La economía brasileña fue, por varios años, la estrella más resplandeciente del firmamento latinoamericano, pero en estas fechas atraviesa por un bache que llevó a una revisión menos optimista de sus perspectivas inmediatas y ha generado dudas sobre su futuro en el mediano plazo.
Brasil disfrutó en la década pasada de un prestigio fincado en dos hechos relevantes: su inclusión en 2001 por el analista Jim O'Neil, junto con Rusia, India y China, dentro del grupo de países emergentes que él consideraba con gran potencial de crecimiento, identificados como BRICs; así como la buena impresión que causó el gobierno encabezado desde diciembre de 2002 por el Presidente Luiz Inácio Lula da Silva (Lula).
Esos factores, más el auge económico global hasta 2008 y el crecimiento espectacular de China que se prolongó hasta el año pasado, contribuyeron a que entre 2003 y 2010, el Producto Interno Bruto (PIB) real en Brasil creciera a un promedio anual de 4.4 por ciento.
En ese mismo lapso, el PIB real en México tuvo un crecimiento de 2.3 por ciento. De hecho, en plena crisis, el PIB real en Brasil sólo cayó 0.3 por ciento en 2009, frente al desplome de 6 por ciento en nuestro país.
El año pasado, sin embargo, ya sin Lula en la presidencia y con la combinación, entre otros factores, del debilitamiento de los precios de varios productos primarios exportados por Brasil, su economía sólo creció 2.7 por ciento, mientras que México creció al 3.9 por ciento.
Las cosas en 2012 no han mejorado para Brasil, cuyo PIB real creció, según los datos disponibles, menos del 1.5 por ciento anual en el primer semestre, frente al aumento de 4.3 por ciento registrado en México.
Pareciera, entonces, que vuelve a tener validez la afirmación irónica de que Brasil está llamado a ser el país del mañana, pero el mañana nunca llega.
El gran problema es que la bonanza se fincó en la expansión de China, mientras que sus altos y complejos impuestos, sus deficiencias de infraestructura, sus anacrónicas leyes laborales y sus trabas burocráticas mantienen muy alto el denominado "costo Brasil."
La economía brasileña salió relativamente bien librada de la Gran Recesión de 2008 y 2009, pero las adversidades del entorno externo actual, donde se profundiza la recesión en Europa y pierde vigor China, la golpean más fuerte que a la nuestra, que depende casi en exclusiva de la suerte de Estados Unidos.
Por ello, las previsiones actualizadas sobre el crecimiento económico de Brasil hablan ahora de cifras entre 1.5 y 2 por ciento, frente al 3.5 a 4 por ciento anticipado para México.
La fatiga en el dinamismo brasileño se explica por causas que no todas son externas. Hay realidades y medidas de política económica internas que contribuyen a esa fatiga. En el fondo, Brasil es víctima de su éxito, porque por él dejó de hacer las reformas estructurales en materia fiscal, laboral y de infraestructura que liberarían todo su potencial.
No extraña, por tanto, que el crecimiento acelerado de Brasil a lo largo de toda la década pasada presionara una planta productiva altamente protegida, con poca competencia externa, y propiciara un repunte inflacionario apreciable.
El Banco Central de Brasil (BCB) endureció primero su política monetaria, elevando en varias ocasiones la tasa de interés de referencia (Selic) durante 2010 y 2011. Esto, en medio de políticas monetarias extraordinariamente laxas en las principales economías avanzadas del mundo, estimuló adicionalmente el ingreso de capitales externos a Brasil, apreciando notablemente a su moneda.
Pero el efecto positivo de esta apreciación para reducir las presiones inflacionarias, se contrarrestó con la pérdida de competitividad de las exportaciones brasileñas, por lo que a finales del año pasado el BCB comenzó a revertir las alzas en la tasa Selic y el gobierno brasileño intensificó los controles al ingreso de capitales externos a su economía.
Las dificultades de Brasil no terminan ahí. Su crecimiento económico acelerado no se acompañó de un aumento simultáneo en la productividad, por lo que es insostenible. Un obstáculo importante es la política de una protección a ultranza de la planta productiva nacional que lleva a una mala asignación de recursos, no mejora la competitividad de la planta productiva y puede, en un extremo, alimentar las presiones inflacionarias.
Es posible que Brasil recupere más adelante un crecimiento más acelerado, pero será accidentado, como ha sido en el pasado, mientras no se decida de una vez por todas a realizar las reformas y transformaciones estructurales que liberen a su economía del síndrome intervencionista y estatista que plaga a las economías latinoamericanas.