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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Te pagaré 5 mil pesos -le dijo aquel extraño hombre a la sexoservidora-. Pero dejarás que te haga lo que yo quiera". "Por 5 mil pesos -respondió la daifa- te dejaré que me hagas lo que quieras, dentro de los límites de la moral". Fueron, pues, a la habitación. Ella recibió por adelantado la suma convenida, y luego, dispuesta a todo, le preguntó al sujeto: "¿Qué quieres hacerme?". El tipo sacó un látigo que traía oculto entre su ropa. "Practico las artes del Marqués de Sade -le informó a la mujer-. Voy a obtener satisfacción golpeándote con este látigo". "Está bien -accedió ella, pensando en la jugosa cantidad que había recibido-. ¿Por cuánto tiempo me vas a golpear?". Contesta el individuo: "Hasta que me devuelvas los 5 mil pesos"... Aquel hombre sentía una extraordinaria admiración por Abraham Lincoln. El gran Presidente norteamericano era su ídolo: a fuerza de venerarlo había acabado por parecerse a Raymond Massey, caminaba como Carl Sandburg, y hablaba a la manera de Jim Bishop. Era un dios Abraham Lincoln para él. En cierta ocasión las cosas se le vinieron mal. Caliginosas nubes de infortunio le oscurecieron la vida; lo perseguía como una sombra la desdicha; andaba tribulado por toda suerte de calamidades. Fue ante la estatua de Lincoln, en Washington, y con acento dolorido le hizo el relato de sus penas. "-Señor -le dijo como si hablara con un oráculo divino-. La desventura ha caído sobre mí. Perdí el empleo; mi esposa me abandonó por otro hombre; los acreedores me arrebataron mi casa y mi automóvil. Estoy entregado a la bebida. Todos los que creía amigos me abandonaron ya; mis padres y mis hermanos no quieren saber nada de mí. Estoy en la ruina. Soy un guiñapo humano. Dime, maestro y guía: ¿qué hago?". La marmórea estatua del Emancipador pareció iluminarse por una espectral luz. En majestuoso tono de ultratumba se oyó la respuesta de Lincoln: "Asiste hoy en la noche al teatro"... Los eunucos del harén conversaban con el recién llegado. "¿Cómo es que estás aquí? -le preguntaron-. ¿Alguien te recomendó con el sultán?". "No -respondió el nuevo eunuco-. Estoy aquí por accidente". "¿Cómo por accidente?" -se extrañaron los otros. Explicó el tipo: "Cortejaba yo a una mujer casada. Hace unos días estaba con ella cuando llegó el marido. Salté por la ventana. El hombre salió tras de mí esgrimiendo un tremendo yatagán. Iba a cortarme la cabeza. En el último segundo trepé por una pared para saltar al otro lado. El muro tenía una defensa de vidrios erizados. Como dije, estoy aquí por accidente"... Aquel que sabe poco de historia cree en los héroes. Aquel que sabe mucho de historia cree en los hombres. En efecto la relación de la vida de los grandes personajes es muchas veces la nómina sangrienta de lo peor que reside en los humanos: la ambición de poder, la criminal violencia, la soberbia, el odio. Pero al lado de esas estatuas está el hombre común, el que va a su trabajo y regresa a la casa con su esposa, y bebe de cuando en cuando con sus amigos una copa, y cuya mayor preocupación por el momento no es el destino de la Patria, sino poder comprar a tiempo los útiles escolares de sus hijos. Actualmente la vida nacional se ve muy agitada. Los hombres de la política -los que juegan el gran juego del poder- se vuelven y revuelven desasosegados. Pasarán, como pasaron los otros que fueron lo que ellos ahora son. Pero no pasarán el hombre y la mujer que cada día libran el combate de todos los días. A ellos, a los grandes pequeños, los pequeños grandes no los deben lastimar con sus politiquerías... Alguien le dijo a Ovonio Grandbolier, el hombre más flojo del condado, que una hija suya había sido vista en un burdel, manflota, ramería, casa de mala nota, zumbido, mancebía o lupanar. Ahí se ganaba la vida trabajando de prostituta. Ovonio se echó a llorar desconsoladamente. "¡Dios mío! -exclamó avergonzado-. ¡En mi familia nadie había trabajado nunca!"... Los novios fueron a visitar la casa en que iban a vivir, e inesperadamente tuvieron ahí el primer acto de amor. Acabado el trance ella le preguntó a él: "Dime: cuando nos casemos ¿me harás el amor en la misma forma que lo hiciste hoy?". "Claro que sí, amor mío" -respondió el enamorado novio. Y dice la muchacha: "Lo que me temía"... FIN.

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