Es un gran alivio saber que el Rey Juan Carlos tampoco disfrutó las vacaciones; pensaba que era yo la única. Desde luego nuestras historias no se comparan. No. Yo me aburrí como ostra, pero él casi se muere del susto porque su nieto se dio un balazo.
Lo primero que pensé al leer en el periódico “el nieto mayor de los reyes se dispara con una escopeta” fue: Seguro vio a su papá vestido tipo ‘Juan Gabriel en el Homenaje a Chespirito’. Y claro, se entiende. Si fueras Felipe Juan Froilán no te sueltas un plomazo en el pie, sino dos. Dicen que la infanta Elena no se divorció de Jaime de Marichalar por los típicos problemas de las parejas modernas, sino porque él usaba combinaciones de ropa infames y dolorosas.
Pero a lo que iba, y hablando muy en serio (ja), es ¿por qué juega un niño con una escopeta calibre 36? Según las noticias, practicaba el tiro. Pero en lugar de darle a un venado, apuntó al piso y ¡boom! Así que hay que considerar que lo suyo no es una ‘infracción al reglamento de uso de armas de la Guardia Civil’, es un problema de ubicación. Niño, se dispara hacia allá, no hacia acá.
A esta columnista no le gustan esos juegos porque decía la abuela que “las armas las carga el diablo”, pero sinceramente, si tuviera que usar una escopeta escogería el mismo modelo que Froilancito. Entre sus ventajas, la 36 es ideal para niños y ancianos por su ligereza y escaso retroceso. O sea, no pesa, y cuando disparas no te vas para atrás. Y las ventajas hay que aprovecharlas.
Yo era una niña más de muñecas, escondites, patines, casas abandonadas, resorte (era la campeona y llegaba hasta “quintas”), bicicleta y bote pateado. Era una niña de diversiones muy simples, pero súper lista, porque usaba las bicicletas de mis hermanos para ir a la papelería por si sufría algún atraco. Y sí, mi plan siempre funcionó perfecto: Los rateros me quitaron tres, pero la mía duró años en casa.
Por eso debo confesar que en estas vacaciones no me identifiqué con los niños Borbón, sino con los herederos de Lucero y Mijares, que son más de mi estilo de divertimento, ¿no?
Mientras ustedes gozaban Semana Santa en la playa, ¡yo veía fotos de la playa! Como si también hubiera estado ahí, pero sin mojarme. Era encender la tele y ver a las Kardashian surcar las olas, a Julia Roberts con un cuerpazo de 44 años, a Beyonce con unas cadenas inmensas y a Lucero con arena hasta en los huequitos.
En realidad salió en la portada de una revista cuyo propositivo encabezado (que podría haber escrito Arjona) rezaba en plena Semana Santa: “¡Revolcón! a Lucero y Manuelito, los aventó la ola. Nadaron, jugaron y arrastrados terminaron.”. Todo eso. Y digo que me identifiqué porque además de campeona del “resorte”, fui la reina del revolcón, título nada elegante para una niña porque, quieras que no, luego marca tu destino.
Cada vez que íbamos a Acapulco y mis papás preguntaban “¿dónde está Martha?”, mis ardidos hermanos sin bicicleta señalaban burlones a la orilla, ahí, donde las olas truenan. En el mar era una niña de revolcón diario. Fue así como, a lo tonto, descubrí otro juego divertidísimo, los desnudos marítimos. Venía la ola y ¡zas!, tres volteretas y te arrancaba el traje de baño.
Más tardabas en ponértelo medio chueco cuando la siguiente ola ya te lo había quitado otra vez. Y yo, como una verdadera Uma Thurman en Kill Bill 1 y 2, aguantaba las embestidas de donde vinieran.
Ya lo dijo la Reina Sofía, después del “tiroteo”: Juegos de niños.