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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

A la prima Celia Rima, versificadora de afición, se le ocurrió un epigrama a propósito del último Informe del Presidente Calderón. Los cuatro lapidarios versos de esa tremenda redondilla son mi comentario político de hoy. He aquí el epigrama: “Con saldo tan sanguinario / y mortandad tan enorme / ése no será un Informe: / más bien será un obituario”... Don Cipriano Briones Puebla, “Tata Nicho”, maestro mío de periodismo, decía que el buen epigrama debe morder y arrancar el pedazo. El de la prima cumple sobradamente esa exigencia. A fin de atemperar el sobresalto que el supradicho texto debe haber causado a la República narraré a continuación una serie de inanes chascarrillos que quizá le den sosiego... Don Glebo, añoso labrador, tenía una mula vieja y una vieja mula. Cierto día la primera le propinó una fuerte coz a la segunda, a consecuencia de lo cual la mujer pasó a mejor vida e hizo mejor también la de su esposo. Debemos vivir nuestra vida en tal manera que nuestra muerte sea motivo de tristeza para quienes nos rodean, no de alivio, y aún de oculto gozo. Una cierta señora de Arteaga, hermosa villa cercana ami ciudad Saltillo, le decía a su esposo, sujeto que no sólo la trataba mal, sino que también la maltrataba: “Ni creas que te voy a llorar cuando te mueras. Del puro gusto ese día me pondré el vestido rojo, me compraré un costal de naranjas y me sentaré a comérmelas afuera de la casa”. ¡Ni siquiera el obligado luto de los nueve días le iba a guardar al hombre la resentida esposa! Bien merecido se lo tenía el barbaján. Pero veo que me estoy apartando del relato. Vuelvo a él. La noche que velaron a la esposa de don Glebo alguien advirtió que las mujeres se le acercaban el viudo, y él les decía que sí con la cabeza, en tanto que a los hombres les decía que no. Alguien le preguntó a qué se debía eso. Respondió el labrador: “Todas las mujeres me decían que mi señora se veía muy bien con su vestido negro. Y todos los hombres me preguntaban si la mula estaba en venta”... Babalucas solía ponerle gasolina a su automóvil en una gasolinera cuyo dueño ofrecía a sus clientes una noche de sexo gratis si adivinaban el número, del uno al 10, que él estaba pensando. Le contó eso a un amigo, y le dijo: “Nunca he podido adivinar el número”. “Claro que no -se rió el amigo-. Digas el número que digas ese hombre te dirá siempre que el número era otro. Jamás nadie lo podrá adivinar”. “Te equivocas -lo corrigió Babalucas-. Mi esposa ya lo ha adivinado siete veces”... Don Añilio, maduro caballero, le preguntó a su amigo don Geroncio: “¿Recuerdas aquellas píldoras que nos daban en el ejército para disminuirnos el apetito sexual, y que no fuéramos con mujeres que podían trasmitirnos alguna enfermedad venérea?”. “Sí las recuerdo” -contesta don Geroncio. Y dice don Añilio: “Creo que ahora sí ya me están empezando a hacer efecto”... Pepito tenía 10 añitos; Rosilita 7. Tomaditos de las manos fueron con sus papás, que estaban en el jardín charlando, y les comunicaron que se iban a casar. Preguntó con una sonrisa la mamá de Pepito: “Y ¿de qué van a vivir?”. Respondió el chiquillo: “De nuestros domingos”. Intervino, también sonriendo, el papá de Rosilita: “Posiblemente eso baste para ustedes dos. Pero ¿y cuándo vengan los hijos?”. “Bueno -razonó Pepito-, hasta ahora hemos tenido suerte”... Tres ancianitos se quejaban del malestar que padecían. Dijo el primero: “La mano me tiembla tanto que siempreme corto al afeitarme”. Dijo el segundo: “La mano me tiembla tanto que siempre derramo el café por la mañana”. Dijo el tercero: “La mano me tiembla tanto que cuando hago pipí en el restorán todos piensan que estoy haciendo cosasmalas”... Dos soldados norteamericanos, uno de color, de estatura gigantesca y musculoso, el otro blanco, pequeño y delgaducho, estaban conversando. Le preguntó el flaquito al grandote: “¿Qué harías si en este momento nos dijeran que iba a estallar una bomba, y que nos quedaba solamente media hora de vida?”. Respondió el negro: “Me soltaría haciéndole el amor a todo lo que se moviera. ¿Y tú?”. Contesta el otro: “Durante 30 minutos me mantendría lo más quietecito posible”... FIN.

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