Había dos pequeños pueblos, Petatillo de Arriba y Petatillo de Abajo, situados a tres kilómetros uno del otro. En Petatillo de Arriba vivía Camalisa, muchacha de la vida alegre, la única de su benemérito y caritativo oficio en toda la región. Cierto sábado por la tarde dos mocetones rurales se encontraron en el camino. Le preguntó uno al otro: "¿Adónde vas, Bucolio?''. Respondió el interrogado: "Voy a Petatillo de Abajo, para pasar un rato con Camalisa''. Dice el otro, desconcertado: "Camalisa vive en Petatillo de Arriba''. "Ya lo sé -replica Bucolio-. Pero la fila de clientes empieza en Petatillo de Abajo''. (¡Qué barbaridad! ¡Y entre los dos pueblos había una distancia de tres kilómetros, según se dijo ut supra! Calculemos un cliente por metro, y nos daremos cuenta de la ímproba labor que ese fin de semana hubo de cumplir la abnegada Camalisa, cuya dedicación y entrega al bien comunitario merecen el mayor encomio. Desde aquí le envío a esa ejemplar servidora pública un voto de sincero reconocimiento). En el jardín de niños iba a haber una fiesta dedicada a los pequeños, y sor Bette, directora del plantel, envió un recado a las mamás pidiéndoles que fueran disfrazadas, lo cual seguramente divertiría a sus hijos. A cada una le sugirió un disfraz. El tema sería la nostalgia en la televisión; los programas que estaban de moda cuando ellas eran niñas. Llegado el día de la fiesta se abrió el telón del teatrito y empezaron a desfilar las señoras con los disfraces propios de la ocasión: una mamá iba vestida de Mujer Maravilla, otra de ángel de Charlie, y así. De pronto, ante la consternación de las maestras y madres de familia, apareció en escena una mujer. Llevaba falda hasta el muslo, blusa escotadísima, medias negras de malla con raya atrás, bolso de chaquira y lentejuela, zapatos de tacón dorado con cordones hasta las piernas, boa de plumas, y fumaba en boquilla larga de ámbar. Sor Bette se apresuró a ir hacia ella, y le preguntó con azoro: "Señora ¿qué forma es ésa de venir aquí?''. "Madre -respondió la mujer-, vengo disfrazada de lo que usted me dijo en el recadito. Me vestí de puta fina". "Válgame el Cielo! -clama Sor Bette llevándose las manos a la cabeza-. ¡El recadito decía 'Pitufina'"... Le dice el elefante a la elefanta: "No me importa lo que la gente diga acerca de la gran memoria que tenemos los elefantes. Yo no recuerdo haberte prometido que me casaría contigo si me dabas aquellito''... Está fuera de duda que Enrique Peña Nieto obtuvo la mayoría de los votos de quienes acudieron a sufragar en la elección presidencial. A fin de cuentas, sin embargo, fue una minoría la que lo eligió. No hablemos de quienes se abstuvieron de ir a sufragar: los votos de los candidatos perdedores, si se juntan, superan en número a los que obtuvo el ganador. Yo no soy quién para hacer proposiciones. No quiero exponerme a que al ir por la calle la gente me señale con el dedo (índice, de preferencia) y diga sotto voce: "Mira: ése hace proposiciones". Pienso, sin embargo, que la idea de una segunda vuelta electoral debe ser objeto de discusión, a fin de asegurar que el Presidente electo cuente efectivamente con la mayoría de los mexicanos, y no únicamente, como sucede ahora, con la mayoría de los votos. (Hermosa idea, columnista, y muy bien expresada. Tus cuatro lectores esperamos que prospere. Aunque ya sabemos que en este país es difícil que las buenas ideas prosperen). El cuento que ahora sigue es indecente en grado extremo. Las personas que no gusten de leer cuentos indecentes en grado extremo, sino sólo indecentes hasta cierto punto, deben suspender aquí mismo la lectura, y saltarse hasta donde dice FIN. Capronio, sujeto incivil y majadero, llegó a su casa en horas avanzadas de la noche. "¿Por qué tardaste tanto? -le preguntó su esposa-. ¿Dónde andabas?". Responde Capronio: "Fui a que me hicieran un tatuaje". "¿Un tatuaje? -se asombró la señora-. ¿Qué clase de tatuaje?". Replica con orgullo el bellacón: "Hice que me tatuaran un billete de 100 dólares en mi atributo varonil". "¡Mano Poderosa! -exclamó la señora, que conservaba las jaculatorias aprendidas de su señora abuela-. ¿Acaso me tomas por alcancía o banco? ¿Por qué te hiciste tatuar ese billete ahí?". "Un par de razones tengo -replicó, cachazudo, el tal Capronio-. Primero, me gusta mirar mi dinero. Segundo, me agrada tenerlo a la mano. Pero, sobre todo lo hice por ti: cuando quieras gastar cien dólares ya sabes dónde encontrarlos"... FIN.