Un grupo de entusiastas que conozco por Twitter me invitaron a pasear en metro en calzones. Así. Como quien se pone de acuerdo para tomar café, me soltaron la propuesta. Y yo, que estoy superando la etapa de quitarme los pantalones con desconocidos, preferí quedarme en casa. No sé, creo que es mejor que mis estrías y la nueva celulitis convivan en un ambiente más familiar.
Y como era domingo, opté por un plan más tradicional: fui a un mitin. Ya saben, pancartas, altavoces, empujones, familias enteras unidas levantando la misma manta al grito de “¡Mancera, amigo, jamás serás vencido..!”. Debo confesar que algo tienen los empujones, aventones, empellones y tirones, que me divertí mucho.
Por cierto, noté que el acarreo se ha vuelto más ‘verde’ y globalizado. Por un lado, los participantes hoy llegan por separado en autos compactos que gastan menos gasolina que esos camiones enormes. Y por el otro, se han aplicado en el tema de la comunicación global y ahora utilizan mensajes de comprensión internacional, como el que decía “I Miguel Ángel”.
Ahí estaba la columnista, en la ceremonia de registro de la precandidatura del ex Procurador capitalino a Jefe de Gobierno del Distrito Federal. No hice amigos en calzoncillos, pero me hermané con un montón de gritones en la sede del PRD, que me parece algo precioso. No el lugar, que es bastante feo, sino lo de estrechar lazos con personas a las que te unía muy poco. ¡Ahora somos los simpatizantes unidos! Y no me lo van a creer, pero ya me los quería llevar a todos a mi casa a comer rosca y platicar de las virtudes de nuestro candidato.
Por favor, no me juzguen, pero soy genéticamente adicta a los eventos raros. No lo puedo evitar, está en mi naturaleza. Me entran la curiosidad y las ganas de explorar.
Así fue como me di vuelo paseando, por ejemplo, en los elevadores del PRD. Unos elevadores, tres, que harían palidecer al mismísimo y bien difunto señor Otis (Elisha Graves Otis). Cuando sientes que vas a terminar en el sótano en caída libre. ¡Se detienen!
Vayan ustedes a saber si es por la edad que tengo últimamente o por la propensión al dramatismo que me entra por temporadas, pero cada vez que me subo a un elevador pienso “¿y si nos quedamos atrapados?”, “¿acaso encontraré el amor en un ascensor?”, “¿trabajarán en fin de semana los rescatistas?”. Todo eso.
Que de haber ocurrido una tragedia, la hubiera compartido con un trío de fans que buscaban colarse a las oficinas principales para besar a Mancera y tomarse una foto con él. En ese orden. Bueno, eran fans y “compañeras de partido”.
“¿Y tú?”, me preguntaron. “No, yo aquí nomás”, contesté.
No les iba a contar mi vida y confesarles de buenas a primeras que a mí lo que me hacía ilusión era acompañar a Mancera a encender el arbolote de Navidad en diciembre próximo en Reforma. Qué les digo, son de esas metas menores que apuntas en tu lista de “100 cosas por hacer antes de morir”.
Rematé el domingo de “achuchones varios” en un sala de cine 4DX, compartiendo los golpes que le propinaban a Tom Cruise en Misión Imposible 4. ¿Ya fueron? Es muy vivencial porque en la comodidad de tu butaca recibes empujones, viento, agua, humo, explosiones, trancazos y hasta vuelas. Llega un momento en el que, si te sensibilizas (o si eres una persona sumamente fantasiosa, por no decir romántica retorcida) piensas que tú y Tom ¡son uno mismo!
Y compenetrarse con Tom Cruise es de los trenes que sólo pasan una vez en la vida.
