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Del protocolo político al fervor católico

Papa viajero. Enero de 1999, 'El papa viajero' en la residencia oficial de Los Pinos en compañía de Ernesto Zedillo y su esposa Nilda Patricia Velasco. Atrás, el cardenal Norberto Rivera.

Papa viajero. Enero de 1999, 'El papa viajero' en la residencia oficial de Los Pinos en compañía de Ernesto Zedillo y su esposa Nilda Patricia Velasco. Atrás, el cardenal Norberto Rivera.

EL UNIVERSAL

La noche de invierno de 1999, en que Juan Pablo II llegó a Los Pinos en el "papabús", un país en júbilo colectivo vio las escenas por televisión "en vivo". La residencia presidencial fue el marco de una fiesta en honor al líder de la Iglesia católica, ofrecida por el presidente Ernesto Zedillo, y también de una reunión del jefe del Estado Vaticano con 175 embajadores, casi completa la Organización de las Naciones Unidas (ONU).

Veinte años antes, en su primera visita a México, Karol Wojtyla entró en automóvil a Los Pinos sólo con la investidura de líder espiritual, y fue recibido por el presidente José López Portillo, su esposa Carmen Romano y sus tres hijos. De su reunión privada, un comunicado de prensa, que omitía su condición de jefe de Estado, indicó que hablaron de "la paz mundial, desarme, derecho al trabajo y otros temas". De la inexistencia jurídica de la Iglesia, nada. Y sin embargo, hubo misa en una capilla, a solicitud de la madre del presidente, doña Refugio Pacheco.

José López Portillo, Carlos Salinas, Ernesto Zedillo y Vicente Fox fueron anfitriones de Juan Pablo II, en cinco visitas, de las cuales la tercera fue en el contexto constitucional de reconocimiento a las asociaciones religiosas, y ya con relaciones de los estados mexicano y vaticano, lo cual transformó los protocolos de dirigentes eclesiásticos y políticos.

Roberto Blancarte, director del Centro de Estudios Sociológicos de El Colegio de México, señala que las cinco visitas del Papa se dieron en contextos distintos de entender lo público y lo privado. López Portillo -dice el académico- recibe al jefe de la Iglesia, lo saluda en la plataforma del aeropuerto, y le dice: "Lo dejo con su feligresía", y se retira, pero después en Los Pinos el Papa oficia la misa privada.

La primera visita del Papa a México, del 26 de enero al primero de febrero de 1979, moviliza a millones de fieles católicos. La ciudad de México se paraliza al paso del pontífice y el ambiente público es de fervor de sus creyentes. La televisión transmite misas, la Catedral Metropolitana es insuficiente para los oficios papales. El precepto constitucional que prohíbe actos religiosos en público es incumplido, y se fortalecen los argumentos de que se debe reconocer a las iglesias para restablecer relaciones con el Vaticano, rotas por Roma en reacción a las Leyes de Reforma de Benito Juárez.

El mundo se sacude los siguientes 10 años. Se desmorona la Unión Soviética de Mijail Gorbachov, con dos grandes reformas, la glásnost (transparencia) y la perestroika (reestructuración), a lo que sobreviene la caída del Muro de Berlín, la noche del 9 de noviembre de 1989. La onda expansiva del cambio recorre el mundo.

Cuando Juan Pablo II llega por segunda vez a México, el país vive una réplica de la reestructuración soviética, que en el sector político es llamada "salinastroika", y en la agenda de reformas figura reiniciar las relaciones Estado-Iglesia.

Entre el 6 y el 13 de mayo de 1990, el Papa lleva a cabo su gira más extensa e intensa en la República Mexicana, en la que toca 11 ciudades, que se vuelcan a su paso y hasta se detienen mientras el avión en que viaja sobrevuela poblaciones y lugares como el Cerro del Cubilete, que tiene en su cúspide el monumento a Cristo Rey -emblema de la Guerra de los Cristeros- al que la aeronave le da una vuelta.

Salinas y Wojtyla, sin investiduras de jefes de Estado, intercambian saludos en el aeropuerto, y de sus conversaciones en Los Pinos se dice que hablaron "del fin de los dogmas en México y el mundo".

