Don Tolomeo Palomar, astrónomo de profesión, regresó a su casa después de haber asistido a un congreso en el cual dictó la conferencia "Astronomía en días nublados". Al entrar en su casa escuchó una sinuosa melodía. Pensó al principio que sería la música de las esferas, pero luego advirtió que se trataba del conocido Bolero de Ravel. Las sensuales notas provenían de la recámara. Entró en ella y lo que vio lo dejó más suspendido que la vez que miró en su telescopio de adolescente a la vecina tomando un baño de sol en el jardín, sin ropa. Lo que en esta ocasión observó don Tolomeo -y sin necesidad de telescopio- fue esto: su esposa se encontraba en apasionado trance de refocilación carnal con dos individuos exactamente iguales. "¡Rayos y centellas!" -exclamó el astrónomo, que en sus ratos libres practicaba la meteorología-. ¿Qué significa esto?". "Soy ama de casa -replicó la señora-, no psiquiatra. Pero si alguna explicación quieres oír recuerda que te dije que deseaba saber lo que es el cielo, y tú me sugeriste que me buscara unos gemelos muy potentes"... Don Crésido, sexagenario rico, invitó a cenar a Pirulina, muchacha pizpireta. Tras el opíparo festín, y después de beber algunos bajativos que le inspiraron rijosos ardimientos, el maduro caballero le propuso a la avispada chica: "¿Qué le parece, señorita Pirulina, si esta noche rompemos el turrón?". "Ay, qué pena, don Crésido -respondió la muchacha-. Me va usted a perdonar, pero ya lo tengo roto". (¡Insensata joven! "Romper el turrón" es una frase ya en desuso que significa dejar de hablarse de usted para empezar a hablarse de tú). Rocko Fages, ministro religioso, hubo de celebrar un oficio en un campo nudista. "¿No te pusiste nervioso?" -le preguntó después un colega. "No, -respondió el pastor-. Pero todo el tiempo estuve pensando dónde se habrían puesto el dinero de la limosna"... Sonaron vibrantes las notas del clarín que anunciaba el principio de la corrida de toros; se abrieron las puertas del patio de cuadrillas y el novel diestro se plantó en la arena dispuesto a iniciar el paseíllo. Alzó, garboso, la cabeza, y sintió que la montera se le caía. Con rapidez echó la mano atrás para pescarla. Oyó una voz a sus espaldas que le dijo: "Suerte, mataó''. Volvió la cabeza y vio a un viejo peón de brega. "Grazia, ninio'' -respondió hablando a la andaluza, aunque era de Tepetongo de Abajo. "Suerte'' -repitió el veterano. "Grazia'' -contestó otra vez el torero. "Suerte, mataó'' -insistió con tenacidad aragonesa el peón. "Hombre -le dijo el figura algo amoscado-, ya lo oí. Grazia por desearme suerte''. "No, mataó -replica el viejo-. Le digo que suerte. Suerte lo que agarró, que no es la montera, soy yo''... En junio de 2006 el Departamento del Tesoro de Estados Unidos dejó de cobrar un impuesto del 3 por ciento sobre llamadas telefónicas de larga distancia. Alguien descubrió que ese impuesto había sido creado exclusivamente para cubrir los gastos originados la guerra de Estados Unidos contra España, en Cuba. ¡Y esa guerra fue en 1898! Con pena -no mucha- el secretario del ramo ofreció devolver a los contribuyentes los pagos hechos por ese concepto, pero sólo de los tres años anteriores. Como se ve, la burocracia fiscal es más o menos igual en todos los países. En México, sin embargo, el sistema tributario, a más de ser profuso, es también confuso y difuso. Para el ciudadano común pagar los impuestos es irritante obligación difícil y complicada. Urge simplificar la tributación, y hacer más amplia la base de quienes pagan impuestos, pues el peso de la recaudación gravita sobre un número relativamente reducido de causantes, y muchos que deberían participar de esa carga comunitaria viven en estado de virginidad fiscal. No me incluyo entre ellos: yo estoy bien balaceado; fiscalmente hablando ya hace mucho que me rompieron el turrón. Aquel marido necesitaba dictar una carta en su casa. Le pidió a su esposa, que trabaja como secretaria, que se la hiciera (la carta). "¡Ah, no! -se molestó la muchacha-. ¡Ya tengo bastante de eso en la oficina!''. El marido no respondió. Fue a la sala, se acomodó en su sillón y se puso a ver la tele. La joven esposa se apenó por la rudeza de la contestación que había dado, y se propuso enmendar el error. Fue hacia su marido, se le sentó en las piernas, y empezó a darle besitos en el cuello y a hacerle toda suerte de caricias incitantes. Entonces él la apartó de sí. "¡Ah no! -le dijo con molestia-. ¡Ya tengo bastante de eso en la oficina!''... FIN.