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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Decía un señor: “¿Por qué tanta discusión acerca de los matrimonios del mismo sexo? Yo he estado casado durante 30 años, y mi mujer me ha dado siempre el mismo sexo”... Un hombre tocó el timbre en la casa de Pepito. El chiquillo abrió la puerta, y el visitante se sorprendió al verlo: el niño tenía un cigarro en los labios; llevaba en una mano una lata de cerveza y en la otra un ejemplar de la revista Playboy. El tipo salió finalmente de su asombro y le preguntó: “¿Están en casa tus papás, pequeño?”. Con otra pregunta respondió Pepito: “¿Usted qué cree?”... La adivina miró su bola de cristal. Le dijo al cliente: “Creo que eres dinámico y emprendedor”. “Así es” --contestó, halagado, el tipo. “Creo --prosiguió la mujer-- que estás casado con una hermosa dama”. “En efecto” --respondió con satisfacción el individuo. “Creo --continuó la maga-- que eres padre de dos hijos”. “Ahí se equivoca usted --la corrigió el sujeto--. Soy padre de cuatro hijos”. “Eso es lo que tú crees” --concluyó la adivinadora... ¿Quiénes hicieron los planes de estudio en la época de mi bachillerato? Para mí existían Grecia y Roma, pero México no. Estudié etimologías griegas y latinas, pero nadie me dijo nada de la riqueza de las lenguas indígenas, de su honda y múltiple presencia en nuestro hablar. Podía yo citar las Siete Maravillas del Mundo, pero nadie me dijo que México posee mil maravillas. Me contaron la historia de mi país como la de una continua lucha entre los buenos y los malos, y sólo después pude aprender que ni los buenos eran tan buenos, ni los malos tan malos. Ahora que voy y vengo, que entro y salgo, que subo y bajo, que camino y vuelo por todos los rumbos del país, vivo en un éxtasis perpetuo. Oigo palabras no sabidas que apunto en mi libreta. Llego a los nobles sitios en que adoraron al Sol nuestros antepasados aborígenes, y me deslumbro con sus astronómicas pirámides, prodigios mayores que muchos de los que miran y admiran los turistas en otros continentes. Luego entro en las iglesias coloniales;me pierdo en los laberintos de las locuras ultrabarrocas y churriguerescas, y hallo el camino de la razón en el severo equilibrio de Tres guerras. Recobro el perdido paraíso en los tianguis con sus frutas edénicas y esdrújulas: jícama y guanábana. Miro desde el avión las sierras, los volcanes, las selvas, el desierto, el mar tierno y salvaje, las grandes ciudades, los leves pueblos de pared blanca y techo rojo, y luego, ya en la tierra, miro el rostro de la gente, los ojos de los niños, la sabia lentitud de nuestros indios, que saben cosas que jamás sabremos los ladinos porque tenemos muchos lados. Comulgo a la suavísima Patria; me la comulgo en sus sápidos guisos increíbles que Brillat-Savarin ni siquiera alcanzaría a contar, así contara dos mil años de vida. ¿Por qué, Diosito santo, no aprendemos a amar con fiera pasión a este país hermoso, tan noble, tan dolido, que todo nos da y al que le regateamos todo? ¿Por qué dejamos que lo lastime tanta indignidad? ¿Por qué no trabajamos, así sea en la corta medida de nuestra pequeñez, para hacer que mañana sea una casa mejor para nuestros hijos y de los hijos de ellos?... ¡Bravo, escribidor! ¡Inspirado este día has estado! En los tiempos que corren, en que cada quién jala pa’ su lado, y nadie para el lado de México, tus líneas deberían recordarnos el amor por nuestro hogar común, e inspirar en nosotros un sentimiento de patria como el que experimentábamos de niños en el patio de la escuela, cuando los lunes por la mañana, antes de comenzar las clases, rendíamos honores a la bandera y cantábamos el himno nacional. ¿Hemos perdido acaso esos valores? ¿No tenemos ya noción de Patria? ¿No sentimos ya ese vínculo de mexicanos que a todos nos debe unir por encima de nuestras diferencias? Y otra pregunta: ¿cuál es la capital de Dakota del Sur?... Le dice el doctor a la enfermera: “¿De quién son estas pompis?”. Hosca, responde ella: “No lo sé”. Insiste el facultativo: “¿De quién son estas bubis?”. Vuelve a contestar de mal modo la enfermera: “No lo sé”. Vuelve a preguntar, tenaz, el médico: “¿De quién son estas piernitas?”. Una vez más replica ella volviendo el rostro: “No lo sé”. El galeno, entonces, se molesta, y le dice con enojo a la enfermera: “Señorita: ¡esta morgue es un desastre!”... FIN.

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