Principia la columneja de hoy con un chiste que no entendí... En el club de golf el profesional estaba instruyendo a una señora. Se colocó detrás de ella para enseñarle a hacer el swing. Cuando trató de retirarse no pudo: la falda de la señora se había atorado en el zipper de su pantalón. En vano el hombre trató de desasirse. Después de varios intentos hubo de rendirse. "Es inútil, señora -le dijo-. Tendremos que ir a la casa club en busca de unas pinzas. De otro modo le voy a romper su falda''. Empezaron, pues a caminar, el uno pegado estrechamente a la otra, procurando acordar sus pasos para no caer. Así iban, muy juntos, la parte posterior de la mujer apretada a la parte delantera del hombre. De repente salió un perro de entre los arbustos y les arrojó una tina de agua. (No le entendí)... Sonó el teléfono de la cantina "El Corporativo'' y preguntó una voz de mujer: "¿Se encuentra ahí mi esposo? Soy la señora de...''. "No está'' -la interrumpió sin más el cantinero. "¿Cómo me dice que no está? -se molestó la mujer. Ni siquiera le he dicho quién es mi marido''. "Eso no importa -replicó el cantinero-. Cuando llama una esposa, cualquier esposa, jamás está aquí su marido''... Un pequeño señor enteco y escuchimizado, de nombre don Pititillo, algo afectado de sus facultades mentales, fue llevado ante un juez. Se le acusaba de exhibicionismo. Afortunadamente lo dejaron libre porque la evidencia casi no se veía... En el elegante club inglés un mesero novato tropezó y cayó al suelo. "Procura tener más cuidado, Fallarino -le dijo el jefe de los camareros ayudándolo a levantarse-. La gente va a pensar que eres uno de los socios del club''... Llegó una señora a su casa y encontró a su hijo, muchacho en edad de adolescencia, pegado golosamente al ubérrimo busto de la joven criadita de la casa. "Ay, Acnerito -le dice con tono de reproche-. ¡Y tanto que batallé para destetarte!"... Todos los triunfos del equipo mexicano de futbol son calificados de históricos. El que obtuvo en los Juegos Olímpicos de Londres ciertamente es histórico. Muchas y muy variadas son las competencias olímpicas. Van desde la carrera de maratón hasta el ping-pong. No hay, sin embargo, entre todos los deportes que ahí se juegan, ninguno tan universal y tan del pueblo como el futbol. Y he aquí que México ganó la medalla de oro en tal competición. Se justifica entonces la alegría que esa victoria causó en todo el país, y el júbilo con que la gente, toda la gente, no nada más los aficionados al deporte, celebró el triunfo del equipo nacional. Por un momento -un solo momento, pero unánime- nos olvidamos del desánimo que nos abate, de nuestras discordias y pugnas de politiquería, de los sombríos momentos que vivimos por causa de la violencia y la inseguridad, y festejamos juntos y alegres, lo mismo en los hogares que en la calle o centros de reunión diversos, el sonado y sonoro triunfo de nuestros futbolistas, consumado además contra un equipo tan poderoso como el de Brasil, donde el futbol es religión, y conseguido -cereza del pastel- en la máxima catedral del soccer, el legendario estadio de Wembley. Hay quienes tienen la suprema habilidad de sacar moralejas de los triunfos deportivos. Yo no sé nada en cosas del deporte, y soy más ducho en inmoralejas que en mensajes de edificación. No obstante creo que ese triunfo nos enseña que ya quedaron atrás los tiempos de "los ratoncitos verdes", cuando el equipo mexicano obtenía sólo "victorias morales" y caíamos siempre con la cara al sol, que es además una incómoda forma de caer, pues aparte de caer te encandilas, y corres también el riesgo de darte un chin... en el cogote que te deje menguadas para siempre las facultades del pensamiento y la razón. Ojalá - "Aquí viene la desgraciada moraleja", se alarman mis cuatro lectores- así como nos unimos para celebrar este gran triunfo deportivo nos uniéramos también, por encima de ambiciones personales o de intereses de partido, en la común tarea de superar los males que derivan de la falta de plena libertad, del mal uso de la democracia y de la falta grave de justicia. Y más no digo, pues del futbol, cosa de la cual sé poco, he derivado al movedizo terreno de la política, cosa de la que no sé nada, y ya estoy viendo frente a mí una tarjeta roja. Me retiro, pues, del campo... FIN.