Dijo una señora: "Mi esposo y yo tenemos 14 hijos". "¡14 hijos! -se asombró alguien-. ¡Deberían ustedes comprarse un condominio!". "No podemos -replicó la señora-. Somos católicos"... Los pieles rojas estaban preocupados: el Gran Jefe Manoloca no daba trazas de tomar esposa. El consejo de ancianos decidió ponerlo bajo vigilancia, y bien pronto se supo la razón por la cual el líder de la tribu vivía en soledad: gustaba de satisfacerse a sí mismo. Los ancianos ordenaron que se le consiguiera una esposa. Bien pronto le fue presentada al Gran Jefe una linda muchacha de cabellera endrina y grandes ojos negros. Días después se llevó a cabo la ceremonia nupcial, y los recién casados se dirigieron a la carpa del Gran Jefe a fin de consumar el matrimonio. Un par de horas después salió Manoloca. Los ancianos, inquietos, le preguntaron: "¿Qué sucedió?". Contesta el Gran Jefe "A la novia se le cansó el brazo"... Lo que tenía que pasar pasó, y lo que está pasando va a pasar. A la declaratoria oficial -y final- de la validez de la elección de Presidente ha seguido la obligada rabieta de López Obrador, ya prevista y acostumbrada ya, que con los días se irá desdibujando hasta desaparecer. El tedio de lo ya visto, la división de las izquierdas, el desgaste de la imagen de López Obrador y -sobre todo- el empuje de las nuevas figuras surgidas en el PRD harán que un movimiento que no tiene razón de ser ceda ante el peso de la realidad. Quienes buscan renovar las cosas en el país -muchas cosas en él hay qué cambiar- no deberían ya mirar hacia el reciente episodio electoral. Ahí todo está perdido ya, y nada se puede revertir. Deben organizarse para actuar con mayor consistencia y eficacia en la próxima elección. López Obrador, caudillo empecinado, debe dejar el sitio a elementos con mayor porvenir que él. La izquierda está tocando ya la puerta de Los Pinos. Puede abrirla en el 2018, pero sólo si sus diversas corrientes se unen y trabajan juntas. AMLO estorba esa unidad y ese trabajo. Lo suyo ya no es un movimiento político: más bien parece una religión cuyos devotos se aproximan al fanatismo, que es insania. En la elección de julio la voluntad de los ciudadanos se manifestó en forma clara y contundente. Es imposible que los millones de electores que no le dieron su voto a López Obrador hayan sido todos comprados, corrompidos o engañados. Y sin embargo ni el tabasqueño ni sus seguidores reconocen su derrota, y otra vez reclaman sin derecho y alborotan sin razón. Recurren a la diatriba y a la injuria, como hizo Monreal cuando con actitud vesánica tildó de farsantes con toga a los magistrados que en forma unánime rechazaron las mal fundadas impugnaciones de quienes niegan toda argumentación que no sea la suya. Apechuguemos, pues, con estas algaradas que a nada llevarán ni servirán a de nada a quienes les promueven. López Obrador se niega a desaparecer del escenario público. A fin de seguir en el candelero necesita que su gente alborote. Ya lo veremos, cumplido el plazo necesario, promoviendo la formación de su particular partido. Seguirá en campaña otros seis años, con lo cual sumará 18 ya, pues él supone que a la tercera es la vencida. Sólo que ahora no está solo. Ahí está Ebrard, cuyo altísimo índice de aprobación en el Distrito Federal lo pone desde ahora en primera línea como posible candidato de la izquierda para la sucesión presidencial. Ahí también está Miguel Mancera, que en el DF obtuvo más votos que López Obrador. AMLO dividirá más a la izquierda, y disminuirá las posibilidades que la izquierda tiene de ganar la Presidencia. Santón empecinado, es jefe máximo de una revolución que gira y gira en torno del caudillo, y que por eso no llega a ningún lado... Aterrizó el astronauta en Marte, y vio a una lindísima marciana que meneaba algo en una olla que tenía al fuego. Le preguntó: "¿Qué haces?". Respondió la marciana: "Un niño. Pondré esta mezcla en un molde, y de ahí saldrá un bebé". Le dijo el astronauta: "En la Tierra los hacemos de otro modo". "¿Cómo?" -se interesó la linda extraterrestre. El astronauta, entonces, procedió a hacerle una cumplida demostración de cómo se hacen los niños en nuestro planeta. Acabado el trance la marciana preguntó extrañada: "¿Y el niño?". Respondió el astronauta: "Si todo sale bien lo verás dentro de nueve meses". Le dice la marciana atrayéndolo hacia sí: "Entonces síguele meneando"... FIN.