Don Avaricio Cenaoscuras, hombre ruin y cicatero, era padre de tres hijos varones y de una hija, los cuatro ya en edad de merecer. Un día el hijo mayor le anunció con moderada pena que había embarazado a una muchacha, y el iracundo padre de la chica pedía una indemnización. Don Avaricio se avino a pagar la culpa de su hijo. Poco después el segundo hijo incurrió en semejante badomía, y Cenaoscuras hubo de echar mano otra vez a la escarcela. No pasaron muchos meses sin que el hijo menor le saliera con la misma novedad: había puesto a una chica en estado de buena esperanza, y el genitor de la joven demandaba una satisfacción de orden pecuniario. Otra vez pagó don Avaricio. No paró ahí la cosa, sin embargo. Al mes siguiente su hija le comunicó, entre hipidos y sollozos, que su novio la había embarazado. "¡Magnífico! -se alegró Cenaoscuras-. ¡Ahora nosotros cobramos!". Muy mal se está viendo el PAN cuando en vez de pagarle al PRI los favores recibidos pretende ejercer sobre ese partido presiones que en mucho se parecen a un chantaje para obtener alguna nueva prestación. Nadie piense que Calderón no está apacentando bien a su rebaño: todo indica que él será el principal beneficiario de los arreglos a que llegue el PAN con Peña Nieto antes de otorgarle su apoyo. Está cayendo en indecencia el partido que fundó aquel hombre de honestidad acrisolada que fue don Manuel Gómez Morín. En chantajistas de cuello azul están parando quienes por ser sus sucesores deberían actuar con mayor altura y dignidad. No me sorprende eso. La política lo ensucia todo. Y lo primero que ensucia es la política. No te diré, columnista, que esta última frase merezca ser grabada en bronce eterno o mármol duradero, pero te ofrezco al menos escribirla con modesto bolígrafo en una hoja de papel revolución. Narra en seguida algunos cuentecillos que alivien la gravedumbre del severo réspice que con razón más que sobrada enderezaste contra el partido blanquiazul y sus inconsecuentes capitostes. "Soy el mejor vendedor del mundo, y necesito empleo" -le dijo el tipo al encargado de la sección de ropa para hombre en la tienda de departamentos-. Póngame a prueba". "Está bien -aceptó el otro-. Tengo un traje espantoso que en más de cinco años no he podido vender. Es amarillo con rayas verdes, moradas y color de rosa. Si lo vende, el empleo es suyo". Media hora después el vendedor le presentó la nota de venta: había vendido el traje. "¡Caramba! -se admiró el de la tienda-. ¿Cómo pudo usted vender ese traje tan horrible?". Responde el vendedor: "No fue difícil convencer al cliente de que lo comprara. Lo difícil fue defenderme de las mordidas que me tiraba su perro lazarillo". (¡Qué barbaridad! ¡El comprador era invidente!). Un productor de cine comentó: "Ahora estoy haciendo películas de sexo católico". "¿Sexo católico? -se extrañó alguien-. ¿Cómo es ése?". Replica el productor: "Cinco minutos de acción y un mes de contrición". Me dicen que hay relativamente pocas patentes mexicanas, pues al parecer los mexicanos no somos inventores. ¿Cómo podemos serlo, he preguntado, si cuando niños nuestras mamás nos repiten una y otra vez: "No inventes ¿eh? No inventes"? Pese a eso acabo de enterarme de que Babalucas, nuestro viejo conocido, solicitó una patente para un invento que hizo. Se trata de una combinación de tostador de pan con cobija eléctrica. Explica el tonto roque: "Es para los que quieren saltar de la cama. Recelia era una chica sumamente desconfiada. Cuando un galán la invitaba a ir en automóvil a un sitio apartado llevaba siempre un bidón de combustible, en previsión de que su acompañante le saliera con aquel viejo cuento: "Se me acabó la gasolina". Si alguno la acariciaba, antes de despedirse de él se contaba las bubis para ver si el muchacho no se había quedado con una. Esa desconfianza la heredó de su mamá. En cierta ocasión Recelia le dijo que su novio de turno era un dulce. "Cuida que no te vaya a engordar" -le advirtió la madre. Y es que la señora había tenido sus desazones con los hombres. Recelia, su hija, era pelirroja, y una vez la muchacha le preguntó a su madre si su progenitor había sido pelirrojo también. "No lo sé -respondió con franqueza la mamá-. Lo vi sólo una vez, la noche en que te encargué, y ni siquiera se quitó el sombrero". FIN.