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Del país de Juan Pablo al México de Benedicto

DIEGO PETERSEN FARAH

No es lo mismo los tres mosqueteros que 20 años después, ni Juan Pablo II que Benedicto XVI, pero sobre todo no es lo mismo el México 1979 que el de 2012. Sí, efectivamente el carisma de Ratzinger no compite con del de Wojtyla, pero aún en el abismo de personalidades entre uno y otro, la distancia entre el México de finales de los setenta y el de la segunda década del siglo XXI es mucho mayor. La emoción es hoy completamente distinta.

México es hoy un país menos católico y su sociedad es mucho diversa. En 1979 más de 90 por ciento de los mexicanos se declaraban católicos (96 por ciento en el Censo de 1970; 92 en el de 1980), para 2010 la población católica bajó a 84 por ciento. Este es un fenómeno que no se nota en el centro del país, ahí el cambio religiosos es imperceptible, pero que se acentúa de manera drástica en la fronteras norte y sur donde, en no pocos municipios, el catolicismo ya no es religión mayoritaria. (Atlas de la diversidad Religiosa en México, de la Torre y Gutiérrez Zúñiga).

México es hoy un Estado menos laico en una sociedad más secular. El laicismo a la mexicana (México es el segundo estado más laico del mundo sólo después de Francia) ha perdido terreno frente a la presión de la iglesia, pero al mismo tiempo la sociedad es cada vez menos seguidora de los preceptos y normas católicas. En los setenta, la clase política mexicana practicaba el jacobismo de plaza y el catolicismo de clóset; hoy todos los políticos (hasta los que no son católicos) practican el catolicismo ritual y guardan sus verdaderas creencias en el un cajón. Entre una visita y otra la Iglesia Católica ha ganado terreno en el espacio público, ha conquistado reformas, ha enconrado un lugar en el Estado mexicano, pero ha perdido presencia en los hogares. Se ha mediatizado y se ha mimetizado en el paisaje. El México que encontró Juan Pablo era predominantemente rural; el que encontrará Benedicto es un México urbano, clasemediero y consumidor de cultura televisiva,

En 1979, más allá de su contenido pastoral, la agenda política de la gira papal era el reconocimiento jurídico de las iglesias en México. La reforma se logró trece años después con Salinas. La agenda política de esta gira es el regreso de la instrucción religiosa a las escuelas, una batalla que algunos católicos han dado desde hace varias décadas, pero que hoy ven como fundamental ante la creciente secularización de la sociedad mexicana. Sin embargo, el proceso de secularización en México no tiene reversa y a lo más que pueden aspirar las iglesias (ahora sí que en plural y cada día más en plural) es a que éste sea menos acelerado. Lo que las iglesias parecen no entender es que, en este proceso secularización y diversificación de la oferta religiosa, el Estado laico es el garante de la libertada de creencia; el laicismo del Estado es hoy más vigente y necesario que nunca, tanto para los que creen como para los que no creen.

Ahora sí que como en los novios que quieren terminar a la pareja, "no eres tú, soy yo". El desinterés en la gira papal tiene más su explicación en la sociedad que en la propia figura de Benedicto. Somos otro país.

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