Doña Panoplia de Altopedo salió muy afirolada de su casa esa mañana. Ya la conocemos: es una dama de la alta sociedad, con humos de aristócrata. En otros tiempos recibía cada mes un mensaje de la naturaleza que le recordaba que no tenía sangre azul, pero ahora, instalada en la madurez, podía ser inmadura y sentirse por encima del común de los mortales. Iba doña Panoplia a la casa de su hermana Grímpola, cuya pequeña hija se llamaba Guinivére, nombre que a la señora De Altopedo le pareció siempre vulgar y adocenado. El hecho de que a la niña le dijeran "Guini" no mejoraba esa onomástica. En la casa de doña Grímpola recibió a la visitante su sobrina, la ya citada Guini. "¿De dónde vienes, tía?" -le preguntó la niña con la curiosidad propia de las pequeñas, las medianas y las grandes. Doña Panoplia dijo lo primero que le vino a la mente. Contestó usando una expresión ya desusada: "Vengo del salón de belleza". Después de mirarla atentamente la niña volvió a preguntar: "¿Y estaba cerrado?". La dama se amoscó, pero no tuvo tiempo de reprender a la chiquilla, pues en ese mismo instante la niña le pidió: "Por favor, tiíta, quítate los zapatos". "¿Que me quite los zapatos? -se sorprendió la atufada señora-. ¿Para qué?". Replicó Guini: "Es que mi papi dice que tienes unas patas de gallo tremendas, y te las quiero ver". Doña Panoplia no supo si molestarse con la niña o con su genitor. Escogió entonces molestarse con los dos. En señal de disgusto no se quitó los zapatos. Guinivére -llamada Guini- volvió a la carga. Le preguntó a la ínclita señora: "Tía: ¿todavía cantas 'Ciribiribin'?". Esta famosa canción, dicho sea entre paréntesis, era la favorita de Ethel Rosenberg, condenada en 1953 a la silla eléctrica por espionaje. Doña Panoplia no era espía, pero igual le gustaba la canción. Le preguntó la señora a su sobrina, halagada: "¿Por qué quieres saber si todavía canto 'Ciribiribin'? ¿Quieres que te la cante ahora? Puedo interpretarla a capella". "¡Oh no! -se apresuró a decir la la chiquilla, que pese a su corta edad tenía sumamente desarrollado el instinto de conservación-. Te pregunté si todavía cantas esa canción porque dice mi tío que cuando la cantas él se sale de la casa, para que los vecinos no vayan a pensar que te está ahorcando". Ya no quiso oír más doña Panoplia. Se puso en pie muy digna, y dio así por terminada la conversación. Se prometió a sí misma que en el próximo cumpleaños de la niña le regalaría una edición barata de "Mujercitas", de Louisa May Alcott, a fin de que aprendiera en su lectura las reglas de la buena educación... Una ominosa posibilidad se cierne sobre México. A la violencia criminal que padecemos podría sumarse ahora la violencia política. Entre las acciones anunciadas por quienes pretenden impedir que Enrique Peña Nieto tome posesión de la Presidencia están algunas que se apartan de la legalidad y se acercan peligrosamente a lo que sería un golpe de Estado. La autoridad llegará a verse en el caso de tener que intervenir. Sugiero que en esa eventualidad los militares se abstengan de participar, y que los elementos policíacos que intervengan no lleven armas de fuego. Por ningún motivo debe crearse la probabilidad de que suceda -o se provoque- algún suceso cruento que pondría en riesgo la estabilidad nacional. En este punto la evocación del 68 es obligada. En aquel tiempo se buscaba la apertura democrática. Ahora al movimiento iniciado por los jóvenes se han sumado organizaciones claramente antidemocráticas que lo están contaminando y llevando a extremismos peligrosos. Quienes protestan parecen no querer diálogo: quieren imponer a toda costa sus puntos de vista. Que a esa violencia no responda con violencia el Estado mexicano. Al final se impondrán necesariamente, como sucedió en 2006, los dictados de la ley y los procedimientos del ejercicio democrático... El Padre Arsilio le preguntó a doña Facilisa en el confesonario: "¿Le eres fiel a tu marido?". Respondió ella: "Frecuentemente, señor cura"... En la oscuridad de la alcoba conyugal Afrodisio Pitongo, marido lúbrico y salaz, intentó un salto de tigre bengalí, pero al hacer la marometa cayó ensartado en un tubo de la cama. Empezó a proferir quejidos, gañidos, gemidos, plañidos y resoplidos. En la tiniebla de la recámara protestó su joven esposa: "No, qué chiste. Así nada más tú estás disfrutando"... FIN.