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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Le compro a su esposa". Don Chinguetas y doña Macalota andaban de turistas por el norte de África, y en el zoco de una ciudad del desierto don Chinguetas recibió aquella peregrina oferta por parte de un nativo. Dijo el hombre: "Le doy cien camellos por ella. Sé que la oferta es excesiva -aquí una mujer cuesta dos camellos-, pero la señora me gusta: es gorda, debe pesar lo menos 12 arrobas". (Nota de la redacción: cada arroba equivale a 11 kilos y medio). "Además -prosiguió el tipo después de esperar a que la redacción hiciera esa nota-, su esposa se ve mal encarada, fiera. Es la clase de mujer que me gusta para hacer el kushi-kushi". (Segunda nota de la redacción: Con ese nombre se conoce en los países norafricanos lo que aquí llamamos "cuchi cuchi"). Casi sin esperar a que la redacción terminara de hacer esta segunda anotación el individuo le repitió su oferta al visitante: "Le compro a su mujer, le digo. Le doy cien camellos por ella". Don Chinguetas quedó en silencio. Después de larga pausa respondió: "La señora no está en venta". El presunto comprador se alejó mascullando pesias en su idioma. Doña Macalota, lejos de sentirse halagada por los rijos que había despertado en el sujeto, y por la generosa oferta con que trató de conseguirla, estaba enojadísima. Tenía humos de feminismo, y el ofrecimiento de comprarla le pareció machista, atentatorio contra los derechos de la mujer. Pero otra cosa le indignaba más. Con tono destemplado le preguntó a su esposo: "¿Por qué tardaste tanto en decir 'No' cuando ese hombre quiso comprarme?". Replicó don Chinguetas: "Pensé bien las cosas, y concluí que sería muy difícil llevar conmigo los cien camellos y tenerlos en la casa"... Yo digo las cosas como son. (Si tuviera más imaginación diría las cosas como no son). Pienso que son exagerados los temores que ha suscitado la declaración en el sentido de que el candidato de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, se propone democratizar los medios, especialmente la televisión. Entiendo que ése es también uno de los objetivos del movimiento #YoSoy132, según sus voceros han manifestado. Hay quienes ven en ese intento democratizador un asomo de fascismo, e imaginan Comités del Pueblo formados por hombres y mujeres de uniforme que impondrían sus contenidos a las televisoras, censurarían sus programas y vigilarían su conducta para que no se apartara de la línea marcada por el régimen. Suponer eso es llevar las cosas demasiado lejos. No estamos en Cuba oVenezuela. Yo creo que en el caso de México democratizar la televisión consiste en hacer que don Fulano o don Mengano tengan su propia cadena televisiva. Cuando ese propósito se logre la televisión habrá quedado democratizada, y cada chango a su mecate, si me es permitida esa ática expresión. Nadie piensa en la posibilidad de que haya una cuarta, una quinta o una sexta cadena, o de que cualquier ciudadano con interés en los medios electrónicos pueda tener acceso a una concesión. Si el duopolio se convierte en triopolio -o como se diga- el asunto quedará arreglado. En eso consiste la democratización de los medios. Y en eso, por desgracia, consiste en buena parte la elección presidencial... Desde la mismísima noche de bodas el esposo insistió en apagar la luz al realizar el acto del amor. Eso fue motivo de extrañeza para su mujer, pero no dijo nada. Transcurrieron las semanas y los meses, y él apagaba siempre la luz en el momento de la intimidad. Pasó el tiempo, y el marido persistió en esa costumbre. Llegó la noche en que la pareja celebró 20 años de matrimonio. Después de cenar con sus siete hijos los casados se fueron a la cama y se dispusieron a la entrega mutua. El tipo, como de costumbre, apagó la luz. En medio de la acción la señora consideró que aquello era ridículo, que había llegado el tiempo de hacer las cosas con la luz prendida. La encendió, en efecto, y lo que vio la dejó estupefacta: en el trance de la refocilación su marido no hacía uso de su parte anatómica correspondiente: empleaba un juguete erótico de plástico. "¡Ah, canalla! -profirió hecha una furia-. ¡Ahora veo que desde el principio me has tenido en el engaño! ¡Habla, bellaco! ¡Me debes una explicación por el uso de ese artilugio plástico!". Responde con toda calma el individuo: "Te explicaré lo del artilugio si tú me explicas lo de los siete hijos"... FIN.

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