Decadencia de la letra impresa
¿Se acuerda de la película Seven? En una de sus escenas el detective William Somerset, representado por el actor Morgan Freeman, investiga un crimen en una gigantesca biblioteca pública, presumiblemente la más grande de Nueva York. El sagaz detective pronto se da cuenta de que los guardias nocturnos de la biblioteca, una vez cumplidas sus rondas, pasan el resto de la velada jugando a las cartas. Perplejo Somerset cuestiona: “Caballeros, cuesta creer que con todos esos libros, con un universo de cultura a su alcance, ustedes prefieran jugar al póker”. Uno de los guardias, señalándose el trasero, le responde: “¿Cultura? ¡Cultura es lo que nos sale por aquí!”.
Durante el Segundo Festival del Libro y la Lectura de Torreón, además de una abundante y accesible oferta de libros de varias editoriales, hubo talleres, conferencias y coloquios de veras provechosos. En uno de los coloquios se abordó el tema del desplazamiento que ha sufrido la letra impresa por el abuso de Internet. En el colmo de los colmos, mientras eso se decía, a escasos metros, algunos de los vendedores de libros se distraían navegando en la red. En medio de textos interesantísimos los supuestos promotores de la lectura preferían entretenerse con sus laptops. Sin duda, se parecían a los obtusos guardias de la película Seven.
Otro botón de muestra, y no sólo de la preferencia por artilugios electrónicos sino también de la falta de buenos modales: un escritor de prestigio nacional hace algunos meses dio una charla en Torreón. El empleado de la Dirección Municipal de Cultura que lo presentó se pasó la hora de la charla jugando con su BlackBerry. El grosero burócrata parecía un niño bobalicón, enajenado por su videojuego portátil.
Recientemente estuve en una de las mayores bibliotecas universitarias de la región lagunera, nada menos que en la moderna infoteca de la Universidad Autónoma de Coahuila, y durante mi estancia de tres horas fui el único lector de libros impresos. En la planta baja había cuatro personas navegando por Internet; aun suponiendo que esos usuarios estuvieran leyendo la versión electrónica de libros y no simplemente ‘chateando’ está claro que la suma final de cinco lectores es una cifra insignificante, que revela el analfabetismo funcional de la mayoría de los mexicanos.
De acuerdo a datos oficiales, apenas hay una biblioteca pública por cada 15 mil habitantes. Y con las librerías nos va peor, pues sólo hay una por cada 200 mil habitantes. Da vergüenza que en todo el país existen apenas 600 librerías. Peor aún: el 40 por ciento de los mexicanos jamás acude a una librería.
La decadencia es innegable, pues incluso en la Ciudad de México, donde se concentran los principales recursos de la nación, hay únicamente 18 librerías por millón de habitantes cuando hace medio siglo había 45.
Según la Encuesta nacional de lectura del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, el 13 por ciento de los encuestados declara que nunca ha leído un libro. Y es revelador que cuando se pregunta a quienes afirman que sí lo han hecho cuál fue el último libro que leyeron, la mitad de ellos responde que no recuerda.
Hoy se sabe que de los nueve millones de mexicanos con estudios universitarios, casi la mitad no compra libros. Unos cuantos aseguran poseer una biblioteca personal, pero con pocos ejemplares. Es raro el estudiante de carrera que cuenta con más de 50 libros. Y si eso pasa con el sector de la mayor escolaridad, obviamente el grueso de la población se encuentra en la penuria bibliográfica.
La descomposición social que actualmente padecemos tiene varios y complejos factores. Sin embargo, es válido inferir que uno de ellos es la decadencia de la letra impresa y la consecuente escasez de lectura. La letra impresa exige reflexión y sólo con reflexión se vive humanamente. Lo demás es mera pantalla.
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