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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

"Compré unos condones olímpicos" -le anunció, orgulloso, el marido a su mujer. "¿Por qué se llaman así? -preguntó ella. Respondió el sujeto: "Porque vienen en colores oro, plata y bronce, como las medallas olímpicas". Quiso saber la señora: "¿Cuál usarás hoy en la noche?". "El oro, desde luego" -contestó, ufano, el marido. Pidió ella: "Usa el color plata". "¿Por qué?" -se extrañó el hombre. Le dice con acritud la esposa: "Para que siquiera una vez termines en segundo lugar". (Nota: Era de carrera corta el individuo: siempre llegaba a la meta antes que su señora, y ella quedaba a la mitad del camino, insatisfecha. Por eso hay quienes dicen que no hay mujeres frígidas: hay, sí, hombres egoístas o inexpertos)... Doña Jodoncia le preguntó a su esposo Martiriano: "¿Por qué llevas siempre mi retrato en tu cartera?". Respondió el pequeño señor: "Cuando tengo un problema en la oficina veo tu foto, y eso me infunde ánimos". Al escuchar aquello doña Jodoncia experimentó una vaga sensación de agrado, pero inmediatamente la disimuló. Le dijo a su marido: "No sabía que mi retrato podía ayudarte a enfrentar tus problemas". "Sí -confirmó don Martiriano-. Te veo en el retrato y pienso: '¿Qué problema puede haber mayor que éste?'. De inmediato la dificultad desaparece"... A veces una palabra es más bella por su sentido que por su sonido. Eso sucede con la voz "concordia". No tiene la esdrújula sonoridad de "lapislázuli", ni la azul gravedad de "jacaranda", ni la breve agudeza de "ombú". Sin embargo posee un latido que parece escucharse en sus dos primeras sílabas -con, cor, con cor-, que se oyen como el latir del corazón. Y es que "concordia" viene precisamente de ese vocablo: "corazón". Es el acuerdo de dos o más corazones en torno de un sentimiento común. La concordia, lo mismo que su contrario, la discordia, es cosa del sentimiento más que de la voluntad o la razón. Concordia es lo que en estos días -y en los que vienen- necesita México. No es unanimidad de pensares, sino de sentires. En política los mexicanos podemos ser de izquierda, de centro o de derecha, pero todos somos mexicanos. Nos ha de unir, entonces, un común sentimiento de amor a nuestro país. En eso los políticos deberían concordar, de modo de poner el bien de la nación por encima del interés partidista o personal. Aunque predique en el desierto diré que es hora ya de que los partidos hagan una especie de Pacto de la Moncloa que los lleve a formular de común acuerdo una agenda nacional tendiente a dar solución a los graves problemas que agobian a la población y estorban el progreso del País. De otra manera seguiremos como estamos. Y ya sabemos cómo estamos: ligeramente jodidísimos... ¡Lástima de final, inane columnista! Ibas por la florida senda del lirismo patriótico y nacionalista y terminaste con una chanflona chocarrería chabacana que quitó brillo a tu expresión. "Desinit in piscem", decían los latinos al hablar de la sirena. Querían significar que la parte superior de esa criatura era preciosa -¡ah, esas enhiestas y turgentes tetas que muestra la sirena de la lotería!-, pero el cuerpo de la hermosa mujer acababa en cola de pez. (Dos pescadores echaron sus redes, y uno de ellos sacó una bellísima sirena. De inmediato la devolvió al mar. "¿Por qué?" -preguntó su compañero con asombro. "¿Por dónde?" -respondió el otro, lacónico y realista). Así tu arenga sobre la concordia. Al escribirla hiciste salida de jaca andaluza y llegada de mula manchega. Mejor será que bajes el telón de tu columnejilla, no sin antes narrar una historieta final que nos haga más leve la pesadumbre de tu peroración... Dos hombres jóvenes llegaron al Cielo al mismo tiempo. Les informó San Pedro: "Hay aquí ahora una corriente izquierdosa que nos obligó a eliminar el examen de admisión. Podrán entrar, por tanto, y les daré sus alas; pero debo advertirles que si se les caen por un mal pensamiento serán enviados allá abajo, con la competencia". Apenas habían estado una hora en la morada celestial cuando pasó junto a ellos una morena escultural. Uno de los recién llegados permaneció impertérrito e impávido, pero al otro las alas se le cayeron instantáneamente. "¡Al infierno!" -decretó, draconiano, el portero celestial. El condenado se inclinó para recoger las alas y entregarlas. Al hacerlo mostró la parte posterior. Y entonces se le cayeron las alas al otro. (No le entendí)... FIN.

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