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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Y va de anécdota. Un joven político fue electo senador por Massachusetts. Tan pronto ocupó su sitio en el Senado buscó el modo de hacerse miembro de alguna comisión senatorial. Para eso habló de su aspiración con cierto influyente senador a quien correspondía en buena parte otorgar esas designaciones. El hombre lo citó para verse el día siguiente en su oficina. Cuando el recién electo llegó a la entrevista se sorprendió bastante al oír la pregunta con que lo recibió el veterano: "¿Qué acostumbras beber, muchacho? ¿Whisky o bourbon?". "Whisky" -respondió con vacilación el visitante. El senador le sirvió un vaso casi lleno y le dijo: "Entiendo que en Boston hay muchos italianos. Tómate este whisky y entrarás en la comisión de Inmigración". El joven senador apuró trabajosamente la bebida. "Entiendo también-prosiguió el otro al tiempo que le servía un segundo whisky- que en Massachusetts hay bastantes negros. Bebe este otro vaso y serás miembro de la comisión de Derechos Civiles". Obedeció el aspirante. "Y sé igualmente -dijo el anfitrión- que has hecho estudios acerca de la Constitución. Tómate este otro vaso y entrarás en la comisión de Asuntos Constitucionales". Y así diciendo le sirvió un tercer whisky. Como pudo lo bebió el novato. "Muy bien -dijo entonces el influyente senador-. Creo que con esas comisiones es más que suficiente". ("Y con este whisky también" -debe haber pensado su interlocutor). El viejo político se puso en pie y despidió a su mareado colega. Como pudo se las arregló éste para volver a su oficina. Ahí lo esperaba un nutrido grupo de paisanos suyos. "Vengo -les dijo con tartajosa voz que pretendía ser solemne- de presentar mi examen para ingresar en las diversas comisiones en que participaré". El joven senador a que se refiere este relato era Edward M. Kennedy. Y quien en forma tan expedita -dicho sea sin juego de palabras- le atribuyó sus cargos era James Eastland, pintoresco senador por Mississippi. Hasta aquí la anécdota. Nuestros senadores y diputados se hacen garras para quedar en alguna de las numerosísimas comisiones que en la extrañamente llamada Cámara Alta y en la bien nombrada Baja se distribuyen como chambas cuyos ocupantes disfrutarán de jugosos emolumentos y de toda suerte de gajes y prebendas. Tan suculentas comisiones son repartidas como posiciones -posesiones- de los partidos, y no según los méritos o conocimientos de esos representantes que a nadie representan aparte de su interés y el de su partido. Me pregunto cuál de los dos métodos será mejor, si el modo etílico de Mister Eastland o la manera alícuota de nuestros solones. Por hoy diré a manera de conclusión que a fin de cuentas todos los políticos del mundo son iguales, ya sean del primer mundo o del mundo al que ahora pertenece México (el décimosexto, entiendo, al día de hoy). El joven sultán le preguntó al experto: "¿Cómo haces para escoger entre tus esposas a aquella con la que pasarás la noche?". Respondió el otro: "Las pongo en fila, me quito la ropa y paso entre ellas. A cada una le voy tocando el cuerpo con el dedo índice ligeramente mojado en saliva. Aquella que al tocarla hace: '¡Tzzz!' es la escogida"... El cuento que sigue fue calificado de "inurbano y sicalíptico" por doña Tebaida Tridua, censora de la pública moral (y también de la privada, en caso necesario). Las personas que no gusten de leer cuentos inurbanos y sicalípticos deben suspender aquí mismo la lectura... Doña Silvestra, mujer del campo, viuda, contrató a un carpintero para que le hiciera una letrina. Después de usarla un par de días le dijo al hombre que no le iba a pagar el trabajo hecho. "La letrina duele" -dijo para explicar su negativa. "¿Cómo que duele? -replicó el carpintero con molestia-. No entiendo eso". "Revísela de cerca" -le pidió doña Silvestra. El hombre revisó la letrina sin notar ningún problema. "Más de cerca" -demandó ella. El carpintero acercó el rostro lo más posible a la obra, y tampoco advirtió ninguna deficiencia. Pero al retirar la cara sucedió que uno de los pelitos del bigote se le atoró en una hendidura de la madera. "¡Ouch!" -exclamó el tipo. Y dijo doña Silvestra: "¿Verdad que duele?". (No le entendí)... FIN.

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