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De vuelta al ruedo

QUERUBÍN

Martha Figueroa

En los 46 años que tengo de vida sólo me ha ocurrido un milagro. Pero el fin de semana juré que el segundo milagro iba a suceder.

Estaba en la Iglesia “a Dios rogando y con el mazo dando” cuando, en un momento dado, le pedí al Señor que me mandara “una señal”... y ¡se me apareció Eduardo Verástegui! No quiero sonar irrespetuosa de la corte celestial, pero Eduardo sí es lo más cercano a un querubín que he visto. Es más, ¿no le da un aire a Jesús?

No era un espejismo. Les juro que era real. De hecho, no fui la única que lo vio. Otras mujeres, con menos control sobre sus instintos, corrieron a saludar al actor y darle besos en el momento de la comunión.

Esta columnista esperó a que terminara la misa para arrojarse, concretamente, a los brazos de Verástegui, que en el portal de la Iglesia me contaba muchas cosas.

Que vive en Los Ángeles, pero está de visita en México para conseguir el financiamiento para su próxima cinta, que hará promoción de Cristiada en España, que es feliz y que se siente mejor que nunca. Esto último ¡se nota! Dios mío, qué guapo es y cómo ha rejuvenecido.

Debo confesar que me agradó la charla, pero lo que en realidad quería preguntarle era si seguía con la abstinencia sexual. ¿Se acuerdan que recién celebró una década de privación voluntaria?

Obvio, no lo hice, porque no me pareció un buen tema para hablarlo ahí, en pleno atrio. En tierra santa. El ambiente era puro y las bendiciones estaban muy recientes, como para soltarle a quemarropa: “¿Oye, sigues sin sexo?”.

Lo único que puedo asegurarles, sin temor a pecar, es que ese hombre, Eduardo Verástegui, trae la paz, la alegría y la armonía en la cara. Así que pienso seguir sus pasos (sabios) y abrazar la técnica del celibato, para mejorar en cuerpo y espíritu. El próximo lunes empiezo, como las dietas.

Definitivamente, soy una mujer veleta. Porque la noche anterior a que se me apersonara el ángel de ojos azules, quería volverme a casar y hacer todo el día lo que hacen los recién casados. Porque me gustó la boda de Alessandra y Eugenio Derbez.

Digo, la ceremonia fue como todas y el vestido de la novia era como todos los vestidos de todas las novias. Nada especial. Pero me encantó la actitud de la pareja, que en realidad tenían cara de personas felices, comprometidas y seguras de dar el paso.

Para mí, que no me cuezo al primer hervor, fue un acto de fe precioso que dos cuarentones se aventaran el show de la disfrazada, la ceremonia y el fiestón a estas alturas de la vida. Qué simpáticos, qué emocionados y qué buena mancuerna hacen.

Otra cosa que me pareció especial fue llegada de los invitados... ¡escoltados! Estaba viendo las fotos y, más que fiesta, parecía redada.

En todas las imágenes aparecen los asistentes famosos con un policía de cada lado, como si se hubieran robado algo o como si la “autoridad” quisiera evitar que los invitados se llevaran de recuerdo los centros de mesa o los cubiertos.

Hay una foto de Zague flanqueado por granaderos que es una joya, como para enmarcarla de recuerdo y ponerla en la sala de los nuevos esposos.

Por cierto, me contaron que el hogar de la pareja es estupendo y que Eugenio es quien se encarga de los pequeños detalles, obsesivamente.

Por ejemplo, que casi volvió loco al carpintero porque los cajones no deslizaban como deberían. Y que ha decidido que en su casa sólo se comerán huevos orgánicos. Qué belleza. ¡Vivan los novios! ¡Fuera la gripe aviar!

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