Esta sería una crónica impresionante de una fiesta a la que pensaba asistir en la casa de Enrique Peña Nieto. Esta columnista estaba puestísima, hasta que los guaruras gritaron “¡circule, circule!” y ante tanta exigencia y caras de “te mataré”, obedecí. Todo comenzó cuando.
Hace unos días empecé a sospechar que algo sucedería en la casa del contendiente mayor y La Gaviota. Lo presentí porque tengo un sentido muy agudizado para intuir movimientos extraños, y luego, porque había tráfico inusual de trabajadores de la ‘industria de la fiesta’.
¿Que cómo lo sé? Es que, por la naturaleza de mi vida, paso todas las tardes por la residencia de Peña Nieto. Por supuesto, no esmi intención acosarlo ni mucho menos, pero me queda de camino y nunca he sido buena para los rodeos ni los atajos.
Además, esta situación me ha hecho sentir más unida a sus actividades y a su vida personal. Y es que gracias al vaivén de sus escoltas, en montones de camionetas y motos, todos los días sabemos si el candidato está en casa o anda de paseo. O sea, mucha seguridad es igual a “el señor está en casa”. Sitio vacío significa “sabrá Dios dónde anda”.
A lo que iba es que, como buena observadora que soy, hace unos días descubrí que un ejército de trabajadores armaban en su jardín una estructura metálica gigante, con cara de techo. Entonces pensé: “Claro, con tanto 132 suelto, a lo mejor quieren evitar que les arrojen cosas”.
Por cierto, ¿todavía se usan las bombas molotov de nuestra época? Perdón, pero no me he actualizado mucho en el tema.
Al día siguiente, la teoría del techo se nos vino abajo, literal. No era un tejado ni una bóveda, sino una carpa enorme para fiestas. Cuando observé con detenimiento, confirmé que la cosa prometía porque más tarde arribó un pelotón de expertos en gradas y luces como de show de Madonna. ¡Ay, qué emoción! Cuánta alegría habrá en ese gran evento, pensé.
Me pregunto ¿qué celebrará? ¿Tendrá muchos motivos? Digo, hay gente pachanguera por naturaleza y que trae el confeti en la sangre. Pero nadie inventa un fiestón así nomás por gusto.
Una de mis amigas, de morbo avanzado, juró que era para realizar reuniones ultra secretas con votantes potenciales que no querían ser vistos en público. Pero, sinceramente, me dolió pensar que haya gente que se avergüence de sus ‘amigos’ o esconda sus preferencias bajo una carpa.
Ustedes saben que me inclino por el periodismo creativo, así que me puse a imaginar otras posibilidades de festejos cuando de pronto llegó un elemento definitivo para sacar conclusiones: ¡Un dispositivo anti paparazzi!
En realidad era una vil tela negra, pero que cubría cualquier huequito entre carpa, árboles, barda y demás, para evitar la mirada de curiosos y, sobre todo, fotografías.
Y ahí estaba yo, lista para ser testigo de cualquier cosa, cuando me invitaron amablemente a “¡circulaaar!”. Yo les supliqué, “ay no, espéreme tantito, ¡ya va a cantar Emmanuel!”, porque se oyeron los acordes en vivo de “La Chica de Humo”. Pero entre los jaloneos descubrí que la música venía de la casa de al lado, donde había boda y, más que Emmanuel, el que ambientaba era un CD de Grandes Hits del Pop, porque luego sonó “Será que no me Amas”, de Luis Miguel.
Pues dirán lo que quieran, pero ahí hubo fiesta gorda. Eso que ni qué. La movilización era más compleja que la de Marcelo Ebrard y Justin Bieber en el Zócalo.