EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Tengo el gusto de presentarles a un nuevo personaje de esta columnejilla. Se llama Fuc King, y es soberano de las Islas Hamburger, un archipiélago situado en las Indias Septentrionales, al sur del ecuador boreal. El reverendo Rocko Fages, misionero, llegó al reino de Fuc y le preguntó si estaba casado con su esposa la reina. El monarca contestó que no: en sus islas no existía el matrimonio. "Pues usted y todos sus súbditos deben casarse -lo amonestó el predicador-. Mañana mismo oficiaré la ceremonia". En efecto, al día siguiente se presentaron Fuc y sus vasallos, cada uno con su mujer. Feliz, el reverendo bendijo las uniones. Se celebró enseguida una gran fiesta. Satisfecho, Rocko Fages le comentó a Fuc King: "Veo que están ustedes muy contentos por los matrimonio que oficié". "Sí -respondió Fuc con una sonrisa de oreja a oreja-. Todos aprovechamos para agarrar vieja nueva"... Cosas muy buenas vimos el día de la elección que deben enorgullecernos y fortalecer nuestra confianza en el futuro (en el pasado no: del pasado yo siempre desconfío). Los primeros en merecer aplausos somos nosotros mismos, los mexicanos, que acudimos en muy buen número a votar, en paz y en orden, pese a la inseguridad reinante en muchas ciudades. Igualmente merece congratulación el IFE, que cumplió a cabalidad su compromiso de organizar las elecciones y llevarlas a buen fin. Estuvo muy bien el presidente Calderón: con dignidad, y hasta con elegancia, reconoció el triunfo de Enrique Peña Nieto, lo felicitó y le ofreció toda su colaboración para llevar a cabo el proceso de cambio en el Gobierno. Magníficamente bien estuvo Josefina Vázquez Mota, quien sin reservas ni tapujos admitió que la tendencia de la votación no la favorecía, y se convirtió así en aval del ejercicio democrático, y no en su estorbo. Una vez más Josefina demostró su honestidad política y su calidad humana. No es una perdedora: se elevó sobre las deficiencias y fallas -ajenas, no suyas- que lastimaron su campaña, y se atrajo la simpatía y el respeto de los mexicanos. Ese es un triunfo que ha de llenarla de legítima ufanía. Josefina debe seguir figurando en la vida pública de México. Se lo ganó; se lo merece. Extraordinariamente bien se condujo el candidato ganador, Enrique Peña Nieto. Su discurso de la victoria fue de mucha calidad, y lo dijo además sin triunfalismos ni arrogancias, en tono respetuoso, conciliador e incluyente. Desde luego no podemos extenderle al mexiquense un cheque en blanco. Sin embargo sus palabras y su actitud evidenciaron que tiene lo necesario para ser un buen mandatario, a condición de que en su gestión actúe más como presidente de todos los mexicanos que como priista. Bien, a secas, estuvo Andrés Manuel López Obrador. Desde luego está en su derecho de esperar la cuenta final de los votos "antes de definir una postura", según la expresión, varias veces repetida, que usó en su brevísimo y alicaído discurso. También tiene derecho a mostrarse remolón y reticente antes de aceptar, aunque sea a regañadientes, que fue vencido por aquél a quien desdeñó burlonamente y al que sus huestes hostigaron de continuo y hasta el último segundo. A lo que no tiene derecho el tabasqueño es a decir que los mexicanos somos masoquistas por no haberlo elegido a él. Tampoco tiene derecho a proclamar que no hubo equidad en el procedimiento y a culpar -otra vez- a los medios de comunicación de su derrota. Buena señal, sin embargo, es que se haya ido directamente a su casa la noche de la elección, en vez de irse al Zócalo. Eso es un buen principio. Durante siete décadas vivimos en una dictadura perfecta, según la frase consagrada de Mario Vargas Llosa. Estoy convencido de que con López Obrador habríamos vivido en una muy imperfecta dictadura. Desde luego esa es mera teoría, pero qué bueno que no tuvimos que enfrentar tan riesgosa posibilidad. Nunca ha mostrado AMLO talante democrático, y el tema mexicano es hoy por hoy la democracia, de cuyo ejercicio deben derivar los bienes sin los cuales no puede haber una sana convivencia: la plena libertad; la participación cívica; el apego de todos a los dictados de la ley; el respeto a las instituciones, y -sobre todo- la justicia, de donde surgen como obligado corolario, la paz, el orden público y la seguridad. Ya no más dictaduras, ni de un signo ni de otro; ni de un partido ni de un hombre. Que la única dictadura que exista sea la de nuestras esposas en la casa... FIN.

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 759922

elsiglo.mx