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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Mágico pueblo y Pueblo Mágico es Santiago, Nuevo León, muy rico en ingeniosos personajes. De ahí era la Perolona, hombre de apodo peregrino que no le vino de parecer perol o cosa semejante, sino de su costumbre de ofrecer en venta sacos hechos de lona que se birlaba bonitamente, uno cada día, cuando iba al otro lado a las pizcas del algodón, y que luego traía para realizarlos entre sus convecinos. Decía: "Te vendo este costal de lona". Y seguidamente reiteraba, enfático, para ponderar la calidad de la tela: "Pero lona". De ahí aquel remoquete: la Perolona. De Santiago fue también aquel señor que perdió las piernas en un accidente desastrado, y como ya no pudo ayudar con dinero a sus sobrinos éstos le volvieron la espalda. Él los amenazó y maldijo: "Cuando me muera van a ver". Poco después el infeliz pasó a mejor vida. La misa de sus funerales se llevó a cabo en el lindísimo templo santiaguense, al que se llega por una empinada escalera de numerosas gradas. Terminado el oficio el cortejo se encaminó al panteón municipal. Ya en la tumba los sobrinos le pidieron al enterrador que abriera la tapa del ataúd para ver por última vez a su adorado tío. El de las pompas fúnebres hizo lo que se le pedía, y he aquí -¡horror! que el cuerpo había desaparecido. El señor no estaba ya en la caja. Sus ingratos sobrinos se espantaron. Recordaron la maldición que el difunto había hecho caer sobre ellos: "Cuando me muera van a ver", y pensaron que el muerto había escapado para volver después, fantasma, a cobrar su venganza de ultratumba. Pero todo tiene una explicación, excepción hecha de lo inexplicable. Sucedió que al bajar los dolientes con el ataúd la inclinada escalera de la iglesia, el cuerpo del muertito se deslizó hacia abajo de la caja, por la falta de piernas del finado, de manera que al ser abierta la tapa del féretro, que está en el extremo correspondiente al rostro del difunto, no se vio nada. ¡Vaya susto! Es otra, sin embargo, la anécdota que me interesa relatar como ilustración para mi comentario de hoy. Cierto trabajador de la fábrica textil que había en Santiago cobraba cada sábado su paga, de 80 pesos semanales. Un día le pusieron por equivocación 100 en el sobre. No dijo nada él: hay que sufrir con cristiana resignación las fallas de nuestro prójimo. Pero llegó el siguiente sábado, y al abrir su sobre se dio cuenta de que contenía nada más 60 pesos. Airado, fue a reclamar a la oficina. El pagador le dijo: "El sábado anterior le pusimos 100, equivocadamente. ¿Por qué esa vez no dijo nada, y ahora sí viene a reclamar?". Respondió con ofendida dignidad el hombre: "Porque un error se los puedo perdonar, pero dos ya no". Cuando Reforma publicó la encuesta que ponía a López Obrador a sólo 4 puntos de Enrique Peña Nieto, el tabasqueño recibió con mucho beneplácito esa encuesta, y jubilosamente la esgrimió como prueba indubitable de su ascenso en la preferencia de los electores. Ahora que una nueva encuesta del mismo periódico lo sitúa 12 puntos por abajo del candidato priista, AMLO dice, mohíno y enfadado, que debe haber un error. Aceptó la primera encuesta, que lo beneficiaba, pero rechaza la segunda, que no lo favorece. También él puede perdonar un error, pero dos no... Don Otonio Pitorreal, senescente galán a quien la edad no había hecho perder sus rijos de varón, invitó a salir a Himenia Camafría, madura señorita soltera. Ella quiso informarse acerca de las costumbres de su invitador, para lo cual buscó a su amiguita Solicia Sinpitier, pues supo que alguna vez había salido con él. Le dijo la señorita Sinpitier: "Cuando salí con don Otonio se mostró perfecto caballero en la primera parte de la cita. Me invitó una copa de champaña, me llevó a cenar, y luego me condujo en su automóvil al romántico paraje que el vulgo llama 'El ensalivadero'. Ahí se operó en él una transformación que me dejó sin habla. Se lanzó de repente sobre mí; me desgarró el hermoso vestido que llevaba, de gasa y organdí, que había yo comprado a precio de oro especialmente para la ocasión, y luego me poseyó con violencia, cual si fuera vikingo del norte o cosaco de las estepas del Asia Central". "¡Mano Poderosa! -exclamó asustada la señorita Himenia, que guardaba esa jaculatoria para las grandes ocasiones-. ¿Quieres decirme que no debo salir con don Otonio?". "No -aclara la señorita Sinpitier-. Lo que quiero decirte es que lleves a la cita un vestidito viejo"... FIN.

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