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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Don Languidio, senescente caballero, leía un libro. Le comenta a su esposa: "Dice Freud que el sexo es la fuerza que mueve al mundo''. Replicó la señora: "Si eso es cierto tú ya no estás empujando nada''... Bucolia, muchacha lugareña, se vio precisada a ir a la ciudad en busca de trabajo. Desconsolado quedó en el pueblo Eglogio, su marido. Pasó un año sin que los dos se vieran. Un día el esposo recibió un telegrama: ¡Bucolia regresaba al pueblo, y ardía en deseos de estar en brazos de su hombre! Debía él esperarla en la estación del tren, tal día y a tal hora. Cuando llegó la feliz fecha ahí estaba Eglogio en la estación, a lomos del jumento que constituía una de sus preciadas posesiones. Sucedió, sin embargo, que cerca estaba una burrita de buen ver. El asno empezó a alborotarse. Se puso a rebuznar, estaba todo agitado. Le dice Eglogio, irritado: "¡Oye! ¡El telegrama no era para ti!''... Terminado el trance de amor Dulcilina le dice con gran emoción a su galán: "¡Te amo terriblemente, Libidiano!''. "Es cierto -respondió él-. Pero con un poco de práctica lo irás haciendo cada vez mejor''... Éste, afortunadamente, es un cuento de ayer. En la clase de Zoología el maestro les preguntó a los niños: "¿Cuál es el animal que da las pieles más finas?''. Respondió Juanito: "El armiño''. Declaró Pedrito: "El zorro plateado''. Contestó Manuelito: "La chinchilla''. Rosilita, equivalente femenino de Pepito, levantó la mano y dio su conclusión: "Los hombres''... Aquella muchacha tenía un cuerpo espléndido, pero era feísima de rostro. Tenía, como suele decirse en esos casos, cuerpo de tentación y cara de arrepentimiento. Eso explica el raro apodo con que se le conocía: "La Camarona''. Le decían así porque quitando la cabeza todo lo demás estaba bueno... La abuelita leía su Biblia. La abrió en las páginas del Génesis, y vio entre ellas una hoja seca de tamaño grande, que parecía haber estado ahí desde hacía mucho tiempo. Le dice la ancianita a su nieto: "Mira lo que encontré en mi Biblia, Pepito''. Aventuró el chiquillo: "¿No será una de las hojas que usaba Eva para cubrirse ahí?"... El pretendiente fue a pedir la mano de su novia. El padre de la muchacha le preguntó con tono admonitorio: "¿Y puede usted mantener una familia?". "Claro que sí, señor" -responde el peticionario. "Piense bien lo que está diciendo, joven -le advierte el genitor-. Somos seis". Un hombre regresó a su ciudad después de un viaje, y decidió caminar desde la central de autobuses hasta su casa, que estaba cerca. En el trayecto pasó por un parque. Era de noche, y en la relativa oscuridad del sitio lo abordó una mujer que le dijo en voz baja: "Hago de todo. Cobro 500 pesos, y te ahorrarás lo del cuarto si lo hacemos aquí mismo en el parque". El tipo pensó que la experiencia valía la pena, de modo que le entregó el dinero a la mujer, y juntos fueron a cumplir el acuerdo contractual atrás de unos arbustos. Estaban en ese acto jurídico cuando llegó un policía que echó sobre ellos el haz de luz de su linterna eléctrica. Les dijo: "Tendrán que acompañarme a la comisaría, por faltas a la moral". "Perdone usted, oficial -replicó el hombre-. La señora es mi esposa, y quisimos hacer esto como un detalle de romanticismo, para evocar nuestra época de novios". "Caray, señor -se apenó el policía-, perdone usted. No sabía que la señora es su esposa". Contesta el individuo: "Yo tampoco lo sabía, hasta que nos echó usted la luz de su linterna". Este cuentecillo final pertenece al tiempo en que las parejas bailaban, como se decía, "pegaditas", la cintura de la mujer enlazada por el brazo del hombre. Cosa de mucho sabor es ésa. Bien dice el lema del programa "Sabadito lindo", que nuestra estación cultural, Radio Concierto, de Saltillo, trasmite con música bailable de las grandes orquestas y bandas del ayer: "Bailar es lo mejor que un hombre y una mujer pueden hacer con los zapatos puestos". Un joven norteamericano fue a un baile y vio a una muchacha que le gustó bastante. "Me llamo Peter Paul Jones -se presentó con ella-, pero por las iniciales de mi nombre mis amigos de los Estados Unidos me dicen Pi Pí. Me gustaría bailar con usted la siguiente pieza''. La muchacha aceptó, y el chico se fue a esperar que empezara la música. Sin embargo otro galán se adelantó, y le dijo a la muchacha: "¿Bailamos?''. "No -respondió ella-. Me va a sacar Pi Pí''. Replica el muchacho: "Le prometo que no la apretaré tanto"... FIN.

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