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De vuelta al ruedo

CINE Y PÍLDORAS

Martha Figueroa

Hay personas que, cuando les rompen el corazón, se suicidan. Otras leen tratando de encontrar consuelo en las palabras, y algunas se van al cine para distraerse. Eso sí, todas lloran como Magdalenas. Yo preferí hacer las últimas dos, lágrimas incluidas, este fin de semana.

Aunque lo del suicidio está muy en boga, recordé que tengo una cita superimportante en octubre, y si tomo propofol, corro el riesgo de terminar como Michael Jackson y no llegar.

A mi izquierda, una amiga abandonada hace meses. A mi derecha, una mujer que estaba a punto de ser plantada, pero, sin saberlo, reía y comía palomitas. Estábamos en el cine con mirada de refugiadas, entregadas a una película tan inmunda, mala y mugre que. ¡me gustó! Sí, los misterios de la mente y los sentimientos encontrados.

La película se llama Casa de mi Padre y, aunque es de las peores que he visto, debo reconocerle que salvó dos vidas: en lugar de pensar en matarnos por el corazón roto, nos entraron ganas de asesinar mejor a todos los involucrados en la cinta. A todos menos a Pedro Armendáriz Jr., que ya no está y a quien recuerdo con admiración y cariño. Además, su personaje suelta la mejor línea de toda la cinta: “Si fueras inteligente, sabrías que eres muy tonto”.

Los protagonistas son Will Ferrell, Gael García Bernal, Diego Luna y Génesis Rodríguez, a quien, a partir de ahora, recordaremos como la que enseñó en la pantalla grande las pompis entrelazadas con las de Ferrell y no como la mujer que acusó de violación a Mauricio Islas. La vida es sabia y todo lo mejora.

Lo peor de la película es todo, de principio a fin. Lo mejor, la aparición momentánea de José Luis Rodríguez “El Puma”, quien, donde se pare, te alegra el alma con su inconfundible melena. Lástima que sólo duró 10 segundos su participación, porque a todos en el cine nos hizo reír mucho y hasta aplaudimos mientras él nos cantaba “Whiter Shade” con la piel color naranja cobrizo, producto de muchas sesiones y concienzudas horas de bronceado.

Comprenderán, queridos lectores de la columna, que ante tal espectáculo lo último que piensas es: “¡Oh, Dios, qué desdichada soy!”, y eso es precioso. Mejor te preguntas: “¿En qué demonios estaban pensando los productores?”, y te olvidas de tus penas. Por cierto, debo acotar que los productores son Billy y Fernando Rovzar, a quienes admiro por Kilómetro 31 y Salvado al Soldado Pérez y aprecio porque, una vez, nos dimos “la paz” en una misa. Y darse fraternalmente el saludo de la paz, es algo que une y hermana mucho.

Pese a todo, estoy convencida que Casa de mi Padre fue un proyecto hecho con ilusión y quién soy yo para criticarlo. Al contrario, digo que es uno de los bodrios más formidables que he visto, una farsa con un sentido del humor recién salido del horno. Ah, me sentí tan pionera viéndolo.

Una de mis amigas sigue deprimida y maldiciendo la película. La otra está tan sonriente y en paz, que lejos de brindar serenidad, ¡da miedo! ¿Yo? Sigo soltando lágrimas como chorro de parabrisas, pero acabo de comprar un remedio, un libro titulado: “La Píldora del Mal Amor”. Es una novela escrita por Anjanette Delgado, una periodista boricua, inteligente, divertida y multiganadora del premio Emmy, que se trata de una bióloga que inventa una pastilla que al tomarla ¡pum! dejas de sufrir por el amor que te rechaza.

¿¡Dónde la venden!? Pienso tomarme un puño. Michael Jackson: allá voy.

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