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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Afrodisio Pitongo, hombre proclive a la concupiscencia de la carne, andaba cabizmundo y meditabajo. Un amigo le dijo: "Te veo preocupado. La cara que traes no corresponde a la alegría de las fiestas patrias". "¿Qué alegría puedo yo tener? -respondió el tal Pitongo con sombrío acento-. Le iba a comprar un regalo a mi novia por su cumpleaños, y me dijo que de una vez se lo guarde para el Día de la Madre"... El profesor, harto de las diabluras de Pepito, le dijo vengativo un día: "Estoy seguro de que no sabrás la respuesta a esta cuestión, pues eres el más ignorante del grupo, pero dime el nombre de un mamífero que no tenga dientes". Replicó el chiquillo: "No puedo contestar su pregunta". "¿Lo ves? -se burló el maestro-. No sabes nada de zoología". "De zoología sé algo -dice Pepito-. Lo que no sé es cómo se llama su abuela"... El flamante papá primerizo miró orgulloso a su hijita recién nacida, que estaba en brazos de la enfermera, y le dijo al médico que había atendido el parto: "¿Qué le parece mi nena, doctor?". "Preciosa, -responde éste-. Y la mía ¿qué te parece a ti?". Preguntó el chico: "¿Dónde está?". Responde el médico: "Cargando a la tuya"... El policía que cuidaba el parque escuchó un penetrante grito de mujer y fue corriendo a ver qué sucedía. Tras unos arbustos vio a una pareja entregada al sempiterno rito del amor. "Todo está bien, oficial -le dijo la mujer al policía entre acezos, jadeos, agitaciones y meneos-. Grité porque al principio creí que lo que este señor quería era robarme el bolso"... Doña Macalota y doña Burcelaga fueron al cine a ver una película romántica. Al terminar la función doña Macalota, emocionada por la trama de la cinta y por el guapo galán que la protagonizaba, le preguntó a su amiga: "¿Algún hombre te ha hecho sentir el deseo de ser soltera otra vez?". "Sí -contestó al momento doña Burcelaga-. Mi marido"... Don Algón, el jefe de la compañía, le dijo a su curvilínea secretaria: "Por favor, Rosibel, no venga mañana a la oficina. Tengo mucho trabajo"... Don Valetu di Nario, señor de edad madura, llegó a su casa llevando un trombón que acababa de comprar. Sin decir palabra, y ante el asombro y estupefacción de su mujer, procedió a tocar varias escalas en el instrumento. Luego, con ciertas dificultades, y algo desafinado, interpretó "Meditación", de la ópera "Thaïs", obra del gran compositor francés Jules Massenet (1842-1912). Al terminar la demostración le dice don Valetu a su señora en tono al mismo tiempo ufano y retador: "¿Qué tal, eh? ¡Y tú que dices que ya no soplo!"... Don Usurino era dueño del cine del pueblo. Un señor llamó por teléfono y le preguntó: "¿Cuánto cuestan los boletos para la función de hoy?". Él le dio la información. Volvió a inquirir el hombre: "¿Y los boletos de niño?". "Cuestan lo mismo" -respondió el dueño. Le dice el que llamaba: "En los aviones a los niños les cobran la mitad". Replica don Usurino: "Llévelos a ver la película en el avión"... Con agitada voz el joven Simpliciano le pidió a su novia: "¡Quítate la blusa, Dulcilí!". "¡Estás loco! -protestó ella-. ¡No puedo hacer tal cosa!". "Si no te la quitas -dijo el muchacho- es que no me quieres". "Está bien" -cedió ella. Y se quitó la blusa. "Ahora -demandó el tipejo-, quítate la falda". "¡Por favor, Simpli! -gimió ella-. ¡No me pidas eso!". "Si no te la quitas -repitió él- es que no me amas". Ella, con un suspiro de resignación, se quitó la falda. "Ahora -prosiguió Simpliciano- quítate las pantimedias". "¿Para qué quieres que me las quite?" -se atribuló la chica. "¡Quítatelas, te digo!" -le ordenó terminantemente el persistente joven. La chica se quitó las pantimedias. "Ahora -le dijo Simpliciano- quítate el brassiére, corpiño, ceñidor, sostén, portabustos o sujetador". "¡Eso sí que no! -exclamó la muchacha poniéndose las manos sobre el pecho-. ¡Y menos si tiene tantos nombres!". Le dice Simpliciano: "¿Lo ves? No me quieres". Ella, resignada, se despojó del brassiére, corpiño, ceñidor etcétera-. "Y ahora -pidió Simpliciano con salaz acento- quítate la última prenda que te queda". "¡No! -clamó la muchacha-. ¡Eso no me lo quito!". "Dulcilí -la amenazó Simpliciano-. ¡Si no te lo quitas cuelgo el teléfono!"... FIN.

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