Pimp y Nela, administrador sexual él, su pupila ella, estaban conversando. Le dijo Pimp a Nela: "En el circo vi a una trapecista que sostiene a su esposo con los dientes". "¿Y qué gracia tiene eso? -replicó Nela, despectiva-. Yo te sostengo a ti con otra cosa, y no ando presumiendo"... La señorita Himenia Camafría, célibe madura, fue a comprar un perfume. "Tenemos éste -le mostró la vendedora-. Se llama 'Pecado'". Dijo la señorita Himenia: "Ya lo llevé, y no dio resultado. ¿No tiene uno que se llame 'Pecadote'?"... Babalucas se dirigió a un transeúnte: "¿Me hace favor de decirme qué horas son?". Consultó su reloj el caballero y le informó: "Las 8 menos cinco". Después de hacer cuentas con los dedos Babalucas dijo: "Ah, sí, gracias: las 3"... En la florería había un letrero: "Dígalo con flores". Entró un muchacho y le pidió al propietario: "Busco unas flores que le digan a una muchacha que me dé aquello"... Hace mucho tiempo escuché esta pícara coplilla, y hoy la recordé: "Si quieres llegar a viejo / en forma reglamentaria / debes hacerte pendejo / por lo menos una hora diaria". Nuestros políticos alargan mucho ese horario, y parecen no oír las quejas de la gente, ni darse cuenta de su irritación. Será muy raro el mexicano que no piense que hay demasiados partidos políticos, algunos de los cuales son negocios de familia, como el Verde, o de plano personales, como el PT, el Movimiento Ciudadano o el Panal. También los políticos hacen caso omiso de las protestas de la ciudadanía por el excesivo número de diputados y senadores, especialmente por aquellos que llegan al escaño o la curul sin haber sido elegidos por la gente. La política nos sale muy cara, y pagamos un costo elevadísimo por la imperfecta democracia que tenemos. Deberían nuestros políticos hacer un riguroso examen de conciencia y reconocer que le cuestan demasiado a México. Es una verdadera parajoda que México, país de pobres, tenga partidos tan ricos, y que se haya formado aquí una casta que pesa en forma onerosa sobre los contribuyentes. Me temo, sin embargo, que pedirles un examen de conciencia a los políticos es más inútil que aquello de pedirle peras al olmo: ellos no tienen conciencia qué examinar... ¡Bófonos! Esa última frase tuya, columnista, merecería ser inscrita en bronce eterno o mármol duradero, o ya de perdido en plastilina. Nadie te hará caso, desde luego, y tus palabras caerán como en un pozo. Ya las estoy oyendo: ¡plop! Narra entonces un chascarrillo final que alivie la gravedad de tu peroración... El Padre Arsilio fue invitado a dar una conferencia en el casino del pueblo. La disertación versaría sobre los milagros de Jesús, según se narran en los Evangelios. Antes de que el conferenciante empezara a hablar se puso en pie don Jacobino Volterre, que tenía en el pueblo fama de ateo y come curas, y dijo con pedantesca suficiencia "Quiero pedirle, señor, que antes de contarnos esos mitos, esos cuentos para niños o débiles mentales, me explique usted qué es un milagro. Yo estoy nutrido en las sabias enseñanzas de Comte, Parra y Barreda, apegadas a lo positivo de la naturaleza y la razón, y desconozco por tanto qué cosa sea esa de los milagros". Se oyeron risitas burlonas y aplausos contenidos entre quienes apoyaban a don Jacobino. El padre Arsilio, apretando los dientes a fin de contener su santa indignación, le respondió a Volterre: "Con mucho gusto te explicaré lo que es un milagro, hijo, y además te lo explicaré con absoluta claridad. Para eso te ruego que pases al frente". Don Jacobino dirigió una jactanciosa mirada a sus aláteres como diciéndoles: "Ahora verán cómo le va a ir a éste conmigo", y subió al foro. Le pidió el padrecito: "Ponte aquí, hijo, si eres tan amable, con las piernas ligeramente abiertas". El tal Volterre se colocó en la posición que el cura le pedía. Entonces el padre Arsilio tomó impulso y le propinó un tremebundo puntapié en la entrepierna, precisamente en el sitio donde más duelen las patadas. Don Jacobino lanzó un espantoso ululato de dolor y cayó a tierra retorciéndose, sacudido por fuertes espasmos convulsivos. Se inclinó hacia el lacerado el Padre Arsilio y le preguntó con tierna solicitud: "¿Te dolió, hijito?". "¡Claro que me dolió!" -respondió con voz apenas audible el desdichado. "Bueno -le dijo entonces el sacerdote en tono paternal-. Si no te hubiera dolido, eso habría sido un milagro"... FIN.