Doña Alcaucila, dueña de una casa de mala nota, amonestó a una de sus pupilas. Le dijo: "Pon menos calor en tu trabajo, Vesubia. Un cliente se quejó de que te mueves tanto que seis veces lo hiciste caer al suelo". "Ya sé quién se quejó -dijo Vesubia, desdeñosa-. Ese tipo no se puede sostener ni en el sillón de su sala". "Te equivocas -la corrigió doña Alcaucila-. Es Rinconete Gallardino, campeón nacional de jineteo de yeguas brutas". (¡Y Vesubia lo tumbó seis veces! ¡Antes no tumbó también el lecho, el cuarto, la casa y la ciudad!)... La cantina estaba llena de borrachos necios. Se respiraba humo pestífero y espeso de cigarros, y aturdía los oídos el ruido estrepitoso de la radiola que tocaba infame música. Un parroquiano masculló, enojado: "¡Quisiera estarme divirtiendo tanto como mi esposa cree que me estoy divirtiendo!"... El señor llegó a su casa por la noche, y después de comer algo del refrigerador subió a su recámara. Ahí estaba su señora, en la cama, con una bolsa de hielo en la cabeza, el frasco de aspirinas en el buró, el vaporizador funcionando, una taza de té caliente y un montón de cajas de medicamentos al alcance de la mano. Una doliente expresión de enferma le oscurecía el semblante. "Artemisa -le dijo el señor a su mujer-. Bien pudiste haberte ahorrado todo este teatro, y esta escenografía. Hoy no tengo ganas"... Pussy Hotlips, muchacha voluptuosa, le dijo al galancete que la cortejaba: "Estoy dispuesta a entregarme a ti por amor". "¿De veras?" -se emocionó el tipejo. "Sí -confirmó ella-. Por amor a mil pesos"... Don Añilio, maduro caballero, advirtió que empezaba a tener problemas en la alcoba: no podía izar como antes el lábaro antes enhiesto de su virilidad. Fue con el doctor Ken Hosanna, y el eminente facultativo, mediante un acertado tratamiento, le devolvió bien pronto el perdido vigor y el ímpetu de la libídine. Pocos días después llegaron a la casa de don Añilio, al mismo tiempo, el recibo de la luz y la cuenta del médico. Le dijo el señor a su esposa: "No tenemos para cubrir las dos cuentas. ¿Cuál pagamos primero?". "La del doctor" -respondió ella sin dudar. Don Añilio se preocupó. Le advirtió a su mujer: "La CFE nos puede apagar la luz". "-No importa -replica su mujer-. Lo que no quiero es que otra vez se te vuelva a apagar aquello"... Babalucas iba a hacer un crucero por Alaska. Le dijo a su mamá: "Te enviaré por correo un pedazo de hielo. Será un bonito souvenir". "Estás loco -respondió la señora-. Cuando llegue el correo, el hielo habrá desaparecido". "No lo creo -replicó Babalucas-. ¿Quién va a querer robarse un pedazo de hielo?"... El oficial de tránsito vio un coche con un letrero que decía: "Soy una prostituta. Te puedo llevar al éxtasis por 500 pesos". Alcanzó en su patrulla al vehículo e hizo que su conductora se detuviera. "Ese letrero es inmoral -le dijo a la mujer-. Deberá usted pagar una multa". En eso acertó a pasar otro automóvil. Lucía, bien visible, el lema "Jesús te ama". Preguntó la mujer: "¿Por qué no detiene a ese vehículo? También lleva un letrero". "Es cierto -concedió el agente-. Pero es un letrero religioso". Días después el oficial vio pasar a la mujer. Su coche llevaba ahora este letrero: "Soy un ángel. Por 500 pesos puedo hacer que te sientas en el paraíso"... Foquino era un muchacho guapo, simpático y de buen corazón. Hizo un viaje en tren, y su hermano fue a recibirlo en la estación. "¿Qué te sucede? -le preguntó el hermano-. Traes los ojos muy irritados". Respondió con triste voz Foquino: "Es que vine llorando todo el camino". "¿Llorando? -se asustó el otro-. ¿Por qué?". "Déjame contarte -relató Foquino-. En el coche comedor conocí a una muchacha muy linda. Cenamos juntos; la invité a tomar una copa en el bar y luego la acompañé a su camerino. Me permitió entrar, y un instante después ya estábamos abrazándonos y besándonos apasionadamente. Hicimos el amor. Cuando acabamos, ella se echó a llorar. '¡Qué he hecho! -dijo con desesperación-. ¡Estoy casada con el mejor hombre del mundo, y acabo de cometer adulterio con un desconocido! ¡Debo ser la peor mujer del mundo!'. La vi tan triste, tan arrepentida, que yo también sentí pena y remordimiento, y me puse a llorar junto con ella". "¿Qué sucedió luego?" -preguntó conmovido el hermano. "¿Qué querías que sucediera? -responde el tal Foquino-. Adulterio y llorada; adulterio y llorada; adulterio y llorada..."... FIN.