Un hombre fue a confesarse después de 40 años de no hacerlo. El sacerdote le repasó los Mandamientos para ayudarle a recordar sus culpas. Cuando llegó al noveno -ahí patinamos todos- le preguntó: "¿Deseas a la mujer de tu prójimo?". "Sí, padre -respondió él muy apenado-. Pero, en compensación, a la mía no la deseo ya". "Cosa extraña es el tiempo, mi querido señor: / la amistad fortalece; debilita al amor". Ese dístico de mi humilde cosecha, inspirado en una frase de La Bruyère, hace alusión a los ingratos efectos que el paso de los años suele tener sobre nuestros sentimientos. Dijo alguien: "¡Cómo vuela el tiempo con el amor, y cómo vuela el amor con el tiempo!". Don Abundio me comentó una vez: "Qué raras son las mujeres, licenciado. Cuando me casé ninguna me gustaba, nada más mi esposa. Ahora todas me gustan, menos mi esposa". De ese sentir proceden cuentos como aquél del sujeto que quería bajar de peso. Un médico, el doctor Ken Hosanna, le recomendó: "Haga el amor tres veces por semana". Dos meses después el tipo le dijo al médico que el tratamiento no estaba dando resultado. "Tres veces por semana hago el amor con mi hermosa secretaria -le contó-, y no he bajado ni un kilo". "Ah no -repuso el facultativo-. Debe hacerlo con su esposa, para que le cueste trabajo". Otro individuo le confesó a su señora que al hacer el amor con ella pensaba en otra mujer, para poder excitarse. "¡Cómo eres malo! -gimió ella muy dolida-. ¡Y yo, que cuando hago el amor con otros hombres procuro siempre pensar en ti para no serte demasiado infiel!". Todo esto viene a cuento por el asombro, no exento de inquietud, que experimento al ver el enorme número de divorcios que ahora se registran. De cada dos matrimonios uno termina en divorcio. Y el otro acaba peor, con la muerte de uno de los esposos. Desde luego, como dice Babalucas, la causa principal de los divorcio es el matrimonio. Sin embargo es interesante conocer la opinión de los expertos según la cual la mayoría de los divorcios no empiezan en la cama, sino en la mesa. Es decir no tienen su origen en falta de amor, sino de dinero. Así, la crisis económica reinante es también causa de una crisis en la institución matrimonial. Ya no tiene vigencia aquello de "Contigo pan y cebolla", que hacía que los esposos se mantuvieran unidos aun en medio de las peores dificultades económicas. Ahora si la necesidad entra por la puerta el amor sale por la ventana. No quiero moralizar acerca de los nuevos tiempos, pero sí diré que los pasados eran muy distintos. Mi señora y yo -digo "señora" en el sentido de esposa, y en el sentido también de dueña- estamos por cumplir medio siglo de casados (50 de ser novios cumpliremos el próximo 27 de noviembre), y en ese tiempo hemos afrontado más de una vez dificultades económicas considerables. Cuando nos casamos era yo reportero novel que ganaba poco, y más de una vez mi mujer me dijo en los últimos días de algún mes: "Ya llegamos a papas". Quería decir que eso era casi lo único que teníamos para comer. Pero nos sostenía otro alimento que el del cuerpo: el amor. Él nos mantuvo juntos hasta que llegaron tiempos mejores. Ahora evocamos con cariño aquellos días en que por ser tan pobres éramos tan ricos. Tesoro grande son los hijos y los nietos, pero el mayor tesoro sigue siendo tenernos uno al otro. Ésa es la bendición mayor, por la cual le doy gracias a Papá Dios todos los días, sobre todo tomando en cuenta que no soy ni he sido nunca un modelo de marido. El matrimonio se forma con una mujer y un hombre. En el mío la mejor parte es la mujer. Y en todos, pienso. Pese al cambio de los tiempos sigo creyendo en el matrimonio, en la familia, en todo eso que algunos miran ahora con desdén. No soy como aquel tipo que decía: "Pertenezco a una asociación llamada Solteros Anónimos. Cuando siento deseos de casarme el grupo manda a mi casa a una mujer mal encarada, de humor agrio, con una bata vieja y rota, pantuflas desgastadas, rizadores en la cabeza y una plasta de cremas en la cara, y que me sirve un desayuno de huevos mal guisados, café frío y pan quemado. Con eso se me quitan los deseos de casarme, y puedo vivir sin matrimonio un día más". Se ha dicho que el deseo de sexo es lo que hace que el hombre se resigne a casarse, y el deseo de casarse es lo que hace que la mujer se resigne al sexo. Pero cuando una mujer y un hombre viven juntos toda su vida hay más que eso. Mucho más... FIN.