Por azares del destino, o sea por órdenes de mi jefe, fui a dar a la futura oficina de Miguel Ángel Mancera en la Plaza de la Constitución.
En realidad, a donde me dirigía era a la azotea (ya ven que hago cosas raras todo el tiempo) para transmitir con mi querido Paco Zea la última ceremonia del Grito del Presidente Felipe. Pues allá voy y, como había que subir 4 pisos, aproveché el trayecto para levantar un reporte de las condiciones del lugar. Sobre todo, por hacerle un favor a Mancera y no se le pongan los nervios de punta cuando llegue a instalarse a su despacho el próximo diciembre.
Oigan, la sede del Gobierno del DF es como algunos señores que están de moda: guapo por fuera, horrible por dentro.
Ya podían llevar una cubetita de pintura y darle unos brochazos, cambiar las persianas y arreglar los baños. Es como esas oficinas de los detectives en las películas, ¿ya saben? Súper sórdidas. Alguno estará diciendo: “Y a mí, ¿quémeimporta?”, pero yo insisto en que debemos pensar en los pequeños detalles.
Ni modo que el Jefe de una ciudad tan “liberal y avanzada”, como dijo Marcelo en su último informe, atienda en una oficina que parece la casa de la familia Monster o la de los Locos Adams.
Aparte de llamar a un experto en interiorismo, necesitamos hablarle a un ingeniero y al plomero, porque cada vez que llueve, el techo se inunda que el agua te da hasta los tobillos, o si eres de estatura muy corta como esta columnista, te llega a la rodilla.
Se me hace que cualquier día sale en el avance de López Dóriga: “Esta noche en el noticiero, muere aplastado el Jefe de Gobierno, se le cayó el techo encima”. Y yo, sinceramente, no quiero que eso ocurra porque el Dr. Mancera me cae muy bien.
Los sanitarios sí son preciosos, sobre todo muy amplios, con ventanas gigantes y luz por doquier. Aquí, el problema es que las puertas y las paredes de los “cubículos” son muy bajitos, y entonces cuando una mujer muy alta entra y se sienta, ¡se le queda medio cuerpo de fuera! Ah, y el papel higiénico es muy áspero, podían cambiarlo por uno más suave para servir mejor a las “32”; o sea, a las mujeres (en código policiaco) que acudan a visitar a la autoridad capitalina. Hombre, un poco de feng shui, por favor.
En los momentos en que escribo este artículo hay, en el Auditorio Nacional, un hombre canoso con una libretita tomando nota de los logros de Ebrard y subrayando los pendientes. Pues mira, ya puede anotar también las mejoras para su sitio de trabajo. Porque creo que si el funcionario se siente cómodo, atenderá con más gusto nuestras peticiones ciudadanas. ¡Pongamos armonía y equilibrio en el vivir del gobernante! Bueno, en realidad, lo que yo tenía que comentarles hoy es que presencié el último jalón de campana del Presidente, en vivo y a todo color. Con una lluvia pertinaz y el fondo musical de Jenni Rivera, que me conquistó esa noche.
Yo era una de esas personas que les decía: “Jenni Rivera”, y no hacía ningún gesto, ni a favor ni en contra.
Ahora, hasta me gusta la Diva de la Banda por dos razones. La primera que aguantó la lluvia (y yo, por alguna extraña razón, confío en la gente que soporta aguaceros) y luego porque canta cosas como “Detrás de mi Ventana”, “Que Ganas de No Verte Nunca Más”, “¿A Cambio de Qué?” y “Lo Siento mi Amor”, que me llegan hasta la última fibra, porque estoy en un momento de la vida en que me identifico con todo lo que suene a desamor, animosidad y tragedia. Soy una “Jenni” con menos voz y menos cuerpo.