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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

“Estaba follando” -declaró el testigo cuando el abogado defensor le preguntó qué hacía el acusado aquella noche. El juez se molestó. “No diga esa palabra en mi juzgado -amonestó, severo, al declarante-. Use otra menos dura; nuestra lengua es muy rica en eufemismos que suavizan la expresión”. Luego, volviéndose hacia el abogado, le ordenó: “Repítale la pregunta a su testigo”. Volvió a inquirir el defensor: “¿Qué hacía el acusado aquella noche?”. “Mire usted, abogado -responde con impaciencia el individuo-. Estaba encima de la mujer, con los pantalones abajo ymoviéndose rítmicamente. Si eso no es estar follando me gustaría saber entonces qué es”... El instructor de la escuela de manejo le dijo al papá de Susiflor: “Ya no le daré clases a su hija”. “¿Por qué?” -se amoscó el progenitor. Responde el otro: “No puedo hacer que se siente en el automóvil”... Yo soy del tiempo de la Segunda Guerra. Las canas me hacen parecer de la Primera, es cierto -y eso que no estoy aflojado ni en terracería ni en pavimento-, pero soy de más acá. Guardo recuerdos vivos de aquellos años. El papá demi amigo Miguel Ángel, don Hipólito Arizpe, noble señor que poseía el don de sentir el agua en las entrañas de la tierra, nos advertía que si no hacíamos la tarea -estábamos en primer año de primaria- vendría por nosotros un hombre muy malo que se llamaba Hitler. Terminábamos nuestros deberes escolares a la luz de una vela o un quinqué, pues todas las noches había apagones, por el racionamiento de la energía eléctrica. De ese conflicto bélico surgieron luego películas famosas que vimos en el Cinema Palacio, cuyo gran edificio, hecho en el más puro estilo de art déco, era -y es todavía- tan hermoso que mereció ser tema de un cuadro de Edward Hopper. Clásicos son aquellos films de guerra: “Arenas de Iwo Jima”; “Aventuras en Birmania”; “Patrulla de Batán”. Por estos días -precisamente por estos días- se han proyectado en México dos películas de guerra: “La Cristiada” y “Colosio, el asesinato”. Digo que son de guerra porque las campañas políticas son una guerra, y esas dos cintas son de propaganda política. La época en que aparecen sugiere que fueron hechas por encargo. Ambas tienen un objetivo claro: van contra Enrique Peña Nieto, el candidato más atacado en la campaña. “La Cristiada” es un bodrio efectista y maniqueo.No lo digo yo: lo dice Pipo Lanarts, famoso crítico de arte. La tal película, llena de falsedades y deformaciones, fue ocasión para que Rubén Blades hiciera el ridículo representando a Calles con piochita. Ese “blooper” elemental demuestra que el actor ni siquiera estudió su personaje, mínima exigencia profesional en un artista. Burda y tendenciosa es esa versión de uno de los conflictos de más puro origen y de más triste fin en la historia mexicana: la guerra de los cristeros. En cuanto al otro film, “Colosio”, Pipo Lanarts no lo ha visto, y muy posiblemente se abstendrá de verlo. Él es crítico de cine, no de spots políticos. Se pregunta, sí, de dónde saldría el dinero para pagar esas dos películas tan oportunistas.Ambas tienen el mismo claro fin: quitarle votos al priista. El mensaje de “La Cristiada” es simple: Plutarco Elías Calles, el mortal enemigo de la Iglesia, es el fundador de lo que luego sería el PRI.Votar por un priista, entonces, sería ofender la memoria de los mártires de la fe católica. La idea que proyecta “Colosio, el asesinato”, es igualmente obvia: el sonorense fue víctima de los antecesores de Peña Nieto. Por todas partes se oyen voces que exigen -y qué buenotransparencia en la lucha electoral y en los fondos que a ella se destinan. ¿Sabremos alguna vez de dónde salieron los dineros que pagaron el costo de producción, seguramente alto, de esas dos películas de tan evidente propaganda política?... Doña Frigidia, ya se sabe, es la mujer más fría del planeta. Su esposo, don Frustracio, resiente mucho la falta de apetito sexual de su mujer, que de continuo le niega el cuchi cuchi, y eso sin causas de política. El infeliz marido bebe mucho a causa de eso, y comenta con los amigos en el bar sus desazones conyugales. Ayer, por ejemplo, narró esto: “Le dije a mi esposa que me gusta mucho la ropa interior negra”. “¿Ah sí? -se interesó uno de los contertulios-. Y ella ¿qué hizo?”. Contestó muy mohíno don Frustracio: “Dejó de lavármela durante un mes”... FIN.

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