabello de mujer, un leve trazo de bilé, o perfume de jabón pecaminoso?". "Nada de eso encontré -respondió colérica doña Macalota-. Pero traes en las orejas crema para las piernas". (No le entendí). FIN.

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