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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

La oficina de reclutamiento estaba en el segundo piso, y el departamento de exámenes médicos en el primero. El muchacho que no quería ser reclutado le dijo al médico: "Veo muy mal. Soy casi ciego". El doctor, que había hecho que el chico se desvistiera para revisarlo, no encontró en su vista ninguna deficiencia. Sin embargo, para estar seguro de su diagnóstico, hizo que una curvilínea enfermera pasara frente al muchacho mostrándole provocativamente sus atributos pectorales y su abundoso caderamen. "¿Qué ves?'' -le preguntó al mozalbete. "Veo sólamente un bulto'' -respondió él. "Muy bien -concluyó el médico-. Quizás tus ojos vean sólo un bulto, pero otra parte tuya está apuntando directamente al piso de arriba, donde está la oficina de reclutamiento''... El borracho empezó a ponerse necio en la cantina. Fue hacia un señor que sin meterse con nadie bebía su copa en un extremo de la barra y le dijo con tono amenazante: "¿Está usted buscando pleito?''. El otro le respondió, calmado: "Desde luego que no, amigo. Si buscara pleito ya me habría ido a mi casa''... El sargento le dijo a Babalucas: "¡Soldado! ¡Ice la bandera!''. Contesta Babalucas dándole palmaditas en la espalda: "Lo felicito, mi sargento. Le salió a toda madre''... Una mujer llamada Montecarla tenía el feo vicio del juego. Cierto día fue al casino y perdió todo su dinero en la ruleta. Desesperada salió al jardín e invocó al diablo en la mejor tradición de la Edad Media. "¡Demonio! -clamó-. ¡Si me das dinero seré tuya en cuerpo y alma!''. ¡Wham! Una sombra salió de los arbustos y se le puso enfrente. "Primero dame el cuerpo -le dijo a Montecarla con cavernosa voz-. Lo del alma puede esperar''. Ahí mismo, sobre la grama del jardín en penumbra, se cumplió la primera parte del horrible pacto. Acabada que fue la vil dación Montecarla le dijo con pena a la siniestra sombra: "Me disculpo de no ser virgen''. "No te preocupes -le respondió la voz-. Yo me disculpo de no ser el demonio''... Recuerdo con afecto a don Juan de Dios Legorreta, amabilísimo señor. Fue él, hasta donde sé, el primer "motivador" que hubo en este país. Invitado por las fuerzas vivas de mi ciudad -las muertas ya no podían invitarlo-, dictó una serie de conferencias en el señorial Casino de Saltillo. Aunque eran de paga yo, muchachillo inargento e impecune, si me es permitido usar esas palabras que no existen, pude asistir al curso merced a una beca que me consiguió don Eloy Dewey Saavedra. En una de sus exposiciones el señor Legorreta narró el caso de un niño que como parte de sus tareas escolares debía hacer un dibujo que mostrara la sala de su casa. Terminó su obra el niño, y le salió muy bien. Pero en eso una mancha de tinta cayó sobre el trabajo. El chiquillo se echó a llorar, desconsolado. Su padre vino, y alrededor de la mancha dibujó un perro. "¿Lo ves? -le dijo al niño-. Podemos aprovechar lo malo para hacer algo bueno". Enrique Peña Nieto podrá invocar el fracaso de la guerra que emprendió Calderón contra el tráfico de drogas, y los trágicos efectos de esa fallida guerra, para impulsar ante los demás países un diálogo que conduzca a establecer nuevas estrategias que sustituyan una guerra que nadie jamás podrá ganar. Sigue ahora una historia de Capronio, el caborón más caborón de la comarca. Cierto día llegó a su casa por la noche, y sorprendió a una ladronzuela que hurgaba en los cajones. Le echó mano, y tomó el teléfono para llamar a la policía. "¡Por favor, señor! -suplicó, gemebunda, la muchacha-. ¡No me entregue! ¡Es la primera vez que hago esto!''. Capronio pasó una mirada escrutadora por la chica, y se percató de que no estaba nada mal. "Está bien -le dijo-. Dejaré que te vayas si primero pasas conmigo un rato en la recámara''. "¡Sí! -aceptó con vehemencia la muchacha-. ¡Lo que sea, con tal de no ir a la cárcel!''. Fueron, pues, los dos a la alcoba; sumisa la pobre raterilla, el otro relamiéndose con la promesa de la segura refocilación. Algo sucedió, sin embargo. O, más bien, algo no sucedió. Ya fuera por lo premioso del instante, ya por las extrañas circunstancias que rodeaban al suceso, el caso es que Capronio no pudo ponerse en aptitud de hacer honor a la ocasión. Todos los esfuerzos que hizo por levantar el lábaro de su varonía resultaron infructuosos; ni aun la pimpante belleza de la joven fue suficiente para suscitar en él los ímpetus de la rijosidad. La carne es débil, ya se sabe, pero en ocasiones se le ocurre serlo en el momento más inoportuno. Cuando al fin se convenció de que ese no era su día -ni su noche- el caborón más caborón de la comarca exhaló un suspiro de resignación y dijo a la muchacha: "Ni modo, linda. Después de todo tendré que llamar a la policía''... FIN.

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