Jactancio, también llamado el Che, tiene demasiado desarrollada la autoestima. Cuando está con una chica y falla en tener una erección le dice con tono compasivo a la muchacha: "¿Te sucede esto muy seguido, linda?"... Don Tónsulo Figareido era el rapabarbas de su pueblo, y además el único sacamuelas del lugar. Cierto día llegó con él un forastero a quien le dolía terriblemente un molar. Le preguntó a don Tónsulo: "¿Cuánto cobra por sacar una muela?". Respondió él: "Sin dolor, 100 pesos. Con dolor, 200". Se sorprendió el viajero por aquella inconsecuencia: ¡la extracción costaba más con dolor que sin dolor! Pidió entonces, claro, que la muela le fuese sacada sin dolor. El señor Figareido lo hizo sentar en una silla (de tule, por más señas) y le puso al cuello una jerga nada limpia. Luego tomó una pinza que más parecía de forjador o herrero que de estomatólogo o dentista, y sin más ni más se aplicó a la tarea de extraer el molar dañado. En el primer estirón el infeliz paciente lanzó un grito desgarrado. Le preguntó don Tónsulo: "¿Sintió dolor?". "Horrible" -se quejó con doliente voz el lacerado. "Muy bien -le informa Figareido-. Ahora el precio es otro. Ya le dije que con dolor son 200 pesos"... Un maduro señor les contó a sus compañeros de oficina: "Anoche volví loca a mi mujer en la recámara". "¿De veras?" -pregunta uno, dubitativo. "Sí -confirma el senescente caballero-. Le dije que le voy a dar dinero para que vaya a Las Vegas. Eso la vuelve loca"... Don Martiriano, sufrido esposo, le dijo a doña Jodoncia, su consorte: "Vengo muy molesto con el jefe. Se atrevió a decirme que soy medio pendejo". "No le hagas caso -responde doña Jodoncia-. Lo que pasa es que sólo te conoce a medias"... La joven esposa quedó encinta, motivo por el cual hubo de pedir un permiso en su trabajo. Desde el principio de la preñez el médico le dijo que su embarazo era de alto riesgo, y le recomendó, a más de otros cuidados, que se abstuviera de tener relación sexual con su marido. Para evitar la tentación de acercarse a la futura madre el infeliz esposo dormía en el sofá de la sala. Una noche la muchacha lo vio tan inquieto, tan nervioso, que le dijo. "Toma estos 300 pesos y busca una mujer que te calme el deseo carnal que has de sentir luego de esta abstinencia prolongada". El marido se asombró al ver la comprensión que su pareja demostraba, y le prometió que si bien aceptaba su generosa oferta aquello no se repetiría, y que además pensaría en ella mientras se desfogaba con la sexoservidora. Salió el hombre con más prisa que la que su compañera habría deseado. Poco después, sin embargo, regresó cariacontecido. Le contó a su esposa que no había encontrado una mujer que cobrara 300 pesos por aquello. La que menos pedía demandaba mil pesos, y eso por hacer una sola cosa, la acostumbrada y consabida. Si el cliente pedía otras de más imaginación, la tarifa podía llegar hasta 3 mil. Exclamó maravillada la señora: "¿Tres mil pesos, o por lo menos mil? ¡Caramba, desde ahora te digo que no regresaré a mi antiguo trabajo!"... Me molesta mucho la grandiosidad de los edificios que en este país sirven a los quehaceres de política. Grandiosidad colosal en el recinto de San Lázaro; grandiosidad fastuosa en la nueva sede del Senado; grandiosidad y lujo en las instalaciones del Instituto Federal, con esa espectacular mesa redonda donde sus consejeros deliberan. País muy pobre es México -pobre país-, y sin embargo en las naciones más ricas no se miran los dispendios públicos que se ven aquí. Deberíamos gastar más en los edificios de las escuelas, los hospitales, los museos, las bibliotecas, y menos en esos sitios cuya principal característica tendría que ser la austeridad republicana que demandaba Juárez. Las obras arquitectónicas han de poner en ejercicio varias cualidades, la belleza y la funcionalidad entre ellas; pero deben tomar también en cuenta otra virtud: la ética, cuya ausencia puede atraer sobre la obra el calificativo de elefante blanco, u otros peores. Los políticos nos están llenando de elefantes blancos por su tendencia a servirse con la cuchara grande, mientras los pobres de México ni siquiera cuchara chica tienen ya. Y más no digo, porque estoy muy encaboronado. Si no me lo creen escuchen esta expresión interjectiva con la cual voy a terminar: "¡Uta!"... FIN.