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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Igual que todos los días, ayer dejé la cama a las 5 y media de la madrugada. Me preparé un café -hace años, después de mucho batallar, mi esposa consiguió enseñarme a no quemar el agua-, y me apliqué después a la tarea de leer los periódicos en uno de esos modernos artilugios cuyo nombre ni siquiera conozco a ciencia cierta (¿iPad?), pero que más o menos puedo manejar, en este caso gracias a las lecciones aprendidas de mis nietos. Me enteré de la última manifestación anti-Peña Nieto llevada a cabo en la mismísima víspera de la elección por ese movimiento químicamente puro y absolutamente apartidista, el #YoSoy132. Me tranquilicé al leer a mis sabios colegas de los distintos diarios, pues me di cuenta de que acerca del posible resultado de la votación todos estaban tan perplejos como yo, que no soy sabio. En seguida fui a votar con mi mujer. Aunque la hora era temprana había ya una gran afluencia de electores. Cumplimos ella y yo nuestro deber de ciudadanos, y luego, con el pulgar orgullosamente manchado, fuimos al Oxxo más cercano a pedir el sabroso cafecito que se daba gratis a los que hubiesen ido a votar. ¡Qué buena promoción la de esa cadena de tiendas, y cuán valiosa desde el punto de vista cívico! Mientras gozaba ese segundo café de la mañana -de tres o cuatro necesito para que las neuronas me funcionen- pensé que hemos ido avanzando en el camino del ejercicio democrático, siquiera sea con lentitud. Hace unos cuantos ayeres sabíamos quién iba a ganar la elección meses antes de que se realizara. Ahora debemos esperar a conocer el resultado de la votación, aunque en ocasiones lo esperemos, como decían nuestros abuelos, con el alma en un hilo y el Jesús en la boca. En estos tiempos ya no votan los muertos, según el uso antiguo. Allá en aquellos años un cierto amigo mío fue contratado para buscar nombres en los cementerios tradicionales de mi ciudad, Saltillo: el de Santiago y el de San Esteban. Los nombres de esos difuntitos se inscribirían en un falso padrón de ciudadanos cuyos votos serían todos para el partido oficial. (Entonces padecíamos un solo partido oficial; ahora padecemos siete). Acompañó a mi amigo un representante de esa organización. Mi amigo le dijo mientras trataba de leer en vano el nombre en una tumba: "Este nombre no lo voy a poner. Está muy borroso por el polvo". Enérgico, le ordenó el representante: "Limpia la lápida y escribe en la lista el nombre de ese muerto. Tiene tanto derecho a votar como los otros". En tiempos aún más lejanos el candidato oficialista obtenía sus votos mediante dádivas alimentarias. Un ingenioso autor pergeñó en aquel entonces un epigrama en versos cuatrisílabos: "Barbacoa. / Buen pulquito. / Cito plebe... / Plebiscito". Después la barbacoa se convirtió en tortas y pan pintado, y ahora toma la forma de "conciertos populares". Y es que en los países pobres la democracia no viste la impoluta clámide ateniense: se cubre todavía con sucia y mal cosida tela que sirve apenas para cubrir las deficiencias que derivan de la mala educación. Pero hemos ido progresando, que ni duda. Escribo esto en horas en que aún no se conoce el resultado de la elección. Espero con buena fe y absoluta buena voluntad que sea cual haya sido ese resultado sirva para impulsar la democracia en el País, y no para menoscabarla o suspenderla. Espero también que los candidatos, lo mismo que sus partidos y organizaciones afines, sepan respetar a México y a los mexicanos, y reconozcan todos, con dignidad y altura de miras, el resultado de la elección según las cifras obtenidas por los ciudadanos encargados del proceso. Espero que todos se apeguen a la legalidad, eviten cualquier forma de violencia y presenten sus impugnaciones por las vías legales correspondientes, usando los recursos que la legislación ofrece y desechando toda forma indebida de presión. Por encima de cualquier ambición personalista, de cualquier interés partidario o de grupos económicos, está el supremo bien de la Nación. Atentar contra ese bien es atentar contra los mexicanos y poner en riesgo el futuro de la Patria. Concluido este proceso debemos volver a unirnos todos en la común labor de hacer de México una casa mejor para nosotros y para nuestros hijos y los hijos de ellos. El apego a la democracia y el respeto a la ley son condiciones de las cuales nadie se puede apartar sin exponerse a ser considerado un mal mexicano y un enemigo de la comunidad... FIN.

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