El Papa da un paso adelante y autoriza enviar la "sugerencia" a saludarlo, a los expresidentes Luis Echeverría, José López Portillo y Miguel de la Madrid. Se disculpa el que fue su anfitrión 11 años antes. Lo que sigue es la "salinastroika" aplicada a las relaciones Estado-Iglesia.

María del Pilar Hernández Martínez, del Instituto de Investigaciones Jurídicas de la UNAM, en un estudio de las reformas constitucionales de 1992, que incluyen el reconocimiento de las iglesias, plantea: "El Estado mexicano contemporáneo guardaba en su interior y a nivel fundamental instituciones que ya no respondían a la realidad vivida y que, incluso, se tornaban obstructoras al desarrollo político-social y económico del país". Una de ellas eran las relaciones con la Iglesia.

En enero de 1992 entró en vigor la reforma sobre las iglesias, con cambios a los artículos tercero, quinto, 24, 27 y 130 de la Constitución, y el 11 de agosto de 1993, Juan Pablo II, investido como jefe de Estado, fue recibido por Carlos Salinas y los representantes de los poderes Legislativo y Judicial, en el aeropuerto de Mérida.

La recepción desplegó todo el protocolo que se había omitido antes: himnos nacionales, salvas de honor, mensajes a la dignidad entera de ambos jefes de Estado, presentación de comitivas e, incluso, presencia de presidentes de partidos políticos: Fernando Ortiz Arana (PRI), Carlos Castillo Peraza (PAN), Porfirio Muñoz Ledo (PRD), quien declaró entonces: "El Papa no es propiedad del PRI".

Salinas y el Papa sostienen una reunión privada de la que dan cuenta que lamentan el asesinato, tres meses antes, del cardenal de Guadalajara, Jesús Posadas Ocampo.

La cuarta visita, en la que Ernesto Zedillo es el anfitrión, del 22 al 26 de enero de 1999, transcurre con muchos cambios. El Papa usa bastón, y lo reciben el presidente y su esposa Nilda Patricia Velasco, al pie de la escalera del avión. Se sienta durante la ceremonia de recepción, en la que están presentes los poderes del Estado, del empresariado y, desde luego, la cúpula eclesiástica, entre ellos Marcial Maciel, centro de un escándalo acallado entonces.

 HUESPED DISTINGUIDO Si Juan Pablo II era un pastor carismático y con facilidad para expresarse ante los medios, en esa visita, televisión, radio y prensa registraron más detalles que nunca, incluida la ceremonia en la que el jefe de gobierno del DF, Cuauhtémoc Cárdenas, le entrega las llaves de la ciudad, y lo declara huésped distinguido.

Esta cuarta visita, señala Roberto Blancarte, "tiene un ánimo distinto, con Juan Pablo II muy agotado, con una legislación (de asociaciones religiosas) y reflejando problemas con decisiones de la Iglesia".

En Los Pinos, el Papa obsequia a la señora Nilda Patricia Velasco una pintura de San Jerónimo, patrón de la iglesia parroquial de Ciudad Cuauhtémoc, Colima, de donde ella es originaria.

La quinta visita, del 30 de julio al primero de agosto de 2002, la despedida de Juan Pablo II, dice Roberto Blancarte, "el tono no lo dio la Iglesia, sino el propio presidente Vicente Fox, quien contraría todos los propósitos presentados por los presidentes anteriores, desde López Portillo hasta Zedillo, y rompe la distinción público-privada.

Fox y su esposa Marta Sahagún se hincan y besan el anillo papal. El presidente asiste a la canonización de Juan Diego, y se defiende, al afirmar que puede acudir a un acto religioso sin esconderse; su secretario de Gobernación, Santiago Creel, lo justifica: "Es un creyente".

El jefe de gobierno del Distrito Federal, Andrés Manuel López Obrador, en excepción a la regla, decide entregar las llaves de la ciudad al pontífice en un acto al que lo acompaña Alejandro Encinas.

El investigador Roberto Blancarte dice que a la llegada de Benedicto XVI, "queda la interrogante de qué va a pasar en esta ocasión, si el presidente (Felipe) Calderón va a recordar que es presidente de todos, si se va a asumir como católico ante el Papa besándole el anillo".

Otro escenario más problemático es si Calderón "va a querer utilizar (la visita papal), así sea sutilmente como parte de la campaña electoral; si cree que le va a atraer votos (al PAN), está equivocado".

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