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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Frase que aspira a ser un poco célebre: "En tratándose del sexo dentro del matrimonio algunas esposas que no gustaban de él se acostumbrán a la larga. A la que no se acostumbrán nunca es a la corta". (No le entendí)... Los diputados priistas y sus aliados del Partido Verde están muy orgullosos porque encontraron la forma de burlar las acometidas de las feroces tribus de la izquierda que tienen por deporte asaltar la tribuna o tratar de impedir que el Presidente tome posesión de su cargo. Para eso habilitaron un balcón como tribuna de emergencia, y dictaron una prescripción por la cual el mandatario podrá rendir la protesta de ley en otros recintos alternativos a más del de la Cámara. Tales medidas, sin embargo, son evidencia del subdesarrollo político que padecemos. He aquí que una minoría puede violar impunemente el reglamento a que se sujetan las sesiones, e imponer su capricho por la fuerza. Lo que se debería hacer en este caso es aplicar la ley, y no buscar subterfugios vergonzantes para hacer que las prácticas democráticas y la institucionalidad prevalezcan frente a aquellos que en manera tan burda las vulneran. Y ya no digo más porque estoy muy encaboronado. Miren: me laten las sienes y me tiembla visiblemente la nariz. Mejor cambio de tema... Doña Tebaida Tridua, presidenta ad vitam interina de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, envió a esta columna un ocurso memorial en 12 fojas útiles y vuelta, escrito en caracteres elzevirianos, por el cual prohíbe la publicación aquí del cuento que ahora sigue. Advierte en su mensaje la censora: "Si esta prescripción es ignorada la aparición de dicho cuento se considerará nula y sin efectos, como si nunca jamás hubiera sucedido, y se ordenará a los lectores que olviden para siempre el argumento o trama de la dicha nefanda relación". Con el alma y sus tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad, quisiéramos obsequiar el deseo de doña Tebaida -asoma la severa señora y solicita: "Favor de no usar esa palabra, 'deseo', que se presta a malos pensamientos"-, pero los fueros de la libertad son irrenunciables. He aquí, por lo tanto, esa vitanda narración... Tres mujeres eran vecinas, y compartían el mismo jardín. La primera estaba casada con un inglés, la segunda con un irlandés, y la otra con un escocés. En una de sus conversaciones surgió el tema de la ropa interior, y las tres estuvieron de acuerdo en que casi no tenían nada qué ponerse. Con femenina astucia urdieron una estratagema a fin de conseguir de sus maridos dinero para comprarse sneakers, undies, knickers, panties, bloomers o skivvies, que con todos esos nombres puede ser llamada en lengua inglesa la prenda más íntima de la mujer. (Muy importante prenda es ésa: ciertamente no es lo mejor del mundo, pero está muy cerca de lo mejor). Las señoras, pues, les dijeron a sus respectivos esposos que iban a colgar un columpio de la rama de un árbol que en el jardín crecía. A tal efecto pusieron una escalera, y la esposa del marido inglés trepó por ella. La vio subir su cónyuge, y apresuradamente la llamó. "By Jove! -le dijo en voz baja con alarma-. ¡No traes calzón, mujer!". "Es que no me das dinero para comprarme ropa" -contestó ella, gemebunda. El hombre echó mano a su cartera y le entregó unas libras. Subió por la escalera la esposa del irlandés, y éste la vio desde abajo. "Blessed Saint Patrick! -le susurró espantado-. ¡No traes nada allá abajo, descarada!". "Bastante traigo -replicó ella con orgullosa dignidad-, pero nada con qué cubrirlo. Tú no me das para comprarme ropa". El irlandés sacó algunos billetes del bolsillo y se los dio. Subió seguidamente la mujer del escocés. No iba muy confiada en la eficacia del ardid: los escoceses, ya se sabe, son muy económicos, ilustres ahorradores de dinero. La vio en lo alto el hombre y al punto la hizo bajar. "¡Bloody be, woman! -le dijo con mal oculto escándalo-. ¡Se te ve todo, desdichada!". Plañó ella: "¡Es que nunca me das dinero; por eso no traigo ropa interior!". Abrió el escocés su sporran, nombre de la tradicional bolsa que los escoceses deben llevar siempre, pues su falda o kilt no tiene bolsillos. Se alegró la señora: seguramente su cicatero esposo le iba a dar para que se comprara ropa. Pero en vez de dinero el hombre sacó un peine. "Ten -le dijo a su mujer-. Por lo menos arréglate un poco"...

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