¿Cuántas posiciones hay para hacer el amor? Cierto escritor francés publicó un libro llamado “Mil posiciones sexuales”. Un lector le dijo con asombro que él nada más conocía una. “¿Cuál es?” -quiso saber el autor. Respondió el otro: “La mujer se tiende de espaldas, y el hombre se pone sobre ella”. “¡Ah! -exclamó lleno de entusiasmo el francés al tiempo que sacaba su libreta-. ¡Mil y una posturas sexuales!”. Había en un elegante suburbio una gran casa . Quienes aquel domingo pasaron frente a ella se sorprendieron al ver un insólito espectáculo: en la cochera varias parejas hacían el amor en diferentes posiciones. Diré el nombre en inglés de algunas de ellas: missionary, doggystyle, lotus, spoons, lateral, suspended congress, lap dance, piledriver y T-square. Uno de los que pasaban se detuvo, y fue recibido en el jardín por una dama otoñal muy bien vestida. “Bienvenido, señor -le dijo alegremente-. ¿Podemos hacer algo por usted?”. Preguntó escandalizado el hombre: “¿Qué casa es ésta donde se hacen en público cosas que sólo deben hacerse en privado?”. Respondió la señora con naturalidad: “Es una casa de mala nota. Lo que sucede es que hoy tenemos venta de garage”... Don Manuel Pérez Treviño fue un importante político del tiempo que siguió al de la Revolución. Originario de Coahuila, gobernó a su estado natal, llegó a ser secretario, tanto de Industria como de Agricultura, y fue embajador de México en España en los tiempos de la Guerra Civil. Gracias a él salvaron la vida muchos republicanos. Yo no lo conocí murió muy joven-, pero tuve el honroso privilegio de tratar a su esposa, doña Esther González. Ser una dama es fácil. Cuestión de buenas maneras. Lo difícil es ser una señora: eso es cosa del corazón y el alma. Doña Esther era una dama, y era también una señora. Pero voy a otra cosa. Sucedió que don Óscar Flores Tapia, cuyo gobierno dio notable impulso a Saltillo y a Coahuila, decidió hacer una estatua de su antiguo jefe. Le pidió al escultor que pusiera a don Manuel como él lo recordaba: en traza cotidiana, de pie, y con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. Aalgunos esa actitud les pareció muy poco heróica . Les habría gustado ver al ilustre coahuilense sosteniendo en las manos un ejemplar de la Constitución, o señalando hacia el porvenir con índice flamígero, pero no con las manos en las bolsas. Yo opiné que la estatua debía dejarse como estaba. Esgrimí un argumento poderoso. Dije: “Es el primer político mexicano que veo con las manos metidas en sus propios bolsillos”. Eso de las estatuas tiene sus asegunes, como se dice en lenguaje popular.En un pueblo del norte mexicano pusieron la efigie de un prócer local. Aparecía el héroe de pie en su pedestal, con las piernas arqueadas, como si hubiera sido zambo, pernituerto, patojo o estevado. El alcalde explicaba la inusual postura del homenajeado: originalmente iba a estar a caballo, por eso se le hizo con las piernas abiertas y curvadas. Sucedió, por desgracia, que ya no hubo dinero para comprar el bronce con que se haría el animal, y entonces el personaje quedó así, jinete sin caballo. Por estos días se ha hecho mucho revuelo en la Ciudad de México a propósito de una estatua que representa a cierto personaje de Azerbaijan a quien algunos han tildado de déspota, tirano y dictador. Quienes protestan exigen con energía que la tal estatua sea retirada, pues si la dejan ahí será un funesto precedente, y la Capital se llenará con estatuas de autócratas ecuestres y pedestres. Las autoridades, por su parte, aducen que si la estatua se hace desaparecer se creará un conflicto diplomático, y ya se sabe lo que son los conflictos diplomáticos: pleitos con frac, cuyo propósito fundamental es conseguir que las cosas sigan como están, aunque estén mal.Mi propuesta es que dejen la estatua en su lugar. Nadie sabe quién es ese señor; al paso de los días su efigie será olvidada, y nadie la verá. ¿Qué caso tiene hacer una tempestad en un vaso de agua, y más cuando el agua es de borrajas?... FIN.